lunes, 28 de marzo de 2011

"Una cosa es estar en contra de la intervención occidental, y otra apoyar a un dictador criminal como Gadafi"


Aquí la entrevista que me hicieron el otro día en Rebelión, sobre la situación en Libia.


"Una cosa es estar en contra de la intervención occidental, y otra apoyar a un dictador criminal como Gadafi"


José Daniel Fierro
Rebelión

Daniel Iriarte es documentalista y periodista freelance radicado en Estambul. Colabora con Video Journalist Movement y es analista para Libia y Egipto del portal Mediterráneo Sur. Las últimas semanas las ha pasado recorriendo el Líbano, Túnez, Egipto y Libia, donde ha recogido testimonios y abundante material gráfico sobre las revueltas que están tenido lugar en el norte de África. Conversamos con él sobre la situación de Libia.

- Durante las últimas semanas has estado trabajando en el norte de África ¿que diferencias ves entre las revoluciones tunecina y egipcia y la que está teniendo lugar en Libia?

En el caso tunecino y egipcio, la mayoría de la gente salió a la calle porque para ellos el gobierno, en esencia, significaba que un policía les podía parar en cualquier momento, quedarse con su salario de ese día, e incluso arrestarles y torturarles sin ningún motivo. De hecho, en Egipto la revolución ha perdido casi todo su impulso desde que el ejército se hizo con el poder, a pesar del papel claramente contrarrevolucionario que éste está jugando. La mayoría de los egipcios de a pie creen que, caído el presidente Mubarak y disuelto el Amn Dawla (la seguridad estatal, el organismo encargado de la represión de la disidencia interna), y llamados al orden los policías, el problema está resuelto. Con el ejército no se meten, porque esta institución es percibida como honesta y neutral. Pero es simplemente porque, mientras el egipcio corriente veía claramente la corrupción y la brutalidad de la policía y el Amn Dawla, el ejército no necesita mancharse las manos con pequeñas corruptelas, puesto que tiene montada una estructura económica y corporativa muy poderosa, que incluye cientos de compañías, y por supuesto la ingente ayuda militar estadounidense.

En Libia es diferente, el nivel socioeconómico es mucho mayor. La frustración allí viene del hecho de que los altos cargos del régimen, especialmente la familia Gadafi, vive en un lujo escandaloso, mientras la mayoría de la gente pasa escaseces (aunque, desde luego, la carestía no es comparable a la del resto de África del Norte; podríamos asemejarla a la de una clase baja en España). También el nivel educativo es relativamente alto, lo que hace que los libios sean bastantes conscientes de las injusticias económicas y políticas del régimen.

- El levantamiento en Libia ¿ha contado con ayuda extranjera o ha sido un levantamiento popular como en sus países vecinos?

Creo que, en un primer momento, el levantamiento en Libia fue genuinamente nacional. Tú visitas Bengasi o Tobruk y te sorprende el odio y el resquemor acumulado contra los Gadafi. La región oriental, especialmente Bengasi, ha sido bastante castigada por el régimen en la última década, así que allí sólo fue necesario que el levantamiento cobrase fuerza –como el de ahora en Siria- para que la gente se lanzase a apoyarlo. Muchos libios confiaban en que Seif El Islam, el hijo de Gadafi llamado a heredar el gobierno, iba a cambiar las cosas llegado el momento, pero al cerrar filas detrás de su padre y hacer un llamamiento a la masacre de los alzados, hizo que muchísima gente se uniese a los rebeldes.

Pero eso fue al principio. Cuando yo estuve allí, a principios de marzo, se hablaba de instructores británicos entrenando a los rebeldes, aunque ningún periodista ha podido confirmar esa información. Y ahora ya ha quedado claro que el ejército egipcio está suministrando armas al gobierno rebelde, armas que, en último término, provienen de los estadounidenses.

- ¿Qué puedes contar del Consejo Nacional Libio? ¿Existen movimientos de izquierda o algún tipo de organización que aglutine a los rebeldes?

El Consejo Nacional Libio agrupa principalmente a antiguos miembros del régimen de Gadafi que se han pasado al otro bando. Por ejemplo, Mustafá Abdeljalil, que lidera el Consejo, era el Ministro de Justicia, y el general Abdul Fatah Yunis era Ministro del Interior. Ambos dimitieron cuando Gadafi ordenó masacrar a los manifestantes. Y como ellos, numerosos mandos del ejército y elementos de la administración y la diplomacia.

En ese sentido, es difícil hablar de “izquierda” en el movimiento rebelde (mientras que sí hay unos sectores izquierdistas claros en las revoluciones egipcia y tunecina), puesto que el régimen ha liquidado sistemáticamente toda oposición durante las últimas cuatro décadas. Ni izquierda ni derecha, lo único que se toleraba en el país era la “Tercera Teoría Universal”, una síntesis entre socialismo e islamismo desarrollada por Gadafi en el Libro Verde. Los únicos opositores con algún tipo de bagaje ideológico están en el exilio –y por tanto, sin fuerza real- o “enterrados bajo las arenas”, como dicen en Libia para hablar de los desaparecidos políticos.

El principal motor ideológico de los rebeldes es el nacionalismo. No obstante, el programa de los rebeldes es sencillo, para aglutinar al mayor número de seguidores posible, pero tiene ciertos tintes progresistas: piden libertad, democracia, dignidad, elecciones libres, una Libia unida con Trípoli como capital, e igualdad para todos.

Ahora bien, también hay un componente islamista en cierto sector de la resistencia. Libia es un país bastante conservador, y capitalizar el descontento e instrumentalizar el islam es fácil. En la ciudad de Derna, en el este, entre Tobruk y Bengasi, se está creando algo que huele a emirato salafista, y que no conviene perder de vista. No hay duda de que muchos de los que ahora combaten contra Gadafi son islamistas radicales.

- ¿Cuáles son las demandas de los rebeldes, están a favor de la intervención extranjera?

El este de Libia está plagado de carteles en los que se lee: “No a la intervención extranjera. El pueblo libio puede hacerlo solo”. Pero si en un primer momento parecía que iban a liquidar a Gadafi en dos tardes, finalmente la superioridad militar de éste y su rápido avance hacia el este ha hecho a muchos reconsiderar sus posturas. En principio, apoyaron la zona de exclusión aérea y los bombardeos contra las tropas de Gadafi. Ahora bien, cuando yo estuve allí, por todas partes te decían: “No vamos a dejar que soldados extranjeros pongan un pie en Libia”. La mayoría de los comandantes rebeldes son antiguos soldados de Gadafi que se han pasado al otro bando, y cuyas credenciales nacionalistas son impecables. Una intervención terrestre sería un desastre, puesto que muchos rebeldes, o bien se pasarían a las tropas de Gadafi, o comenzarían a combatir a los soldados occidentales por su cuenta.

- ¿Crees que Occidente ha puesto en marcha esta intervención militar para salvar la vida de los civiles libios?

Nadie se cree que el interés para intervenir sea humanitario: sólo hay que ver a los gobiernos de Bahrein, Yemen o Siria masacrando a su propia población civil para que quede claro el doble rasero. El interés es el petróleo; pero en mi opinión, el objetivo no es tanto apropiarse de él –al fin y al cabo, el suministro a precios de ganga ya estaba asegurado con Gadafi- como impedir que se interrumpa el flujo.

Me explico: algunas de las principales refinerías que suministran crudo a Europa están en Bengasi y Tobruk, en manos rebeldes, que hasta ahora se han cuidado mucho de que se mantenga el suministro. Las cancillerías europeas se dieron cuenta de que si Gadafi aplastaba a los rebeldes, el flujo peligraba, aunque sólo fuese porque aquellos que administran las refinerías iban a huir o ser represaliados. Además, después de que los gobiernos europeos, especialmente el francés, cruzasen la línea al enfrentarse abiertamente a Gadafi, éste iba a estar en una posición muy ventajosa si reconquistaba el este del país y se hacía con el control de la totalidad del petróleo libio. Por eso se intervino en aquel momento, para impedir que cayese Bengasi.

Y, de hecho, en ese sentido Europa tiene muchos más intereses que Estados Unidos, que tiene mucho menos que perder –y que ganar- en todo este asunto, y eso explica las vacilaciones iniciales de la Administración Obama.

- ¿Oponerse a la intervención es dar la razón a Gadafi? ¿Qué queda de ese líder independiente y antiimperialista?

Una cosa es estar en contra de la intervención occidental, y otra apoyar a un dictador criminal como Gadafi.

El problema es que Gadafi ha sabido vender durante décadas su etiqueta de “líder independiente y antiimperialista”, pero sus propias acciones demuestran que esto es falso. Tras unos primeros pasos progresistas –la nacionalización del petróleo y el desmantelamiento de las bases británicas, por ejemplo-, el resto de su trayectoria ha sido bastante poco afortunada. Por ejemplo, su intervencionismo en África –como su intento de anexión de la Franja de Auzu, en el Chad, o el envío de paracaidistas para defender al dictador ugandés Idi Amín Dadá- sólo puede ser calificado de “imperialista”, por muy “líder africanista” que él mismo se defina.

Gadafi tuvo la suerte de que la Administración Reagan le eligiese como malo oficial, lo que le absolvió a ojos de gran parte de la izquierda mundial. Pero es algo difícil de sostener: yo he visitado las mazmorras subterráneas de Bengasi tres días después de que las abrieran, y encontraron a varios supervivientes, prisioneros políticos. Es un lugar espantoso: un agujero de dos por tres metros, con el agua hasta las rodillas, en la que se metía a una treintena de personas que ni siquiera podían sentarse, dormían apoyados los unos contra los otros. Y estas mazmorras están a apenas cincuenta metros del palacio de Gadafi.

Sinceramente, defender a un régimen así no me parece nada “progresista”. Puede alegarse el “desarrollo” del país, pero el gran drama es que, siendo Libia un país riquísimo, el loco de Gadafi ha gastado el dinero del petróleo a manos llenas en mansiones para los suyos y en financiar grupos armados y cruzadas “antiimperialistas” por todo el mundo. El nivel de desarrollo no se corresponde para nada con la verdadera riqueza del país, y en ese sentido, lo doloroso es que incluso las petromonarquías del Golfo han sabido repartir mejor las riquezas petrolíferas.

- ¿Cómo crees que va a evolucionar la situación en Libia? ¿qué influencia puede tener la intervención y la postura de Gadafi sobre el resto de países árabes que se encuentran inmersos en sus propias rebeliones?

Insisto en que no me creo los motivos humanitarios, pero en mi opinión, la intervención occidental no tiene por qué ser negativa… por ahora. De no haberse producido, los rebeldes habrían sido aplastados y habríamos tenido un gran desastre humanitario y una ola de represión genocida. Al lanzar una guerra total, no es que Gadafi hubiese dejado muchas opciones: o se le permitía aplastar a los rebeldes, o se intervenía.

Ahora bien, el problema es que esta intervención abre demasiadas incógnitas. En primer lugar, corre el peligro de estancar el conflicto y convertirlo en una larga y sangrienta guerra civil. En segundo lugar, aunque por ahora, por la información que tenemos, los ataques aéreos parecen estar siendo bastante selectivos, en realidad no sabemos cuánta población civil está muriendo por esta causa. Y en tercer lugar, no creo que la guerra pueda ganarse sólo con bombardeos aéreos, lo cual implicará que tarde o temprano, o bien se deje la operación a medias, o se lance una invasión terrestre, lo cual ya he dicho que sería un gran desastre.

La paradoja es que, de no haberse producido la intervención, el resto de gobiernos autoritarios del mundo árabe hubieran entendido no sólo que cuentan con luz verde para aplastar salvajemente las protestas de sus propios pueblos, sino que es la única manera verdaderamente efectiva de acabar con las manifestaciones. Ben Alí y Mubarak no fueron lo suficientemente duros y cayeron, Gadafi optó por la mano dura y casi gana. Pero ahora, quiero creer que los dictadores se lo pensarán dos veces, aunque sólo sea porque corren el riesgo de que muchos de sus compatriotas se echen a la calle a la espera de que vengan los occidentales a salvarles.


martes, 15 de marzo de 2011

Los viejos métodos no se olvidan fácilmente



Crónicas de la revolución árabe (V) - Egipto


LOS VIEJOS MÉTODOS NO SE OLVIDAN FÁCILMENTE

El ejército egipcio tortura en plena calle a los delincuentes comunes que arresta

Daniel Iriarte - El Cairo

Jueves, 10 de marzo de 2011

Siete y media de la mañana. Los vecinos de Garden City, un barrio residencial de clase alta en el centro de El Cairo, se despiertan al escuchar gritos de dolor. En la calle, un soldado aprieta una porra eléctrica contra el torso desnudo de un hombre arrodillado.

“Es un ladrón. Le hemos encontrado tres mil libras egipcias [unos 360 euros, una pequeña fortuna en Egipto], dos teléfonos móviles y un machete de treinta centímetros”, aseguran los vecinos, arremolinados en torno al retén militar que custodia el barrio.

Tal vez. Pero eso difícilmente explica por qué, con el hombre inmovilizado –lleva las manos atadas a la espalda-, los soldados siguen aplicándole descargas eléctricas. El hombre grita y suplica clemencia. No la hay. Le pasan la porra por el pecho, el cuello, la cara, incluso la boca.

Desde que la policía se retirase de las calles de El Cairo poco antes de la caída del presidente Hosni Mubarak, la delincuencia común se ha incrementado sensiblemente, especialmente los asaltos armados. Los militares se han hecho cargo de la seguridad pública. A su manera, como podemos constatar.

Los soldados llevan al hombre a un callejón, cuyo acceso cierran con una reja. Uno de ellos empuña un látigo, con el que golpea al presunto criminal en las piernas y en la espalda. Las marcas de los golpes y los cortes empiezan a aflorar en su piel. El hombre, arrodillado, llora de dolor. Otro oficial de seguridad, vestido de civil, se acerca con un jarro de agua y lo derrama sobre el delincuente. El soldado vuelve a utilizar la porra eléctrica, cuyo efecto se multiplica por el líquido.

Esto no es un interrogatorio, sino un castigo ejemplarizante. Es el método normal del ejército de tratar a los detenidos. La noche anterior, otras dos personas han corrido la misma suerte en este mismo checkpoint.

La agonía se prolonga durante una hora. Después, los militares traen a otros arrestados -un total de siete-, todos ellos muy jóvenes, y los agrupan en el callejón, semidesnudos. Sollozan, trémulos de miedo y frío. Los montan en una camioneta y se los llevan.

No sabemos a dónde, pero sí sabemos a qué.


Túnez recupera la libertad de expresión


Publicado originalmente en Mediterráneo Sur el 15-03-2011

Crónicas de la revolución árabe (IV) - Túnez

Túnez recupera la libertad de expresión




Daniel Iriarte - Túnez

"¿Qué periódico es el más independiente?” le preguntamos al quiosquero. “Bueno, cualquiera, ahora todos escriben lo que les viene en gana”, nos responde. Ciertamente, los mismos diarios que hace apenas dos meses publicaban poco más que un detallado registro laudatorio de las actividades del presidente Zine el Abidine Ben Ali y su esposa, Leïla Trabelsi (con profusión de fotos de ambos para acompañarlo), se refieren ahora a ellos como “el dictador y su pareja” o “los saqueadores de Túnez”.

“Se está dando un fenómeno curioso: cada día hay un periódico que da la mejor información. El problema es que no se sabe cuál va a ser”, dice Mario, un profesor universitario italiano que reside en Túnez desde hace más de una década.

“Incluso La presse, un diario que ha estado siempre muy cercano al gobierno, trae algunos días reportajes que están muy bien. El resultado es que cada día acabamos comprando todos los periódicos, por si acaso ”, nos cuenta.

En diciembre de 2010, Túnez todavía ocupaba el puesto 164 de 178 en materia de libertad de expresión, según la clasificación de Reporteros Sin Fronteras. Ben Alí se permitía incluso la ironía de organizar congresos mundiales sobre la sociedad de la información, como el que acogió en 2005.

Ahora, la censura ha desaparecido, aunque no legalmente: la normativa sobre prensa y publicaciones no ha sido reformada. Pero sin nadie que se ocupe de hacer cumplir las restricciones, periodistas y editores se han lanzado a publicar sin cortapisas.

Frente a la librería Al Kitab, en la avenida Habib Burguiba, se arremolina un grupo de gente; y cuando este grupo se retira, otro ocupa su lugar. Es así desde hace semanas. En su escaparate hay expuestos una serie de libros hasta ahora imposibles de encontrar en Túnez. “No me consta que se estén publicando obras literarias que antes estuviesen prohibidas, pero tenemos muchos ensayos políticos”, dice Zead Hafhouf, empleado de la librería.

El libro más popular, nos cuenta, es La regente de Cartago, de los periodistas franceses Catherine Gradet y Nicolas Beau, sobre el imperio económico y los tejemanejes políticos de Leïla Trabelsi. Editado en Francia, era imposible de encontrar en Túnez, salvo en escasísimas ediciones clandestinas.

Otro de los libros más demandados es “Nuestro amigo Ben Alí. El reverso del milagro tunecino”, también de Nicolas Beau. Pero cuando uno pide un ejemplar, se lleva una sorpresa. “Son sólo muestras, no son para la venta”, nos dice Hafhouf.

Lo importante es mostrar que, aquí y ahora, ha llegado la libertad, que los libros franceses contrarios al régimen ya pueden leerse libremente, aunque no se puedan comprar todavía. El rosario de títulos tiene a los peatones boquiabiertos: Economía política de la represión en Túnez, Europa y sus déspotas, Cuando el pueblo resiste

“Ya no hay que presentar a la censura por adelantado la lista de títulos que vas a publicar, así que muchos editores lo están aprovechando”, asegura Hafhouf. Algunos han sabido ver la oportunidad, como el politólogo Mohamed Kilani, quien, a falta de una editorial, se autoeditó el libro La revolución de los valientes, que es el segundo más vendido estos días.

“El motivo de este ‘boom’ editorial es obvio, ¿no?”, dice Hafhouf: “La gente quiere leer y escribir lo que no ha podido en estos años”, afirma. La multitud frente a la librería da prueba de ello.


lunes, 7 de marzo de 2011

Una plaza en busca de un nombre revolucionario


Publicado originalmente en ABC el 9-12-2011

Crónicas de la revolución árabe (III) - Túnez

Una plaza en busca de un nombre revolucionario

La fecha del “7 de noviembre”, día en que el dictador tunecino Ben Alí llegó al poder, es ahora eliminada de calles y edificios públicos en todo el país

En Túnez no han llegado a los extremos de la revolución francesa, donde los dirigentes revolucionarios llegaron a cambiar los nombres de los meses, pero hay cosas que los tunecinos tampoco están dispuestos a aceptar. Desde la huída del dictador Zine Abidine Ben Alí hace casi un mes, uno de los principales lugares de la capital, la antigua “Plaza 7 de noviembre”, ha perdido su nombre. Y lo mismo ocurre en localidades de todo el país.

El 7 de noviembre es el día en el que Ben Alí asumió el poder –corría el año 1987-, tras deponer al padre de la independencia tunecina, Habib Burguiba, hasta entonces el único presidente del país en su época post-colonial, alegando la demencia senil de éste. Desde entonces, cada año, los tunecinos han tenido que sufrir la celebración obligatoria de esta fecha, convertida en fiesta nacional. Fecha, por tanto, grabada a fuego en la memoria del pueblo.

Por eso, no es de extrañar que, pocas horas después de la salida del presidente, grupos de ciudadanos arrancasen todas las placas donde aparecía el nombre de la plaza. La mampara de plástico que, sobre una isleta en uno de los extremos, indicaba la entrada en la rotonda a los conductores, fue destrozada a pedradas.

El problema es que, por ahora, no saben qué nuevo nombre ponerle. A veces prima el pragmatismo, y hay quien todavía usa el antiguo nombre, pero si uno lo utiliza, por ejemplo, en un taxi, o para preguntar por una indicación, se arriesga a una mirada asesina cargada de celo revolucionario. Algunos comienzan a llamarla “la plaza de la torre” (en su centro hay una enorme construcción vertical coronada con un reloj, al estilo, salvando las distancias, del Big Ben londinense), o “donde los ministerios”.

“Podían llamarla Plaza de Alí Babá y los Cuarenta Ladrones”, nos dice un tal Karim, señalando precisamente esos edificios. Sus dos amigos celebran la ocurrencia con una risotada. Los tres hombres de edad madura, oficinistas todos ellos, disfrutan de un café en una de las numerosas terrazas de la Avenida Habib Burguiba, la arteria tradicional de la vida social de la ciudad, que nace en la plaza. Ahora, un nuevo elemento ocupa el centro de la calle: el alambre de espino y los tres blindados del ejército que protegen el Ministerio del Interior.

Karim y sus amigos están encantados con la caída de Ben Alí –participaron en algunas manifestaciones, según dicen-, pero no les gustan estos “politicastros”, y desde luego no quieren ni oír hablar de que se le ponga el nombre de ninguno de ellos a la avenida. Les decimos que nos han hablado de diferentes posibles nombres: “Plaza de la Revolución”, “Plaza del 14 de enero” (el día de la salida de Ben Alí)… Se limitan a encogerse de hombros. “No están mal, podrían valer”, musitan.

Pero cuando sugerimos, tal y como hemos oído, “Plaza Muhammad Al Boazizi” (en memoria del joven que, desesperado y aplastado por el sistema, se prendió fuego el pasado enero, dando inicio a la revuelta), leemos el respeto en sus rostros. “Él sí merece una avenida, y una estatua”, nos dicen. Por el momento, en la base de la torre, una enorme pintada en árabe ya homenajea al joven héroe: “Saha Es-shahid El-batal Muhammad Al Boazizi”. “Salud al mártir”.


sábado, 5 de marzo de 2011

La miseria y la corrupción desgarran Túnez


Crónicas de la revolución árabe (II) - Túnez

La miseria y la corrupción desgarran Túnez

Thela, Túnez, 13 de febrero de 2011

Nahiza Bulabi, cuyo marido está en el hospital por los gases lacrimógenos de la policía

En ciudades como Thela, en el interior de Túnez, poco ha cambiado desde la caída del presidente Zine Abidine Ben Alí. El desempleo sigue siendo cercano al 80 por ciento (imposible saber la cifra real, pues las estadísticas oficiales jamás la admitirían), hay una sola sucursal bancaria para una localidad de 54.000 habitantes, y la corrupción, según sus habitantes, está desbocada.

“Yo era el propietario de la cantera local. Trabajaba sin permiso, pagando un soborno a un funcionario municipal. Pero hace seis años solicité el permiso y lo obtuve, así que decidí dejar de pagar”, dice el empresario Habib Rahmuni. “Entonces el funcionario, junto con la familia Trabelsi [a la que pertenece la mujer de Ben Alí, Leïla] compró las tierras de alrededor, y un día simplemente vinieron y nos echaron, a mí y a mis trabajadores, y se quedaron con la cantera”, afirma.

Un lugar en el que los trabajadores, según describen a ABC, trabajan en condiciones de semiesclavitud. Los accidentes mortales son frecuentes, pero a pesar de ello, quien consigue empleo en la cantera puede considerarse afortunado. Por eso en Thela no hizo falta demasiado para que el descontento prendiese.

«La revolución la empezamos nosotros»

“La revolución la empezamos nosotros”, asegura Adl Romdhani, sindicalista y maestro de la escuela local. “En Sidi Bouzid hubo protestas después de la muerte de Muhamad El Buazizi [el joven frutero tunecino cuya inmolación fue la chispa que inició la revuelta], pero los primeros muertos ocurrieron en esta zona”, asegura. Aquí, los jóvenes en paro se lanzaron enseguida a protestar. “Trajeron a mil ochocientos policías de intervención desde otras ciudades. A quien arrestaban, le robaban el móvil y el dinero. Nos insultaban, gritándonos “argelinos de mierda”. Saqueaban las tiendas por la noche, entraban en las casas y molestaban a las mujeres”, relata Romdhani.

Y entonces, los primeros muertos. “Mataron a varios jóvenes a corta distancia, a unos diez metros. Los dejaban moribundos en el suelo, sin atenderles, e incluso les pegaban”, cuenta Romdhani. “Arrestaron a catorce jóvenes y se los llevaron a Kasserine, donde les torturaron. A las chicas las violaron, y también a uno de los chicos, con una porra de policía, delante de todo el mundo”, dice.

Pero en esta zona, la gente pertenece a los clanes tribales de Medjeri y Freshish, que tienen parientes en todo el centro y sur del país, y también en los barrios obreros de la capital, lo que, según los habitantes de Thela, hizo que las protestas se extendiesen por todo el país. A las tribus no tardarían en unírseles el resto de sectores sociales. La revolución había calado.

La miseria es atroz

Romdhani acepta llevar a los periodistas a los barrios de la periferia, donde la miseria es atroz. Al llegar, no tarda en rodearnos un enjambre de personas que cree que somos funcionarios, portando cartillas de minusvalía, diplomas, fotos de sus hijos muertos. Tras una pequeña decepción, se lanzan a contar sus historias, que, en el fondo, se parecen todas: hombres y mujeres en el paro desde los años ochenta; familias de cinco, seis, diez hijos; enfermedades sobrecogedoras; ayudas al desempleo que nunca llegan, robadas por los funcionarios de correos.

El grupo no tarda en descontrolarse. Los vecinos, de pura frustración, zarandean a los periodistas, que se muestran impotentes para visitar las casas de todos, para escuchar las historias de todos: el vivo rostro de la desesperación. Cuando logramos salir de allí y meternos en el coche, una mujer nos aborda con una enorme foto de su hijo: Heldi Niza, de 24 años, muerto en la cantera en 2007, aplastado por una piedra. La propia Leïla Trabelsi se negó a concederle una indemnización a la familia.

“¿En qué es mejor El Buazizi que mi hijo?”, nos grita. “¡Él también es un héroe!”. Esta mujer, como tantas otras personas en Túnez, está desbordada por el dolor, la rabia y la humillación. Aporreando la carrocería de nuestro coche, nos planta la foto del muchacho en el parabrisas y lanza una sentencia reveladora: “¡Yo por mi hijo le prendo fuego a Túnez!”.

Gentes, las de Thela, que, como la mayoría de tunecinos del interior, no han visto ninguna mejora en sus vidas después de la revolución. “Ningún periodista tunecino ha venido a ver nuestra situación”, se quejan una y otra vez. “¡No le importamos a nadie!”, dicen amargamente. Un activista local relata que algunos vecinos están empezando a izar banderas de Argelia, a modo de rechazo de un estado que les ignora. Para otros, miles de ellos, la única salida sigue siendo la de siempre: la patera a Europa.