martes, 15 de diciembre de 2009

Una larga noche en Tarlabasi


ABC EN LA SEDE DEL DTP EN ESTAMBUL


Daniel Iriarte - Estambul
12-12-2009 - Diario ABC

El barrio de Tarlabasi es el corazón kurdo de Estambul, a su vez la ciudad con mayor número de kurdos del mundo. En la calle Kalyoncu Kullugu, que da entrada al vecindario, está la comisaría más importante de la zona, en cuya puerta hay aparcada, incluso, una tanqueta. Unos metros más abajo se encuentra la sede del DTP, en la que normalmente la hospitalidad es desbordante.
Ayer, sin embargo, nadie prestaba atención al reportero. Los ojos de todos estaban clavados en un viejo televisor pasado de volumen, en la que el presidente del Tribunal Supremo leía, en diferido, la sentencia que ponía fin a la formación política.

En anteriores ocasiones, ese mismo televisor mostraba videoclips que ensalzaban la vida de los jóvenes guerrilleros del PKK en la montaña, o a jóvenes «mártires» autoinmolados para protestar por el encarcelamiento de «Apo», como se conoce popularmente a Abdulá Oçalan, el líder del grupo armado independentista. Las canciones eran coreadas ruidosamente por los miembros del partido. Pero ayer nadie decía nada.

El crujido metálico del altavoz reverbera en la sala. «La gente está muy decepcionada. Yo misma pensaba que al final no lo iban a ilegalizar», susurra Emine, una muchacha de Mardin cuyo hermano, dice, está en las montañas con el PKK.

Enfundados en chaquetas baratas -el único calor en la sala es el de los tés humeantes: nadie sabe si podrán pagar las próximas facturas de calefacción-, los militantes sacuden la cabeza ante cada nueva revelación del tribunal. Muchos todavía tenían esperanza: la reciente apertura de una oficina del DTP en Estados Unidos había llevado a algunos analistas a pensar que la reunión a principios de esta semana entre Erdogan y Obama podía influir positivamente en la sentencia.

«Bah, eso lo habían dicho los periódicos turcos. Propaganda, como siempre», espeta desde una esquina un tal Mehmet, los labios apenas visibles tras su frondoso bigote blanco.
De repente, en la calle suenan unos gritos. Todos corren a la ventana: en la entrada de la sede se ha reunido medio centenar de jóvenes, que, como dándole la razón al tribunal, cantan: «¡Sí. El PKK somos nosotros, y nosotros estamos aquí!».

Cruzan un par de contenedores en el asfalto a modo de barricada, y se pierden calle abajo entre cánticos y eslóganes. En la esquina, los policías antidisturbios se bajan la visera de los cascos, preparándose para cargar. Detrás de ellos, las luces rojas y azules giratorias de la tanqueta iluminan la calle a ráfagas. Va a ser una larga noche en Tarlabasi.

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