martes, 22 de diciembre de 2009

martes, 15 de diciembre de 2009

La última batalla de Aminatou Haidar


(Puedes leer el texto original en la web de Mediterráneo Sur)

No es la primera vez que Aminatou Haidar se encuentra en circunstancias difíciles. “Durante mi primer arresto fui sometida a todo tipo de torturas”, me contaba, sin inmutarse, el día que nos conocimos. Sólo se le quebró la voz cuando mencionó los tormentos de otros. “Había un hombre que se negaba a decir que el Sáhara es marroquí. Pasó toda una semana bajo tortura. Y su madre, una anciana, escuchaba sus gritos…”.


Aminatou es de esas personas cuyo coraje impresiona. Como el de Hamed Hamat. Como el de Brahim Noumría. Activistas saharauis a quienes conocía de mi segundo viaje al Sáhara Occidental, tres meses antes de la Intifada saharaui de 2005. En aquellos días me llegaron las noticias de su arresto, y las imágenes de las palizas a las que la Gendarmería Real les había sometido. Las fotos de la cara amoratada de Aminatou me impresionaron enormemente. Es extraño cuando torturan a alguien que tú conoces.

Meses después, Aminatou salió de la cárcel y vino a Madrid, invitada por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, donde volví a encontrarla*. Seguía siendo la mujer valiente, de hablar suave e ideas contundentes. Acababa de pasar por un período terrible, pero nadie lo hubiera dicho. No había una nota de odio o rencor en sus palabras, sólo una firme convicción al afirmar la justicia de su causa. Como ahora.

Esta puede ser la última batalla de Aminatou. Me gustaría pensar que la va a ganar. Pero Marruecos ha demostrado ser un oponente duro, de los de “o jugamos como yo quiero o rompo el tablero”. Poco importa la muerte de una sola mujer cuando está de por medio la razón de estado (algo que parece pensar también el gobierno español, con una diferencia: lo que en Marruecos es puro tesón, en España es cobardía. El gobierno español no sabe si le aterroriza más presionar a Rabat o que se les muera Aminatou en suelo patrio). Y en ese sentido, no soy optimista: tal vez Aminatou gane. Pero si no lo hacé, morirá. No va a rendirse, eso seguro.

Los activistas del Sáhara Occidental, amén de andar cargados de razón, llevan a cabo una pelea impecable: ni un solo acto de violencia, ni una sola agresión, ni una venganza contra los torturadores. Solo palabras, manifestaciones, una voluntad férrea que ni las mazmorras ni las torturas marroquíes parecen capaces de aplastar. Y aún así la comunidad internacional ignora su lucha. ¿Les iría mejor a los saharauis, tendría más apoyo internacional su causa si en lugar de manifestarse frente a la Cárcel Negra de El Aaiún y ser arrestados les diese por poner bombas? La gran paradoja es que, probablemente, no.

Al final, Aminatou parece haber encontrado la fórmula, pero para ello ha tenido que recurrir al más extremo acto de violencia, el que uno lleva a cabo contra sí mismo al dejarse morir. Dejando claro, eso sí, que la culpa es de otros.

*Las dos entrevistas que le hice a Aminatou aparecen en los documentales sobre el conflicto del Sáhara Occidental que he codirigido, “El Rumor de la Arena” y “Sáhara: hacia la Intifada”. Éste aparece como extra en el DVD del primero, editado por Cameo Films.

Una larga noche en Tarlabasi


ABC EN LA SEDE DEL DTP EN ESTAMBUL


Daniel Iriarte - Estambul
12-12-2009 - Diario ABC

El barrio de Tarlabasi es el corazón kurdo de Estambul, a su vez la ciudad con mayor número de kurdos del mundo. En la calle Kalyoncu Kullugu, que da entrada al vecindario, está la comisaría más importante de la zona, en cuya puerta hay aparcada, incluso, una tanqueta. Unos metros más abajo se encuentra la sede del DTP, en la que normalmente la hospitalidad es desbordante.
Ayer, sin embargo, nadie prestaba atención al reportero. Los ojos de todos estaban clavados en un viejo televisor pasado de volumen, en la que el presidente del Tribunal Supremo leía, en diferido, la sentencia que ponía fin a la formación política.

En anteriores ocasiones, ese mismo televisor mostraba videoclips que ensalzaban la vida de los jóvenes guerrilleros del PKK en la montaña, o a jóvenes «mártires» autoinmolados para protestar por el encarcelamiento de «Apo», como se conoce popularmente a Abdulá Oçalan, el líder del grupo armado independentista. Las canciones eran coreadas ruidosamente por los miembros del partido. Pero ayer nadie decía nada.

El crujido metálico del altavoz reverbera en la sala. «La gente está muy decepcionada. Yo misma pensaba que al final no lo iban a ilegalizar», susurra Emine, una muchacha de Mardin cuyo hermano, dice, está en las montañas con el PKK.

Enfundados en chaquetas baratas -el único calor en la sala es el de los tés humeantes: nadie sabe si podrán pagar las próximas facturas de calefacción-, los militantes sacuden la cabeza ante cada nueva revelación del tribunal. Muchos todavía tenían esperanza: la reciente apertura de una oficina del DTP en Estados Unidos había llevado a algunos analistas a pensar que la reunión a principios de esta semana entre Erdogan y Obama podía influir positivamente en la sentencia.

«Bah, eso lo habían dicho los periódicos turcos. Propaganda, como siempre», espeta desde una esquina un tal Mehmet, los labios apenas visibles tras su frondoso bigote blanco.
De repente, en la calle suenan unos gritos. Todos corren a la ventana: en la entrada de la sede se ha reunido medio centenar de jóvenes, que, como dándole la razón al tribunal, cantan: «¡Sí. El PKK somos nosotros, y nosotros estamos aquí!».

Cruzan un par de contenedores en el asfalto a modo de barricada, y se pierden calle abajo entre cánticos y eslóganes. En la esquina, los policías antidisturbios se bajan la visera de los cascos, preparándose para cargar. Detrás de ellos, las luces rojas y azules giratorias de la tanqueta iluminan la calle a ráfagas. Va a ser una larga noche en Tarlabasi.

La justicia turca ilegaliza el DTP


LA JUSTICIA TURCA ILEGALIZA EL PARTIDO KURDO DTP, LA CUARTA FUERZA EN EL PARLAMENTO

Daniel Iriarte - Estambul
12-12-2009 - Diario ABC

«No se le puede dar libertad de organización a un partido que se mezcla con el terrorismo». Con estas palabras, Hasim Kilic, presidente del Tribunal Supremo de Turquía, sentenció ayer la ilegalización del Partido Sociedad Democrática (DTP), de base kurda, al considerar que existen vínculos entre esta formación y la guerrilla del PKK. El DTP es el único partido kurdo parlamentario y actualmente cuarta fuerza en la Cámara, con 21 de los 544 escaños.

«Hemos tenido en cuenta la ilegalización de Batasuna en España», afirmó Kilic, añadiendo que se ha ordenado también que todas las cuentas bancarias del partido sean intervenidas. La comparación entre ambas organizaciones no es gratuita: durante los últimos años el DTP ha mantenido relaciones tanto con Batasuna como con el irlandés Sinn Fein, y no era extraño que cada grupo enviase delegados a los congresos de los demás. En los últimos tiempos, no obstante, esta relación se había enfriado, al considerar el DTP que su filosofía política estaba más cercana a Aralar que a Batasuna.

Según declaró Kilic, el partido era un «foco de actividades perjudiciales a la independencia del Estado y a su unidad indivisible».

Una semana de disturbios

La decisión venía siendo esperada desde hace largo tiempo. La disolución era posible con apenas siete de los votos en el Tribunal Supremo, y finalmente los once jueces se pronunciaron de forma unánime. Todo ello a pesar de las recomendaciones de la Unión Europea, que había advertido de que este paso podría suponer una violación de los derechos de la minoría kurda.

La ilegalización tiene lugar en medio de una escalada de violencia en el conflicto kurdo. Durante toda esta semana, simpatizantes del PKK provocaron disturbios por todo el país para protestar por las condiciones de encarcelamiento de su líder, Abdulá Oçalan. Las manifestaciones se saldaron con más de 800 detenidos, un centenar de heridos y al menos un joven kurdo muerto por disparos de la Policía.

Esta semana fallecía también Serap Eser, una estudiante de 17 años que el pasado noviembre fue alcanzada por un cóctel molotov arrojado contra un autobús público en una manifestación pro-PKK en Estambul. Más extraña es tal vez la emboscada que el pasado martes se cobró la vida de siete soldados en Tokat, en el norte del país, reivindicada por un comando del PKK que no operaba bajo las órdenes del mando central. Anteayer, el ejército lanzaba una ofensiva de represalia en la que murieron nueve combatientes del PKK.

Estas muertes han caldeado el ambiente en la opinión pública, especialmente en el lado turco. «Pero en realidad, esto no ha influido en la sentencia. La decisión estaba tomada hace tiempo, y se tomó a nivel gubernamental», asegura a ABC Mustafa Avci, copresidente del DTP en Estambul. Tal vez la consecuencia más grave para la militancia kurda radica en que treinta y siete de sus miembros más prominentes no podrán participar en política durante los próximos cinco años. Se espera que los disturbios se recrudezcan en los próximos días.

Sin embargo, en el DTP ya tenían prevista esta posibilidad, y se habían preparado para ello. De hecho, no es la primera vez que la justicia turca ilegaliza un partido de base kurda: ya lo hizo en 2003 con el HADEP, cuya continuación, el DEHAP, es la antecesora del DTP. «Tenemos listo el nuevo partido desde hace un año», asegura Mustafa Avci. «Ya tiene nombre y todo: Partido de la Paz y la Democracia», dice.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Sobre el DTP


El viernes pasado, el Tribunal Constitucional de Turquía ilegalizó el DTP, un partido de base kurda que era la cuarta fuerza política del país. Aprovecho para reciclar varios artículos míos publicados al respecto.



“NO SOMOS EL BRAZO POLÍTICO DEL PKK”


Daniel Iriarte – Diyarbakir
Diario ABC, 4-10-2009

«No somos el ala política del PKK», insisten una y otra vez los líderes del Partido de la Sociedad Democrática (DTP), de base kurda, la cuarta fuerza política de Turquía con un total de 22 diputados en el Parlamento. A pesar de ello, sus ambiguas relaciones con la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (el PKK, considerado un grupo terrorista por la UE y EE.UU.) le aseguran el hostigamiento constante del poder judicial. La semana que termina debería haber tenido lugar en Ankara una sesión del juicio contra los líderes del DTP Ahmet Türk y Emine Ayna, y el diputado Selahattin Demirtas, por «apología del terrorismo». Sin embargo, los dos dirigentes decidieron no presentarse.

«Hay muchos diputados que tenían juicios abiertos por corrupción cuando entraron en el Parlamento, y todos se paralizaron automáticamente. En nuestro caso, es un juicio a la libertad de pensamiento y no se ha detenido, y por eso creemos que esta situación es injusta y no acudiremos al tribunal», asegura a ABC Emine Ayna, quien preside el partido junto al más moderado Ahmet Türk. «El DTP tiene una estructura bicéfala, siempre hay dos jefes a cada nivel», explica Mustafá Avci, copresidente del partido en Estambul. El propósito es que, en caso de que uno de los líderes sea arrestado, siga habiendo otro al mando. El partido tiene abierta una causa de ilegalización que en la actualidad está paralizada.

El ejemplo de Gandhi

Oficialmente, el DTP propugna una solución pacífica al conflicto kurdo, si bien nunca ha condenado la lucha armada del PKK. «La gente dice que los kurdos deberían seguir el ejemplo de Gandhi, que puso a su gente sobre los raíles del tren, y los británicos no les hicieron daño. La diferencia es que aquí, cuando los manifestantes se tumbaron sobre un puente en Nusaybin, los tanques del ejército turco pasaron sobre ellos», declaró recientemente Ahmet Türk.

Osman Baydemir, el popular alcalde de Diyarbakir -ganó las últimas elecciones con un 65% de los votos, el doble que su rival más cercano-, se muestra menos radical: «Sin duda los kurdos apoyan una política pacifista, pero también se sienten inseguros frente al gobierno y al estado, y esto se debe a la historia de los últimos setenta años. En ese tiempo no se ha cumplido ninguna promesa hecha a los kurdos ni han tenido lugar avances positivos. Y por ello ahora hay un problema de confianza».

El DTP gobierna en 54 alcaldías en el sureste del país. «En diez años de gobierno local en la región, hemos conseguido dar a la población cuatro o cinco veces más cantidad de servicios que en los ochenta años anteriores de la República de Turquía», afirma Baydemir. Sin embargo, son muchos los que ven a los miembros de este partido como radicales: es el único partido de peso que no se refiere al PKK como «terroristas». «Antes del levantamiento del PKK nadie conocía nuestro problema. Hemos mejorado, y ahora, cuando se nos reconozcan nuestros derechos culturales, esperamos que el PKK deje las armas y se reintegre en la vida política normal», comenta Ferit Çelik, alcalde de Karliova, también del DTP. «Por mucho que lo rechacen, el PKK es el representante de los kurdos y debe ser el interlocutor en este proceso de paz», dice a ABC.

Cárcel por hablar kurdo

Por ello, las alcaldías de este partido sufren con frecuencia el boicot de la administración central. «No nos reconocen», se queja Çelik. «La situación ha mejorado, pero el problema kurdo anda lejos de estar resuelto», comenta Baydemir: «Yo soy alcalde, y sin embargo tengo varios juicios abiertos. Se pide para mí un total de 283 años de cárcel. La mayoría son por hablar en kurdo», asegura.

Alcalde Superstar



No hace falta pasar mucho tiempo en el Kurdistán turco –llamémosle así, por simplificar, más allá del contenido político de la palabra- para darse cuenta de la complejidad del asunto. Una primera pista: la alcaldía de Diyarbakir, la principal ciudad de la región, financia el Foro Social de Mesopotamia, que no deja de ser un foco de contestación antiestatal, tanto la pro-kurda como la convencional. Me pongo a filmar, y un tipo con rastas se planta delante de mí, con bastante agresividad. “¿Estás loco? ¡No puedes venir a un campo político y filmar a la gente sin preguntarle!”. Tiene razón, supongo, pero eso ya da una idea de que las cosas así son algo diferentes que en España.

La segunda pista nos la da el propio alcalde de la ciudad. Abogado, antiguo activista pro derechos humanos, Osman Baydemir apenas tiene 37 años, pero ya lleva media década gobernando Diyarbakir, con el partido kurdo DTP. Las últimas elecciones las ganó con nada menos que el 65 por ciento de los votos. Baydemir también está en el Foro Social. Cuando sube al escenario, las masas le aclaman como si fuese una estrella del rock.

También tiene sus detractores, sobre todo entre los ultranacionalistas turcos: los que quieren acabar con su vida son legión.

Baydemir, innegablemente, es carismático. Pero ¿dónde podría ocurrir esto, que el ídolo de masas de los jóvenes fuese su alcalde, salvo en el Kurdistán?

martes, 1 de diciembre de 2009

Alimentar al monstruo



Esa tarde -hora española-, dos aviones pilotados por islamistas fanáticos tiraron las Torres Gemelas, y los occidentales nos encontramos en mitad de una guerra contra el islam. Así se percibía en el mundo musulmán, y así nos lo hicieron creer los mandamases de este mundo.


Súbitamente, un Occidente que no sabía nada del islam empezó a preguntar cosas. Y se le alimentó con datos sobre sus peores aspectos, vomitados por las agencias de noticias y rebotados de manera entusiasta por los medios tradicionales, bien por ignorancia o por convicción hacia la causa de la Civilización: manos amputadas a los ladrones en Arabia Saudí, lapidaciones en Nigeria, burkas para las mujeres afganas. Poco importaban los matices entre países, el que en Irán las mujeres sean conductoras de autobús o ministras, que los musulmanes alevíes turcos beban alcohol y no consideren el Corán un libro sagrado, que la poligamia esté prohibida en casi todos los países islámicos, que en Siria el ramadán sea algo más folclórico que otra cosa, que las playas de Líbano estén repletas de chicas en bikini: para el occidental medio, el Islam había pasado a ser un bloque homogéneo. Un bloque a temer, además.


No tengo la menor duda de que dicha información era interesada: estábamos en la “guerra contra el terrorismo”, de objetivo interminable, y para eso necesitábamos un enemigo a la altura. Tuvimos un Eje del Mal, en el que se incluyó en el último minuto a Corea del Norte y no a Siria, como estaba previsto en un principio. Hicimos la guerra en Afganistán y en Irak, y a punto estuvimos de tenerla también en Irán (evitada in extremis a pesar de los esfuerzos titánicos de Dick Cheney por provocarla). Estados Unidos abrió otros frentes en el Cuerno de África y, peor, en el Sahel, donde no existía terrorismo islámico hasta su llegada. Y había planes para abrir otro más en el Golfo de Guinea, en Nigeria (casualmente otro país rico en petróleo).

Para justificarlo se produjeron películas de propaganda, como la execrable “Lágrimas del Sol”, con Bruce Willis y Monica Bellucci, pagada por el Departamento Cinematográfico del Pentágono, como en los viejos tiempos de la Guerra Fría, que con su retórica de musulmanes-matan-cristianos preparaba el camino para el “intervencionismo humanitario armado”, en Irak y en otras partes del mundo. El señor Samuel Huntington vendió libros como churros con su teoría del Choque de Civilizaciones. Saddam Hussein era socio de Bin Laden, y lo mismo daba Hizbulá que Yasser Arafat, los chechenos que el Frente Moro de Filipinas, Irán que Yemen.


[Algunas voces, como el maestro Kapuscinski, aseguraban que el gran choque en realidad tenía lugar dentro del propio islam (como la guerra Irán-Irak); que el terrorismo islamista mataba, ante todo y sobre todo, a otros musulmanes; y que la verdadera guerra ocurría entre radicales y moderados. Después de mis experiencias de estos años, soy de la misma opinión.]

A los remisos, crisis como la de las caricaturas de Mahoma terminaron de convencerles. Claro, con fanáticos como esos, que son capaces de quemar una embajada por un dibujo, cómo vamos a hablar nada, y fíjate que los tenemos en casa también, nos decíamos, sin prestar atención al hecho de que donde se producían los disturbios eran países ya en profundo estado de crisis anteriormente, como Pakistán o los territorios palestinos. No hubo revueltas en Marruecos, Malasia, Indonesia, Jordania, Bangladesh o Egipto –donde yo estaba viviendo por aquel entonces-, ni siquiera en Argelia, un país que sufría una devastadora guerra civil inacabada. Pero a quién le importaba eso, el que los implicados en los disturbios fuesen un ínfimo porcentaje de todos los musulmanes del mundo: los mahometanos habían vuelto a demostrar su delirio irracional.

Estados Unidos se empantanó en Irak y Afganistán, y eso nos evitó una nueva guerra con otro país islámico. Y entonces llegó Obama y, de la noche a la mañana, la retórica antiislámica en los medios se suavizó hasta casi desaparecer: de repente ya no eran portada los ahorcamientos en Irán, ni las bestialidades de los saudíes, ni la sharia en África. En general, volvimos a retratar al mundo musulmán con sentido común, sin ignorar sus aspectos negativos, pero distinguiendo el programa nuclear iraní de la mezquita de la M-30, el terrorismo en Irak de la situación de la mujer en Marruecos, el conflicto en Somalia de los problemas de las banlieues de París.

Pero es demasiado tarde para la Alianza de Civilizaciones. El monstruo ha sido creado, y hay que alimentarlo: la opinión pública occidental es ya profundamente antimusulmana, y sólo quiere escuchar noticias que refuercen su visión. Ya sabe lo que es el islam, y no necesita otra versión. Les propongo un juego: busquen en internet cualquier noticia en la que aparezca la palabra "Islam", y lean los comentarios.

Ayer, Suiza votó en referéndum la prohibición de los minaretes en las mezquitas del país, y el sí obtuvo el 57 % de los votos. No criticaré los resultados –al fin y al cabo, es una medida tomada democráticamente-, pero sí indicaré que la noticia apareció en prácticamente todos los medios importantes del mundo. El día anterior, el mismo estado había realizado otro referéndum para ver si prohibía la exportación de armamento suizo a otros países, una medida que, de haberse aprobado, podría haber afectado a la vida –y a la muerte- de muchísima más gente. Que levante la mano el que se hubiese enterado.


domingo, 29 de noviembre de 2009

Samak y yo


Durante el año y pico que pasé en Tailandia, fue como una sombra permanente en la lejanía. Le eligieron primer ministro unos pocos días después de mi llegada, e inmediatamente tuvo enfrente un movimiento de protesta que acabó provocando una insoluble crisis de gobierno y haciéndole caer, pocos meses antes de mi salida del país.

Su nombre sonaba extraño a oídos occidentales: Samak Sundaravej. Además de su puesto en el gobierno, también tenía un programa de cocina en la televisión. Los periodistas le llamábamos antes por su nombre que por el apellido, como es costumbre en Tailandia. “¿Sabes la que ha hecho hoy Samak?”, nos decíamos. Y siempre había hecho algo: desde eructar en mitad de una entrevista de televisión a insultar a la corresponsal de Al Jazeera, la atractiva Selina Downes.

Samak era un ultraderechista al que se consideraba parcialmente responsable de los linchamientos de estudiantes comunistas en la universidad de Thamasat en 1976. Alcalde de Bangkok entre 2000 y 2004, había sido llamado por el anterior primer ministro Thaksin Shinawatra (derrocado por un golpe de estado en 2006) para ser su hombre de paja al frente de un nuevo partido: a Thaksin se le había prohibido presentarse a las elecciones, así que sus seguidores se reagruparon y crearon una nueva formación política, el Partido del Poder del Pueblo, que arrasó en los comicios de diciembre de 2007, principalmente por el apoyo de campesinos y obreros a los que se ganó con toda clase de medidas populistas.

Los sectores más conservadores de la sociedad nunca aceptaron esto, y prácticamente desde el primer momento vimos una protesta-mascarada en la que la oligarquía nobiliaria y empresarial se aliaba con generales retirados y miembros de las clases populares, llegando a tomar el Palacio de Gobierno e incluso el aeropuerto, en un intento rabioso de crear una situación de caos que justificase el golpe de estado. Se utilizó el nombre del rey para manipular a muchos –en Tailandia, la monarquía tiene un estátus casi divino, y es reverenciada como tal por la plebe-, y se pagaron grandes sumas de dinero a obreros pobres para que se mantuviesen acampados a modo de protesta, para darle a la rebelión un tinte popular en lugar de lo que realmente fue: un movimiento antidemocrático que quería acabar con el sistema de “un hombre, un voto” que había permitido a gente como Samak o Thaksin acceder al poder.

Samak, mientras tanto, se veía acorralado: no podía lanzar a las fuerzas del orden contra los manifestantes, puesto que el derramamiento de sangre hubiera precipitado el golpe de estado. Pero tampoco podía gobernar, ocupado como estaba en su propia supervivencia política.

Al final, Samak acabó cayendo como caen los tipos de su calaña –o la de Berlusconi-: se hizo pública una factura de 3.000 dólares por su participación en el programa de cocina, algo incompatible con su condición de jefe de gobierno. Él alegó que ese dinero era para “ingredientes”, pero nadie le creyó. Tras muchos vericuetos, se formó un gobierno de consenso que duró dos telediarios, y Samak hizo mutis por el foro.

Ayer, a los 74 años de edad, Samak pasó a mejor vida. Descanse en paz. Y esperemos que no se reencarne.

Aquí dejo la entrevista que dio a Al Jazeera.







sábado, 28 de noviembre de 2009

La fascinación de la montaña


Kurdistán es una palabra maldita. Antes del establecimiento de los estados-nación en esta región, designaba a la frontera de Anatolia con el imperio persa al este, la suroriental con Arabia, y el nordeste con el Cáucaso. Kurdistán significa “tierra de los kurdos”, denominación desafortunada porque en esta región siempre han habitado otros pueblos: armenios, siriacos, árabes. Pero tras la consolidación de la República de Turquía, y especialmente tras la rebelión de Dersim en 1937 –en la que unos 17.000 kurdos y alevíes fueron masacrados por el ejército turco, con Atatürk todavía al mando-, el Kurdistán dejó de existir.

Tras el levantamiento del PKK en 1984, la palabra adquirió un halo de clandestinidad: un Kurdistán independiente (todo él, empezando por la parte turca) eran lo que reclamaban los militantes kurdos mediante la lucha armada. Decir Kurdistán era buscarse problemas. Dependiendo de dónde se halle uno, todavía lo es.

“En esta zona, el PKK es bastante activo”, comenta Haci, camarero en un bar de carretera en Karliova. Unos días antes, nos cuenta, un grupo de guerrilleros se presentó en el cuartel de la policía. El día les había sorprendido antes de que pudiesen llegar a un lugar seguro, así que habían decidido entregarse. Llegaron hasta la comisaría, apoyaron las armas contra una pared cercana, y entraron en la sala.
“Hola, venimos a informar sobre acciones recientes del PKK”.
“¿Ah, sí? ¿Quién las ha cometido?”.
“Nosotros”, murmuraron, segundos antes de ser arrojados al suelo y esposados.

Las cosas andan mal en el Kurdistán. El desempleo en el sureste de Turquía alcanza el 50 % entre los varones (no existen datos sobre las mujeres, porque muy pocas trabajan). La politización entre estas masas de jóvenes desempleados es muy alta, aunque sea como mera reacción a esa falta de futuro. También lo es la represión: la ley antiterrorista iguala a un manifestante que entona un eslógan pro-PKK con un combatiente en activo, y se les aplica la misma pena. El historial de derechos humanos de las comisarías en el sureste es terrorífico.

Pero ya no estamos en los 90, cuando la guerra se cobraba decenas de víctimas cada día. “Cuando yo tenía veinte años, mi padre me mandó a estudiar a Rusia”, nos explica Ahmet, un empresario textil de Bingöl. “Era eso o la montaña: casi todos mis amigos se unieron al PKK. Hoy están todos muertos”, dice con amargura.


¡Cuarenta mil muertos! ¿No les hubiera ido mejor a los kurdos si el PKK no hubiese existido nunca?, les pregunto. ¡No!, me responden. Si los kurdos tienen los derechos que tienen hoy es gracias a la lucha del PKK. “Desde el Estado se ha intentado demonizar al PKK acusándolo de terrorismo, pero el PKK ha dado a conocer nuestra situación”, asegura Ferit Çilek, alcalde de Karliova. “Antes del levantamiento, nadie conocía nuestro problema”.

Los kurdos, me dicen, ya no quieren un estado independiente –sin duda una mala idea: un estado empobrecido, sin salida al mar, con vecinos empeñados en hacerlo fracasar-, sino una autonomía dentro de Turquía y que se reconozcan los derechos culturales de los kurdos. Así dicho, suena razonable. ¿Por qué, entonces, es una idea tan difícil de digerir para los turcos, incluso para los progresistas? Porque éstas son las palabras de Abdullah Öcalan, el encarcelado líder del PKK, la persona más odiada de Turquía, responsable de innumerables muertes no sólo entre los turcos sino también entre kurdos disidentes, contrarios a la política del PKK, rivales políticos o simplemente paisanos a cuya aldea se acusó de ayudar al ejército en su campaña contrainsurgente. Y ese es el principal problema que afronta el gobierno turco: ¿negociar con terroristas? ¿Aceptar a Öcalan como interlocutor? Demasiado para los estómagos de casi todos en Turquía.

Mientras tanto, los jóvenes kurdos arrastran los pies en el polvo, escupen en el suelo, golpean en el hombro de sus amigos, sin nada que hacer. El que trabaja se lamenta de que más le valdría no hacerlo. ”En el oeste ganan 40 o 50 liras (unos 25 euros) por día; aquí yo trabajo 12 horas, sin fiestas ni domingos y cobro 20 liras (9 euros). Esa es la diferencia”, masculla Haci el camarero. Los otros se limitan a vagabundear de aquí para allá, dudando entre emigrar a Estambul o Ankara o montar algún pequeño negocio ilegal. Hasta que un día, tal vez, un paso por comisaría les decida a subir para la montaña. Como ironizando, desde las cimas de las colinas de toda la región, los eslóganes oficiales nos gritan “Feliz aquel que puede decirse turco”.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

De kurdos


Por supuesto, yo sabía algo de los kurdos. Sabía que son el mayor pueblo sin estado del mundo, treinta millones de personas repartidas por el territorio fronterizo de cuatro estados: Turquía, Irak, Irán y Siria. Sabía que hablaban un idioma emparentado con el persa, y que sentían con fuerza la singularidad de su cultura, que se había resistido a los esfuerzos de asimilación de dichos estados.

También sabía que a los kurdos se les había prometido y después negado un estado propio tras la Primera Guerra Mundial, y que en el siglo XX se habían producido numerosas rebeliones kurdas contra la dominación externa –bien de las potencias coloniales, bien de las autoridades de los nuevos países de los que el capricho geopolítico les había hecho ciudadanos-, normalmente reprimidas a sangre y fuego.

Había leído que los combatientes kurdos habían sido utilizados por estos estados en contra el vecino, especialmente por parte de Irán contra Irak y de Siria contra Turquía. Y sabía que, por ejemplo, en 1975, Kissinger (¡siempre él!) había convencido al Sha de Irán para que dejase de prestar apoyo a los kurdos iraquíes que luchaban contra Saddam Hussein, tras lo cual éstos fueron masacrados.

También era consciente de que, desde el punto de vista cultural, el país en el que peor habían estado históricamente era Turquía, donde se negaba la mera existencia de la identidad kurda: los kurdos, según la ideología oficial, no eran otra cosa que “turcos de las montañas”, y su idioma una variante corrompida del turco. Sabía que en 1984 un grupo armado de corte marxista, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), había iniciado una guerra que ya iba por los 40.000 muertos, la mayoría kurdos. El estado turco había respondido con una feroz campaña contrainsurgente en la que se habían destruido más de 3.000 aldeas y con una ‘guerra sucia’ que había acabado con la vida de alrededor de 7.000 personas, sospechosos de colaborar con el PKK de uno u otro modo. Esto había disparado la simpatía hacia la guerrilla entre la población kurda, que les prestaba ayuda de forma masiva. Y, en los casos en que no era así, el PKK no dudaba en usar la violencia de forma despiadada para imponer la ‘colaboración’ a la población civil en las zonas bajo su control.

En 1999, el líder del PKK, Abdullah Öcalan, había sido capturado en Kenia, traído a Turquía y condenado primero a muerte y después a cadena perpetua, que cumplía como único interno en la isla-prisión de Imrali. Yo sabía que ahora la situación de los kurdos en Turquía era bastante mejor que antaño: ya no estaba prohibido el uso de la lengua kurda en la calle –aunque sí en la política y en la enseñanza pública-, y el sureste del país había salido del estado de excepción y se podía viajar libremente. Öcalan había renunciado al marxismo y a la idea de un estado kurdo independiente, y lanzaba estas ideas desde la cárcel. Pero tras unos años de tregua, en 2004 el PKK había vuelto a la lucha armada, y cada semana caían abatidos varios soldados –en su mayoría reclutas post-adolescentes enviados al sureste a cumplir el servicio militar obligatorio-, bien en ataques del PKK, bien por artefactos explosivos.

Yo sabía también que existía un partido político de base kurda, el DTP, que era la cuarta fuerza política de Turquía, en proceso de ilegalización por sus presuntos vínculos con el PKK. Y aunque había entrevistado a algunos miembros del DTP y ellos negaban ser el brazo político de la organización armada, yo, como todo el mundo, sabía que entre ambos grupos existía algo más que simpatía.

Entonces, viajé al sureste de Turquía, y, como siempre, todo resultó ser mucho más complicado de lo que parecía al principio.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Los servicios secretos, la globalización y Gaspar Canela


Es por la tarde, y estoy en la calle, fumando un narguile con una amiga. Mi teléfono suena: es el jefe de internacional de ABC, Borja Bergareche. Me llama por el caso del Arctic Sea, un barco ruso alrededor del que gira una extraña trama: oficialmente transportaba un cargamento de madera, y fue secuestrado por piratas frente a las costas de Suecia. Tras dos semanas desaparecido, fue finalmente rescatado por la armada rusa en Cabo Verde. Los piratas alegaron entonces ser ecologistas que querían impedir el “tráfico de madera”. Pero aparentemente, lo que el barco transportaba era algo bastante más delicado, tal vez armamento, con destino a Siria, vía Argelia. Todo apunta a que los “piratas” que abortaron la operación son en realidad agentes del Mossad, el servicio secreto israelí.

“El periodista que desveló la trama ha tenido que huir de Rusia, y está en Estambul, al parecer. Encuéntralo”, me dice Borja.

El tipo se tipo se llama Mikhail Voytenko, y trabajaba para un boletín marítimo de gran prestigio. Esos días, extrañamente, la web de esa gente aparece bloqueada. Me pongo a hacer llamadas, sin mucho éxito: entre los periodistas internacionales que conozco, nadie sabe nada al respecto. Llamo a Rafael Mañueco, el corresponsal de ABC en Moscú, que ha estado en contacto con Voytenko los días previos, y éste me da un número de teléfono y un e-mail. Ninguno de los dos está operativo.

Entonces, descubro que una periodista del St. Petersburg Times ha entrevistado a Voytenko por teléfono. La llamo a la redacción, y la chica me da el número. Mala suerte: es el mismo que me dio Mañueco. Pero me pasa otro e-mail diferente. Escribo, sin demasiada fe.

Unos días después, recibo una respuesta: Voytenko ya no está en Estambul, sino en Bangkok. Suelto una carcajada: de todos los lugares del mundo para esconderse, ha ido a escoger Bangkok. MI Bangkok. Si hay alguna ciudad del mundo donde tengo contactos, es esa.

Intento llamar al número que me ha dado Voytenko, pero hay problemas para contactar con él desde el extranjero, así que llamo a mi viejo amigo Gaspar Canela, el corresponsal de EFE en Tailandia, cordobés como él solo.

“Gaspar, ¿qué tal? Soy Dani Iriarte”
“¡Hombre quillo! Pues aquí et-toy, en un templo, con mi amiga Jenny, que vinimo’ de visita y no’ regalaron una et-tatua, y se ha roto, y hemo’ venío a devolverla!”.
“Escucha, tengo que pedirte un favor…”

Le pongo al corriente del asunto. Y Gaspar, que está hecho de la misma pasta que yo, se lanza a la piscina con entusiasmo. Llama a Voytenko. Éste no habla muy bien inglés, así que Mañueco nos ayuda con el ruso. Hacemos la entrevista. Misión cumplida.

Hay tres cosas que mueven el mundo: el amor, el aburrimiento y los servicios secretos. Moscú, Estambul, Bangkok. La historia, reconózcanlo, tiene su punto. Y más si conociesen a Gaspar…

"La versión rusa sobre el Arctic Sea no se sostiene"


"LA VERSIÓN DE LAS AUTORIDADES RUSAS SOBRE EL 'ARCTIC SEA' NO SE SOSTIENE"

Mikhail Voytenko, el periodista que desveló la trama oculta del Arctic Sea, se ha visto obligado a huir de Rusia tras recibir amenazas de muerte. Tras un breve paso por Estambul, ahora se encuentra oculto en Bangkok, donde conseguimos localizarle.

RAFAEL MAÑUECO/DANIEL IRIARTE

- ¿Desde que llegó a Tailandia, ha hecho alguna nueva averiguación sobre el “Arctic Sea”, algo nuevo que no se haya dado todavía a conocer?

No, el misterio continúa. Parece que las autoridades rusas están poniendo un empeño enorme en que no se sepa nada del asunto.

- ¿Por qué cree que el caso del Arctic Sea ha suscitado tanto interés?

Creo que el gobierno ruso ha cometido algunos muy graves, y por eso la opinión pública internacional se ha tomado tanto interés en este caso.

- El barco fue encontrado por la Marina rusa el 16 de agosto junto a Cabo Verde. Ahora se encuentra a 15 millas de la isla de Gran Canaria. ¿Qué ha hecho casi un mes el Arctic Sea en el Atlántico?

No lo sé, pero eso es un nuevo factor que indica lo turbio que es todo esto. Nadie ha dado información ni explicaciones sobre lo que está sucediendo con el navío y los cuatro tripulantes que, en teoría, continúan a bordo. Puede que ellos no estén ni siquiera en el barco. El hecho de que esté siendo remolcado hace pensar que así sea. Lo que es evidente es que la versión oficial de las autoridades rusas de que el “Arctic Sea” fue secuestrado por piratas no se sostiene, no es seria.

- ¿Cuál podría ser la carga real del barco? Piense que el suministro de misiles S-300 es algo que Rusia tenía previsto, ya que Moscú considera que no vulnera ninguna ley internacional por tratarse de armas antiaéreas defensivas. Se estima además que, por su tamaño, es imposible esconder ese tipo de cohetes en un mercante como el Arctic Sea.

Nadie sabe qué carga lleva o llevaba el Arctic Sea. Desde luego, la Armada rusa no hubiera organizado un operativo así por un alijo de drogas o por una partida de fusiles.

- ¿Podría tratarse de armas nucleares o sus componentes?

Tal vez, no lo sé.

- ¿Podrían estar implicadas las autoridades rusas?

Creo que se trata de una transacción más bien de carácter privado o semiprivado, que, al final, ha salpicado a la dirección política del país.

- ¿Crimen organizado vinculado a alguna estructura militar?

Probablemente.

- ¿Era usted consciente de los riesgos cuando explicó lo que pensaba sobre el verdadero cargamento del barco?

Cuando me vi envuelto en esta historia entendí que era un caso importante, pero, la verdad, no esperaba que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera. En Moscú no temía tanto la presión y las amenazas como el verme vuelto en una historia criminal. Porque en ese caso me matarían seguro.

- ¿Por qué huyó?

Recibí una llamada de teléfono que me dijo que “estaba poniendo palos en las ruedas de gente importante” y que “estaban enfadados conmigo”. Me dijo que abandonase Rusia lo antes posible. La llamada en sí no me asustó, sólo por eso no me hubiera escapado. Pero la atmósfera general era muy tensa y comprendí que corría verdadero peligro. Hay personas muy importantes implicadas, y los me llamaron conocían quién era yo y cuáles eran mis movimientos. Así que me fui a Estambul.

- ¿Recibe ayuda de alguien?

Desde Estambul llamé a mi compañía, a Sovfracht, y allí me dijeron: “Estás sólo en esto”. No podía quedarme en Estambul porque era muy caro. Conocía Bangkok de una visita que hice hace tres años, así que me vine aquí, que es mucho más barato. Tengo ayuda y apoyo de mis amigos.

- ¿Teme por su vida?

Ahora mismo, aquí, no.

- ¿Qué piensa hacer ahora?

Me gustaría volver a Rusia, si encuentro la forma de recuperar mi trabajo, mi vida. Pero no sé cómo evolucionará esta historia. Me temo que me quedaré en Bangkok durante un tiempo. Ahora no puedo volver, es imposible.

- ¿Hay algo sobre este caso que no se haya publicado aún y que debería saberse?

Las preguntas más importantes no se han hecho todavía. Ningún periodista se está atreviendo a llegar hasta el final del asunto. ¿Quién fletó el barco? Alguien tuvo que hacerlo. ¿Cómo pudo llegar hasta tan abajo sin que nadie lo encontrase? Los aspectos más importantes no son públicos aún. Personalmente, me asusta llegar a saber.

GASPAR CANELA contribuyó a esta entrevista.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Respuesta a una crítica


Hace unos días, una persona criticaba, con algo de razón, mi post Están locos estos "kemalistas". Esta es mi respuesta a esa crítica.


Hola, Deniz. En primer lugar, gracias por leer el blog. En segundo lugar, he de decir que tienes razón en la primera parte de la crítica: admito que CHP y MHP no son lo mismo, y que Deniz Baykal está a años de luz de Devlet Bahçeli en cuanto a moderación. Y también tienes razón en la referencia al golpe militar: allí, según tengo entendido, sufrieron todos, excepto los que estaban en el poder. Y me disculpo por el tono agresivo de mi post. Estos errores y afirmaciones injustas ya están cambiados en el texto.

Además, tengo que clarificar que yo no soy pro AKP, sino simplemente un observador extranjero, con todas las carencias que eso conlleva (por supuesto hay cosas que no conozco, e incluso otras que no entiendo), pero también con sus ventajas: tengo la suficiente distancia emocional para intentar ser un poco objetivo. No me gusta
Erdoğan, pero tampoco le odio: simplemente le observo y escribo sobre lo que hace.

Lo que yo intentaba señalar es que en Turquía existe cierta paranoia ultranacionalista: episodios como el de las corbatas o el de “la foto de Öcalan” lo ponen de manifiesto. Al menos vistos desde fuera, resultan absolutamente ridículos. No sé si estás de acuerdo conmigo, ya que no haces referencia a ellos en tu crítica.

Pero creo que hay una cosa en la que estás equivocada. Dices: “Son la gente de AKP, lo del gobierno, que cree lo que pusiste tu”. Tal vez. Pero te aseguro que el discurso de “que el enemigo exterior –sea Grecia, Armenia, Europa o EE.UU.- quiere romper la unidad de Turquía; que todos los kurdos son unos terroristas; que el fundamentalismo islámico acecha tras cada pequeño gesto del primer ministro Erdoğan. O, con frecuencia, que todos estos elementos conspiran juntos para destruir Turquía” lo he escuchado de gente –no una ni dos, sino mucha gente- que se identificaba como “kemalista”, desde algunos korucular hasta alumnos del Instituto Cervantes (uno decía que el problema kurdo se resolvía "acabando con los kurdos", lo cual no suena muy democrático, ¿no te parece?). Si crees que he generalizado, y te sientes atacada por mi comentario, te pido disculpas. Pero no puedes negar que hay gente que dice esas cosas. Y no sólo en el MHP.

Y ahora voy a hablar como periodista, como observador que lee la prensa turca a diario, y que habla con gente de todo tipo de forma regular. Desde que sigo la política turca he visto que el gobierno del AKP ha tomado ciertas medidas, algunas de ellas muy equivocadas, pero otras muchas, desde mi punto de vista, positivas: el acercamiento a Grecia, a Armenia (sin que ninguna de esas cosas signifique “rendición”, como dicen algunos), intento de resolución del conflicto kurdo, de la cuestión de Chipre… ¿Sabías que hasta 2004 la violación de una chica a manos de un miembro de las fuerzas de seguridad no se consideraba delito? ¿Sabías que hasta entonces la pena por un crímen de honor era de sólo 6 meses de cárcel, porque el factor “honor” era un atenuante? Que yo sepa, esas medidas estaban en vigor con gobiernos “kemalistas”, y fue el AKP el que cambió esto... (cierto, no fue iniciativa suya, sino de algunos grupos feministas, pero estos grupos ya estaban trabajando antes, y nadie les había hecho caso hasta entonces, ni siquiera la Primera Ministra Tansu Çiller, en sus años de gobierno).

Entiendo, y me parece legítima, la preocupación de muchos turcos y turcas respecto a la islamización de su país. A mí también me gusta Turquía precisamente porque NO es Irán. Sé muy bien lo que significa el islamismo: he vivido en Egipto. Pero precisamente por eso, los del AKP me parecen unos islamistas bastante descafeinados, muy alejados de la agresividad de Hamás, Hizbulá, los Hermanos Musulmanes, los wahabbíes del Golfo Pérsico, los talibanes afganos o los Pasdaran iraníes. Seguro que dentro del AKP hay elementos fundamentalistas, pero por el momento priman los moderados, como Abdullah Gül.
Erdoğan, a pesar de su pasado radical, no es Erbakan. Eso no significa que tengan que gustarnos, pero la manera de derrocarles debe ser solamente a través de las elecciones.

Y lo que veo es que cada vez que el gobierno de
Erdoğan intenta tomar cualquier medida, la oposición –no sólo el MHP, sino también el CHP- se le echa encima y le acusan de “traidor”, de “querer dividir el país”, etc. No digo que todas sus iniciativas sean buenas, ni la forma en que el gobierno intenta llevarlas a cabo. El AKP tiene un montón de cosas negativas: corrupción, abuso de autoridad, nepotismo. Pero lo que percibo es que la oposición es casi siempre muy poco constructiva: consideran que absolutamente todo lo que haga el AKP es malo, y que aquí no hay que cambiar nada porque todo era perfecto con Atatürk. Eso es lo que yo intentaba criticar en mi post.

Lo que yo digo es que me caen fatal aquellos que no aceptan otra idea que las suyas. Me he encontrado a unos cuantos en Turquía, y, lo siento mucho, te guste o no, casi todos decían ser “kemalistas” –alguno del AKP había, también, pero su discurso iba por otro lado-. Seguro que me he excedido al extender el término a todos los kemalistas, y me disculpo por eso. Creo que Andrés, en su comentario, ha entendido lo que yo quería decir. El problema, supongo, es que no elegí las palabras adecuadas.

Dicho esto, espero que podamos rebajar el tono de ataque personal en esta discusión –yo ya me he disculpado-, y si tienes algo que añadir –siempre que no sea insultando-, me encantará leerlo. Es más, un día podemos sentarnos a tomar un café y hablamos sobre todo esto.

Un saludo

Daniel

PD: Como para darme la razón, ahí están las palabras de Onur Öymen -del CHP, es decir, kemalista, esta vez sin comillas- en el Parlamento el viernes pasado, proponiendo como ejemplo positivo los sucesos de Dersim en 1937, en los que miles de personas fueron masacradas por el ejército turco...

jueves, 5 de noviembre de 2009

Café turco


El café turco, más que una bebida, es una filosofía. Wail, un sirio de mi clase de turco que vive en Dubai, me comenta: “En los Emiratos, la gente pide un café y se lo toma de un trago, con prisa, sin paladearlo”. Esto es imposible con un café turco: es necesario dejarlo un rato sobre la mesa, dando tiempo a que los posos desciendan hasta el fondo del vaso. De este modo, no queda otra que tomárselo con calma, disfrutando del momento.

En Oriente Próximo, los cafés son siempre mis lugares favoritos, con sus aromas dulzones y el eterno entrechocar de las fichas del tawle, que aquí llaman tavla y en el mundo anglosajón, backgammon. He de decir que no todo es perfecto: en Estambul, las mujeres liberadas no vienen aquí sino a los bares donde se sirve cerveza. En los cafés –al menos los tradicionales- uno sólo encuentra a alguna extranjera despistada o iconoclasta. Es territorio masculino.

Pero el café es un punto de reunión, un centro de vida, la gota de agua que encierra el complejo universo de esta región. Aquí se comenta el devenir del barrio, se anima al que ha sufrido una tragedia, se le bajan los humos al soberbio. Los cafés son Oriente, y éste no es sino sus cafés. “Por eso me gusta tanto Estambul”, dice Wail -que es mediterráneo, mucho más cercano a nosotros que a las austeridades beduinas del Golfo-, “aquí han aprendido a saborear la vida”. Palabras que hago mías.

Lanza Libre


Uno de los significados de la palabra inglesa “lance” es la castellana “lanza”. Así pues, el término anglosajón ‘freelance’ podría traducirse evocadoramente como ‘lanza libre’, con todas sus resonancias épicas.


Hay quien dice que los periodistas freelance son mercenarios que escriben para quien les paga. Alguno hay, pero la mayoría de los que he conocido son más bien almas independientes que no quieren atarse a una doctrina política, religiosa u oficinística, gente que libra sus propias guerras y no las de un partido o grupo empresarial. Si acaso, cabe más bien compararles a la figura del ronin, el samurai vagabundo en busca de un señor y una batalla, siempre de forma temporal.

El periodismo freelance siempre fue una actividad dura: ahora, con la crisis, es una odisea. Todo apunta a que, en el futuro, casi todos los plumillas lo seremos. A mí, dentro de lo que cabe, me va bastante bien. Hubo un tiempo en el que pude, supongo, haber trabajado en una oficina y tal vez, sólo tal vez, optar a una corresponsalía bien pagada y con condiciones laborales más o menos decentes, pero las cosas salieron como salieron. Retrospectivamente, e introspectivamente, creo que no podía haber ocurrido de otro modo.

Aquí dejo mi video de presentación para VJM, la televisión en internet con la que colaboro, con base en Holanda. Está un poco desfasado, pero el espíritu sigue siendo el mismo.






Dentro de unas horas salgo para el norte de Irak.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La báscula



Esta semana pasada, mis compañeros de fechorías periodísticas Andrés Mourenza (Agencia EFE) y Francisco Martínez (El Mundo) y un servidor perpetramos el cortometraje ‘La báscula’, rodado en Estambul. El corto ha ganado la sección Amal Express del Festival Amal de Cine Árabe de Santiago de Compostela. Como creo que la temática del corto puede encajar con el contenido de este blog,
aquí lo dejo.

Podéis leer la reseña sobre el palmarés del festival en ABC, o una más específica sobre 'La báscula' en la web de Mediterráneo Sur.

viernes, 30 de octubre de 2009

Turquía se gana un suspenso


29-10-2009

Daniel Iriarte – Estambul

Turquía va para atrás. Al menos eso es lo que se desprende de cuatro informes publicados recientemente por importantes entidades internacionales. Las Naciones Unidas indicaban esta semana que, además de haber bajado tres posiciones en el Índice de Desarrollo Humano, Turquía ocupa el puesto 101 de 109 en cuanto a igualdad de género en puestos de responsabilidad (aunque el índice no incluye a países no miembros de la ONU ni a estados fallidos como Afganistán). Un informe del Foro Económico Mundial sobre el mismo tema señala que Turquía está en el puesto 131 de 134, por delante tan sólo de Arabia Saudí, Benin, Pakistán, Chad y Yemen, y un puesto por detrás de Irán. Ambos índices, empero, no miden la situación general de la mujer –algo difícilmente cuantificable-, sino el acceso de ésta a altos cargos políticos o empresariales.

“Estamos acostumbradas. Aparece un informe y automáticamente buscamos Turquía al final de la lista”, comenta socarronamente Hülya Gülbahar, presidenta de la Asociación de Apoyo y Formación a las Mujeres Candidatas. “En media Turquía se hace política sin una sola mujer, y hasta que esto no se resuelva, las cifras no cambiarán”, asegura.

Por su parte, el informe anual sobre Libertad Religiosa en el Mundo del Departamento de Estado norteamericano señala que en Turquía, a las minorías religiosas “se les bloquean los ascensos en las instituciones públicas por razón de su fe”, y se les dificulta la “celebración de ceremonias, el registro de asociaciones en el gobierno, y la formación religiosa de sus feligreses”. Aunque la promoción de la libertad religiosa no es una de las prioridades del AKP, durante los últimos años se ha producido cierta apertura, que muchos observadores atribuyen al intento de entrar en la Unión Europea.

“Existe un acuerdo sobre un escenario de mayor libertad religiosa de cara al acceso a la UE, pero la voluntad política de implementarlo es escasa, y va muy despacio”, comenta a ABC Hugh Pope, analista del International Crisis Group. “En Turquía es casi imposible construir una iglesia, pero los turcos están construyendo miles de mezquitas en Europa. Lo que los turcos tienen en Europa, los europeos deberían tenerlo en Turquía, pero este país se siente inseguro y piensa en términos de colonialismo del siglo XIX y actúa en consecuencia”.

Pero la peor parte se la lleva la libertad de expresión: la semana pasada, el informe anual de Reporteros Sin Fronteras indicaba que Turquía ha bajado 20 posiciones en el Índice de Libertad de Prensa. El martes, la Corte Europea de Derechos Humanos fallaba contra Turquía por el cierre temporal de cuatro periódicos, a los que se había acusado de hacer propaganda del PKK. Para Ferai Tinç, presidenta del Instituto de Prensa Internacional, “el cierre de periódicos indica que en términos de libertad de prensa, Turquía va detrás de sus propias experiencias democráticas”.

La prohibición de YouTube –desde que en 2008 unos internautas griegos colgaran un video mofándose de Atatürk, el fundador de la República- o el encarcelamiento del periodista Haci Bogatekin están entre las razones de esa caída. También ha influido una sanción multimillonaria al grupo mediático Dogan, muy crítico con el gobierno, y cuya imposición ha sido “injusta” y políticamente motivada, según el último Informe de Progreso de la Unión Europea. Como subraya Pope, “Turquía tiene mucho que hacer aún si quiere entrar en la UE”.

jueves, 8 de octubre de 2009

Están locos estos "kemalistas"


Lo admito: les tengo poca o ninguna simpatía. Algunos autoproclamados "kemalistas" son el verdadero escollo para esa “nueva Turquía” de la que tanto se habla (y no, como se sigue pensando en la miope Europa, los islamistas moderados del AKP, que aunque no son ningunos benditos, están resultando ser infinitamente más demócratas que los grandes partidos seculares tradicionales).

Mustafá Kemal Atatürk fue el tipo que salvo a Turquía del desmembramiento total a manos de las potencias occidentales, el que creó la República, modernizó el estado, impuso una muy necesitada secularización.

Pero, por Dios, todos los innegables logros de Atatürk ocurrieron hace ochenta años. Pues bien, existe una escuela de pensamiento único, en la que mucha gente se ha formado en las última decadas, gente que sigue razonando conforme a esquemas caducos: que en Turquía todos son turcos sunníes (es decir, no hay kurdos, armenios, alevíes, laz… y si los hay, son quintacolumnistas en manos de potencias extranjeras); que el enemigo exterior –sea Grecia, Armenia, Europa o EE.UU.- quiere romper la unidad de Turquía; que todos los kurdos son unos terroristas; que el fundamentalismo islámico acecha tras cada pequeño gesto del primer ministro Erdoğan. O, con frecuencia, que todos estos elementos conspiran juntos para destruir Turquía.

Y en su delirio –porque no puede calificarse de otra cosa-, algunos jueces e instituciones de seguridad, feudos por excelencia de esta forma de pensar, siguen empeñándose en aplicar la legalidad –establecida en su mayor parte a raíz del golpe militar de 1980- y los viejos modus operandi con exceso de celo, hasta el absurdo.

Algunos ejemplos:

Febrero de 2008: Ankara se prepara para recibir al presidente de Senegal. La policía monta la de Dios porque confunden las banderas que se cuelgan en el ayuntamiento con las del PKK (sí, comparten los colores rojo, verde y amarillo, pero nada más…).

Julio de 2009: Detienen a un abogado en Ankara porque cuelga un retrato de su padre, recientemente fallecido, en un despacho, al alegar la policía que en realidad no es el susodicho sino Abdulá Öcalan (el encarcelado líder del PKK). En 2001, detuvieron al propietario de un restaurante en Estambul por tener saleros que se parecía a Öcalan.

Pero la noticia de hoy es la más grotesca de todas: han detenido al director de un instituto en Cizre porque algún preboste local ha alegado que la figura bordada que aparece en las corbatas del centro no es Atatürk, sino Öcalan. Lo peor es que ¡el dibujo no se parece a Öcalan ni en broma! Tampoco a Atatürk, todo hay que decirlo…


Si acaso a Richard Nixon...

Todo esto sería divertido si no fuese profundamente trágico. Ay, Turquía, cuánto tienes que cambiar todavía.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Cuando el aire huele a gas pimienta


Siempre que tengo que dar indicaciones sobre cómo llegar a mi apartamento, digo: “Bajas Tarlabaşı y te paras donde el tanque”. Porque al lado de mi casa hay un tanque, un vehículo antidisturbios aparcado delante de la comisaría del barrio. Pero estos días no está: se lo han llevado por aquello del jaleo por lo del Fondo Monetario Internacional.


En Osmanbey, en el Hotel Hilton, se están reuniendo los líderes mundiales en uno de estos encuentros refundadores del capitalismo que vienen ocurriendo en los últimos meses. Mientras tanto, los manifestantes contracumbre han intentado llegar hasta el edificio, a pesar del impresionante despliegue policial, y se ha liado la de San Quintín. Previsible.

Los policías turcos son duros. Los activistas políticos, también. En Turquía, la política no es ninguna broma: aquí, los agentes son de bofetada fácil y acusación rápida. Los manifestantes, fantasma de guerrilla urbana –es fácil comprender la descarga de adrenalina, y la inmadurez política del que la busca-, juegan al gato y al ratón con la policía por las calles de Beyoğlu: surgen de una bocacalle, tiran cuatro piedras, corren ante la embestida despiadada de los policías, algunos caen bajo los pelotazos, los botes de humo y las manos como tenazas que les arrestan. Un dato: casi todos los periodistas locales se han traído máscaras antigás, porque ya saben de qué va el percal. Los tenderos se sientan en la puerta de sus negocios con un té en la mano, a observar lo que, desde la barrera, parece más un episodio de dibujos animados que una batalla.

Y los manifestantes han perdido de antemano: dos helicópteros acechan implacables como halcones predadores (uno espera algo de ruido de tráfico en una entrevista al aire libre, pero no tener que interrumpirla porque el ruido del rotor no te deja escuchar al entrevistado. Hasta tres veces he tenido que pedirle a mi interlocutor, un periodista turco-armenio, que por favor comenzase de nuevo). Los activistas se han dispersado en pequeños grupos; una cabeza de unos dieciséis años se asoma tras una esquina, y tras otear el horizonte, da la señal para que una fila de criaturas –de lejos, se me antoja una familia de zarigüeyas- pase de puntillas hasta el siguiente refugio. Yo también me dejo llevar por el instinto cazador –aunque de otro tipo-, y vagabundeo cámara en ristre en busca de la imagen perfecta que, es mi sino, nunca llegará.

Istiklal ya está tranquilo, abarrotado como siempre. Las calles todavía huelen a gas pimienta; es sólo una centésima de lo que debe haber sido, pero los ojos y la garganta escuecen. Periodistas, antidisturbios y comerciantes se sacuden la resaca de los disturbios a golpe de escupitajos y blasfemias. El día se ha saldado con un centenar de detenidos y un muerto de un ataque al corazón, aparentemente provocado por los gases lacrimógenos. Mientras en el Hilton se firmaban acuerdos que van a condicionar nuestras vidas durante la próxima década, los activistas contracumbre perdían la batalla de la opinión pública a base de pedradas y cócteles molotov. Mañana, nadie pensará en por qué protestaban; los estambulíes, como el resto del mundo, sólo recordarán los escaparates rotos, los encapuchados amenazadores, el tráfico congestionado.

El tanque ha regresado a su esquina-madriguera. Bajando la calle desde Tepebaşı, unos hippies alemanes en una furgoneta –más clásica imposible: una vieja Wolkswagen en ruta hacia la India, como en los viejos tiempos- preguntan dónde pueden aparcar, completamente ajenos a lo que acaba de ocurrir. Bienvenidos a Estambul.


martes, 1 de septiembre de 2009

Miedo de una cuerda


Estoy haciendo un reportaje sobre qué piensan los turcos sobre la UE. Entro a preguntar en una librería regentada por una pareja de hippies. Al principio son muy simpáticos, pero cuando saco la cámara de video, sus rostros se tornan lívidos. Mi traductor les explica que soy periodista, que si les puedo hacer una pregunta sobre la Unión Europea, pero ellos contraatacan: que quién soy yo, que para quién trabajo, que les enseñe el carnet de prensa. Al final, salgo de allí sin nada, bastante desconcertado.

- Probablemente son comunistas a los que la policía ha apaleado más de una vez – explica mi traductor.

Un hombre al que ha mordido una serpiente tendrá miedo de una cuerda, reza un proverbio kurdo. Turquía está cambiando mucho, y a mejor. Pero hay cambios que van muy despacio.

Kurdos


Acudimos a la sede del DTP, un partido de base kurda, a pedir una entrevista con el presidente. El lugar está apenas doblando la esquina de mi casa. El tema kurdo es una cuestión sensible en Turquía: hace unos años, cuando Andrés –el de la agencia EFE aquí, que se está convirtiendo en mi nuevo compañero de fechorías- vivía en ese mismo edificio, los ultranacionalistas atacaron la sede con un cóctel molotov. Por si acaso, intentamos pasar desapercibidos.


Allí, por supuesto, nadie habla inglés. A base de cuatro palabras de turco, mímica y mucha disposición por parte de nuestros interlocutores, conseguimos medio hacernos entender. Al poco, una muchacha, estudiante de bellas artes, aparece para, con más voluntad que idioma, hacer de traductora.

Mientras esperamos, nos hacen pasar a un comedor en el que una mujer prepara una sopa de yogur en una gran cazuela. En la tele tienen puesto Roj TV, el canal del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (el PKK, que la UE y los EE.UU. consideran un grupo terrorista). Roj TV se emite desde Copenhague, porque en Turquía está prohibida, pero puede verse a través de satélite (en el Kurdistán turco, me han dicho, la gente prácticamente no ve otra cosa). En la pantalla, videoclips celebrando a los guerrilleros kurdos, los famosos peshmergas (“los que enfrentan a la muerte”). En uno de ellos, extraño, una bella joven se encarama a lo alto de una montaña y cruza los brazos. “Es un homenaje a una mujer que se inmoló para protestar por la captura de Abdulá Öcalan”, explica la traductora.

Los hombres se interesan por nosotros. “Somos periodistas”, decimos. “Ah, dos periodistas estuvieron aquí hace unos días”, nos cuentan. “Vascos”. Del Gara, al parecer. (Hay quien afirma que el DTP es la Batasuna del PKK. El paralelismo es tal vez forzado, pero lo cierto es que un representante del movimiento abertzale y otro del Sinn Fein acuden cada año a los congresos del DTP).

Nos empiezan a preguntar por el problema vasco. Explico que es una situación diferente al tema kurdo: que el País Vasco es una región muy rica, que allí existe una policía y un parlamento autonómicos, que la gente puede estudiar el vasco y utilizarlo de forma oficial… En España tenemos democracia plena, afirmo. Algunos se ríen, escépticos. Están pensando, supongo, en la detención de militantes, en la ilegalización de Batasuna, en que no vaya a celebrarse ningún referéndum de independencia. Me siento ridículo: ellos ya han oído la versión de otros que afirman estar oprimidos, y lo que yo les cuento les suena a lo que han escuchado tantas veces de las bocas de los turcos. Les hablo de la disolución de ETA político-militar, de la organización estatal de España por autonomías, del peso político de los partidos nacionalistas. Los jóvenes se levantan y se van: no me creen, sin duda. Pero un hombre en la cincuentena se queda mirándome, pensativo*.

Poco a poco, los varones se retiran y el comedor es tomado por las mujeres, que también se acercan, curiosas. “Cuatro de mis hijos han muerto luchando por el PKK”, explica una de ellas. “Tengo problemas con mi marido: yo apoyo al PKK, y él no”, nos dice. Otra se levanta y empieza a entonar canciones kurdas, que los demás acompañan con palmas. En un momento dado, se arranca con una canción lastimera, y los demás se callan. “El es himno nacional kurdo”, dice un muchacho, el ‘Ey Reqîb’ (‘Ey, enemigo’).

Salimos de allí bien alimentados, saludados por fornidos apretones de manos y ligeros pellizcos femeninos en los brazos, y con una promesa de entrevista. El propietario del bakkal de la esquina me reconoce al salir. Frunce el ceño, me parece advertir.

Al día siguiente vuelvo a la sede para la entrevista. Esta vez me acompaña Seren, una chica kurda a la que he fichado como traductora. Al pasar por el bakkal, el tendero nos lanza una canción que se me antoja un desafío. Seren sonríe. “Es una vieja canción política kurda”, me dice. Sin duda es una provocación, pero no contra mí.


(*Los líderes del DTP saben esto. Hace un par de años, ante el ataque de un ultranacionalista que negó que el conflicto se fuese a solucionar dando más derechos a los kurdos, alegando el caso vasco, Ahmet Türk, el presidente del partido, le respondió: "Si los kurdos tuviesen los mismos derechos que los vascos, hace tiempo que se habría acabado el conflicto").

domingo, 30 de agosto de 2009

Casualidades


"Un encuentro casual vale por mil citas"

Proverbio árabe

Dicen que entre dos seres humanos, cualesquiera y dondequiera que se hallen en el globo terráqueo, hay un máximo de seis grados de separación: alguien conoce a alguien que conoce a alguien que… y así, hasta no más de seis personas. Incluso hay una película sobre este tema.

Yo me lo creo a pies juntillas. La primera vez que me pasó, yo tenía apenas veintiún años, y me acababa de enamorar. Ella no me quería y yo estaba destrozado, así que me fui a la estación de autobuses de Méndez Álvaro, en Madrid, y pregunté a qué hora salía el siguiente bus para Varsovia. Y me fui. De la validez de ello como terapia emocional hablaré en otra ocasión. Lo importante es que andaba yo por Cracovia haciendo fotos, cuando a través de mi obturador veo aparecer a Esteban Villarejo, un compañero de la facultad y el colegio mayor, que hace un año que está de Erasmus en Bélgica y de quien no sé nada desde que se marchó. Dado el talante español (que uno escucha hablar mejicano en un semáforo en Londres y ya se alegra), y los precios del vodka y la cerveza en Polonia, os podéis imaginar la celebración del reencuentro. Sólo diré que duró dos días.

Los años pasaron: seguí viviendo en Madrid, tuve otros amores, viajé mucho por África del Norte, y en los campos de refugiados saharauis de Tindouf conocí a un médico colombiano llamado Víctor, que es un sinvergüenza (con cariño) muy simpático, clavadito a Mahmud Ahmadineyad. Nos caímos bien, y durante un par de años, cada vez que pasaba por Madrid nos llamaba a mí y a mis compañeros de piso. Después le perdí la pista.

Y empecé a dar vueltas por el mundo: El Cairo, Sofía, El Cairo de nuevo, y después Bangkok, donde acababa de instalarse otro amigo periodista, Ángel Villarino. Al poco de llegar a Tailandia, un encuentro fortuito en Khao San Road con una pareja de mochileros españoles que acababan de venir de Laos nos convenció de darnos una vuelta por aquel país. Nunca he hablado de ese viaje, pero fue memorable. Subimos hasta la frontera con China, y allí, en una aldea polvorienta llamada Luang Nam Tha, nos topamos con nada menos que cuatro grupos de españoles que andaban haciendo trekking. Hasta ese momento, descontando los dos mochileros de Khao San, no habíamos visto a ningún español en el Sudeste Asiático: al parecer, estaban todos en Luang Nam Tha.

Uno de los grupos era especialmente interesante: era un trío de chavales que acababan de terminar el instituto o el módulo de FP, y estaban viajando por Asia antes de decidir qué hacer con sus vidas. Cada uno explicó sus peripecias, y uno de ellos, Ibrahim, medio español medio palestino, me dijo: “Ah, mi hermana vive en El Cairo”. Hablando, descubrimos que yo la había conocido la noche en que ella llegaba, que era justo el día antes de que yo me fuese.

Regresé a Bangkok, y durante el año siguiente me pasó de todo, como sabéis los que habéis seguido mi blog. Para redondear mis magros ingresos periodísticos, me puse a dar clases de español en un centro privado, donde trabajaba un chico tailandés a quien todo el mundo llamaba Pepe, con el que hice intercambio de conversación thai-castellano. Viajé, tuve visitas… Regresé a Madrid para hacer alguna gestión, y una tarde, tomando un café en un bar de Latina, encuentro a unos viejos amigos que están con un pequeño grupo de gente. Entre ellos, una cara conocida que sin embargo no ubico.
- Yo te conozco.
- Yo a ti también.
Durante unos minutos, pensamos en qué circunstancias podemos haber coincidido. Ni la facultad, ni la ciudad de origen, ni el barrio. Ni siquiera la edad: yo le saco ocho años.
- Te conozco… de Laos. – balbuceo de repente.
Es Ibrahim.

Y la vida siguió dando vueltas. Pepe se marchó a vivir a Eslovaquia, y en mi camino se cruzó Estambul. Pero pocas semanas antes de irme, estaba yo en el barrio árabe de Bangkok, y de repente, a cuatro metros de mí, veo pasar el rostro familiar de Ahmadineyad. “No puede ser”, pensé. Pero por si acaso.
- ¡Víctor!- grité.
Y entonces, la figura se vuelve con expresión alucinada. Sí, es Víctor, el médico colombiano que conocí en Argelia, que acaba de llegar de trabajar con una minoría étnica en Birmania, y que no entiende quién carajo puede llamarle por su nombre en una ciudad asiática en la que no conoce a nadie…

Y hace unos días, caminando a la sombra de la torre de Gálata, me doy de bruces con Pepe, el tailandés que habla español y vive en Eslovaquia, que está de turismo unos días por acá, y que tampoco tiene ni idea de que yo me acabo de mudar a Estambul. Y aún hay quien dice que el mundo es grande. En fin: frente al desequilibrio económico y al que el Aserejé suene en cada rincón del planeta, algún aspecto positivo tenía que tener la globalización.

Ahora, acaba de pasar por esta ciudad mi viejo amigo Alberto Sastre, compañero de andanzas en El Cairo (que es también de Zaragoza, y ambos estamos seguros de que nos habíamos visto en una ocasión anterior). Alberto ha estado viviendo una temporada en Marruecos, donde se encontró con un joven cooperante llamado Ibrahim, quien le contó que en Laos había conocido a un periodista majete llamado Dani que le había recomendado estudiar árabe en Siria… Y Esteban, aquel viejo amigo que me encontré en Cracovia, es ahora mi jefe en ABC. Y aunque la ruleta sigue girando, tengo la sensación de que, de algún modo, el círculo se cierra.

lunes, 17 de agosto de 2009

Morir en la mili


Hoy, ABC publica un
reportaje mío sobre el servicio militar en Turquía. Por cuestiones de espacio, ha habido que reducirlo mucho. Aquí va la versión completa (y con palabrotas):

"CUANDO ACABA LA MILI, PIENSAS: HE SOBREVIVIDO"

El ejército turco emplea a jóvenes del servicio militar en verdaderas operaciones de guerra

D. IRIARTE - Estambul

Özcan tiene lágrimas en los ojos cuando comenta que la semana que viene empieza su servicio militar. En Turquía, es obligatorio para todos los hombres: cinco meses para aquellos que han terminado la universidad, quince para los demás. La diferencia con otros países es que aquí esto puede significar, literalmente, ir a la guerra, sea en Afganistán –donde Turquía mantiene un pequeño contingente-, o más probablemente, al sureste del país, participando en la ofensiva contra la guerrilla del PKK.


Hace año y medio, Taner estuvo destinado en Hakkari, una conflictiva región en la frontera con Irak. “Yo no tenía miedo de las minas antipersona”, asegura, “pero otros estaban aterrorizados”. Tal vez con razón. Hace meses que el PKK mantiene un alto el fuego unilateral, pero las minas no entienden de treguas: en los últimos seis meses, casi treinta soldados han muerto por la explosión de un artefacto colocado por la guerrilla kurda. También Taner tuvo su experiencia al respecto: “Un día, en la aldea de Geçitli, un oficial pisó una mina. La explosión hirió a dos reclutas, cuatro korucu –miembros de las milicias rurales kurdas progubernamentales, armadas por el ejército-, a dos oficiales y al hijo de uno de ellos. El crío y su padre quedaron bastante malheridos”, cuenta.

Mursal es kurdo, y eso le supuso un panorama bien diferente cuando le enviaron a la región de Van en 2007. “La relación con la población local era muy buena, porque yo era kurdo. Los aldeanos nos traían comida, pero algunos reclutas dudaban en comérsela, pensaban que a lo mejor estaban intentando envenenarnos”, explica. “Cuando el PKK nos atacaba, no había problemas con mis compañeros, porque estábamos todos en la misma trinchera. Pero cuando me tocaban las guardias, los otros desconfiaban, porque no sabían si les iba a traicionar frente a los guerrilleros”.

Según las organizaciones de derechos humanos turcas, estos soldados pobremente entrenados, sometidos a mucha tensión, son los responsables de numerosos abusos contra la población local kurda. Pero no es el caso de Taner y Mursal. “Yo no vi nada de eso. Éramos una tropa de veinte soldados, en pueblos muy pequeños, así que intentábamos llevarnos bien con los lugareños”, cuenta Taner. Tampoco Mursal muestra mayor acritud: “A veces, bajo el fuego, a algún soldado se le escapaba un comentario despectivo hacia los kurdos, pero era por los nervios. Al fin y al cabo, yo estaba allí metido con ellos”.

“Por la noche oíamos disparos. No eran ataques, creo que era el PKK intentando asustarnos”, cuenta Taner. El regimiento de Mursal, en cambio, sí era atacado con cierta frecuencia: “Nunca nos enfrentaron en campo abierto, por suerte, pero los disparos contra nuestro cuartel eran bastante frecuentes”.

Existen, además, otros peligros insospechados. A finales de 2007, un grupo de reclutas fue capturado por el PKK. Tras ser liberados, declararon que se les había tratado bien, y se publicaron fotografías en las que se les veía contemporizando con los peshmergas kurdos. Demasiado para el establishment nacionalista: se inició un proceso judicial, especialmente contra uno de ellos de origen kurdo, por "traición". Doğu Perinçek, el líder del Partido de los Trabajadores -una organización ultranacionalista- llegó a declarar que "ojalá esos soldados hubiesen muerto. Si hubiesen llegado en ataúdes no hubiésemos sufrido tanto daño moral".

Interrogado sobre el sentido del deber, Mursal dice: “El servicio militar es una total pérdida de tiempo. Si no fuese porque el gobierno te obliga, no hubiera ido”. De repente, se arranca con una queja lastimera: "Siempre ha sido así. Mandaron reclutas a Corea, la guerra del Golfo... Nuestras vidas no valen nada. A los que mandan sólo les interesan las medidas políticas, pero no les importa el llanto de una madre". Taner se lo toma con resignación: “Bueno, al principio piensas, ¿qué hago aquí? Pero tienes que vivir con ello, convivir con otros en la misma situación que tú. Una vez que todo acaba”, explica, “te relajas y piensas: he sobrevivido”.

Pero algunos no lo hacen, y eso explica la angustia de Özcan. Para evitar fugas, el gobierno turco sólo comunica el destino a los reclutas cinco días antes del inicio del servicio. Aún así, muchos intentan escaparse. En las carreteras entre grandes ciudades existen numerosos controles de policía que chequean la identidad de todos los jóvenes viajeros. Si descubren que no han hecho el servicio militar, se les envía directamente al cuartel, sin pasar por casa. ¿Sabe Özcan dónde le van a mandar? “Aún no, pero estoy seguro de que me van a joder”, afirma.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Lamento a propósito de un traficante de armas



Al hilo de la actualidad, y de la nostalgia, recupero un viejo texto que escribí en Bangkok hace un año y medio:

Han detenido a Victor Bout en un hotel de Bangkok. La historia es excitante: un súper-traficante de armas (al que hace años que le sigo la pista, por mera curiosidad: hasta he escrito sobre él en La Clave) capturado en la ciudad del Sudesde Asiático en la que resido...

Sucede que hace pocas semanas que vi, también en Bangkok, "The Lord of War", la película que presuntamente se basa en la vida de Bout. Y aunque este gran cabrón está sin duda mejor entre rejas, no quería dejar de dedicarle unas líneas. Por la leyenda.

La acusación internacional que en 2003 hizo famoso a Bout le describía así: "Hombre de negocios, comerciante y transportista de armas y piedras preciosas. Traficante de armas en contravención de la resolución 1343 de las Naciones Unidas. Apoyó al régimen del expresidente Charles Taylor en su esfuerzo por desestabilizar Sierra Leona y obtener acceso ilícito a [minas de] diamantes". Además de Taylor, que ahora enfrenta un juicio internacional, fue amigo personal del afgano Massoud, del angoleño Savimbi o del zaireño Mobutu (a quien ayudó a escapar del país tras el triunfo de Laurent Kabila). Habla seis idiomas con fluidez, la mayoría de los cuales los aprendió "viajando", según dice.

Vástago de una familia rusa en Tayikistán, ávido lector de los clásicos rusos (¿y acaso no es la suya una tragedia dostoievskiana?), estudió en el Instituto Militar Soviético para lenguas extranjeras, y después se graduó en economía. Sirvió en la aviación militar soviética, y fue destinado a Mozambique durante los dos últimos años de la guerra civil, y después a Angola. Cuando la URSS se disolvió en 1991, Bout tenía 24 años.

Poco después hizo su primer gran negocio: compró tres cargueros Antonov por 120.000 dólares, e inició una línea de transporte de largo recorrido desde Moscú. Al año siguiente se trasladó a los Emiratos Árabes Unidos, y en pocos años la suya ya era la primera compañía aérea del país. Importaba gladiolos de Sudáfrica por 2 dólares y los vendía a 100. "Mejor que imprimir dinero", según su asistente personal, el sirio-americano Richard Chichakli.

Y en el emirato de Sharjah, descubrió que desde allí podía volar a sitios como la República Centroafricana o Liberia sin que nadie le hiciese preguntas. Y decidió llevar a África lo que África pedía en ese momento. No eran gladiolos.

Entró en contacto con los traficantes de armas Alexander Islamov y Leonid Minid, y les ofreció sus aviones para llevar su producto a donde necesitaran. "No es asunto mío qué hay en la carga", decía en aquella época. Pero no tardó mucho en darse cuenta de que el verdadero negocio lo hacían los que sí sabían qué había en los containers, y decidió realizar sus propios envíos, controlando todas las fases del proceso.

A partir de ese momento, Bout vendió armas en Somalia, Sierra Leona, Congo, Liberia, Colombia, Irak, Afganistán, a todo aquel que pudiese pagarlas, incluyendo a Al Qaeda, según la revista Time. Se cuenta -en un episodio que ya es parte del folclore de los traficantes de armas- que en 1995 uno de los envíos de Bout a Afganistán (que estaba armando a las tropas de Rabbani y Massoud) fue capturado por los talibanes, que retuvieron a la tripulación en Kandahar durante casi un año. Hasta que un día, los pilotos -hombres duros como el acero estalinista- redujeron a sus captores, atravesaron el aeropuerto hasta el avión de Bout, despegaron bajo un intenso fuego antiaéreo y consiguieron regresar a Sharjah. Pero, al parecer, la realidad es algo más compleja: los pilotos habrían sido rescatados por la inteligencia rusa, que utilizaba a Bout para armar a la Alianza del Norte contra los "Freedom Fighters" devenidos en talibanes (y en aquella época todavía aliados de los EE.UU., recordemos).

Los aviones de Bout también transportaron cascos azules a Somalia y Timor Oriental, y a paracaidistas franceses durante el genocidio de Ruanda, porque sus tarifas eran muy competitivas. Durante la llamada "guerra mundial africana" (los conflictos del África central en los que cada país intervino a placer en el estado vecino), el nombre de Bout empezó a sonar insistentemente entre mercenarios, fuerzas de pacificación y combatientes irregulares. Los periodistas empezaron a preguntarse quién era ese misterioso "hombre de negocios ruso" que volaba en sus Ilyushin (aviones capaces de aterrizar en casi cualquier parte) y del que todo el mundo hablaba. Pagaba 10.000 dólares por viaje a sus pilotos, quienes a menudo tenían que aterrizar en pistas de tierra bajo fuego intenso. Para 2000, era imposible ignorar la importancia de Bout. "Se había convertido en el McDonalds del tráfico de armas", afirma Alex Vines, de Amnistía Internacional.

Fascinado por su propia leyenda, a veces -muy pocas- concedía alguna entrevista para puntualizar algún dato, como su supuesta pertenencia al KGB, que desmintió. Y llegó el 11-S: "Un día me desperté y era el segundo después de Osama", explicaba Bout. Como en la película, en la vida real también tenía su némesis: el investigador belga Johan Peleman, quien proveyó a las Naciones Unidas de la mayor parte de la información disponible sobre Bout. Pero a pesar de pender sobre él una orden de busca y captura internacional, habiendo sido perseguido por la administración Clinton y las autoridades belgas y calificado públicamente de "Mercader de la Muerte" por el primer ministro británico Peter Hain, Bout residía tranquila, aunque secretamente, en Moscú, al parecer tolerado, si no protegido, por un gobierno Putin a quien le era más útil un Bout suelto y operando fuera del país que uno capturado en Rusia y reclamado internacionalmente.

"La muerte no tiene que ver con las armas. Tiene que ver con los hombres que las usan", afirmó en una ocasión. Lo que Bout evitaba comentar era que muchos de esos países en los que negociaba estaban bajo un embargo de Naciones Unidas, lo que convertía su negocio en ilegal.

El pasado jueves, a los 40 años, Bout fue capturado en un hotel de Bangkok mientras negociaba una venta de armas a las FARC.

Así que, perdonadme, pero ese lamento al que hace referencia el título no es por los huesos de Bout, a quien, opino, le sentaría estupendamente una bala entre ceja y ceja. Es por todos aquellos que se mataron con las armas que Bout llevó a África, a Afganistán, a todos esos lugares malditos de estos últimos años. Quizá pocas de esas personas fuesen verdaderamente inocentes. Pero sigue siendo una historia triste.

Sí, es cierto: si no fuese Bout, habría sido otro el que hubiera puesto el fusil en sus manos. Pero fue Bout.

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Hoy, Victor Bout ha vuelto a burlar a la justicia, evitando la extradición, al parecer por la presión de Rusia ante el gobierno tailandés. Ese interés induce a sospechar que Bout sigue siendo un hombre del espionaje ruso. Bout podría salir en libertad en 72 horas. En fin, el mundo es como es...