También sabía que a los kurdos se les había prometido y después negado un estado propio tras la Primera Guerra Mundial, y que en el siglo XX se habían producido numerosas rebeliones kurdas contra la dominación externa –bien de las potencias coloniales, bien de las autoridades de los nuevos países de los que el capricho geopolítico les había hecho ciudadanos-, normalmente reprimidas a sangre y fuego.
Había leído que los combatientes kurdos habían sido utilizados por estos estados en contra el vecino, especialmente por parte de Irán contra Irak y de Siria contra Turquía. Y sabía que, por ejemplo, en 1975, Kissinger (¡siempre él!) había convencido al Sha de Irán para que dejase de prestar apoyo a los kurdos iraquíes que luchaban contra Saddam Hussein, tras lo cual éstos fueron masacrados.
También era consciente de que, desde el punto de vista cultural, el país en el que peor habían estado históricamente era Turquía, donde se negaba la mera existencia de la identidad kurda: los kurdos, según la ideología oficial, no eran otra cosa que “turcos de las montañas”, y su idioma una variante corrompida del turco. Sabía que en 1984 un grupo armado de corte marxista, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), había iniciado una guerra que ya iba por los 40.000 muertos, la mayoría kurdos. El estado turco había respondido con una feroz campaña contrainsurgente en la que se habían destruido más de 3.000 aldeas y con una ‘guerra sucia’ que había acabado con la vida de alrededor de 7.000 personas, sospechosos de colaborar con el PKK de uno u otro modo. Esto había disparado la simpatía hacia la guerrilla entre la población kurda, que les prestaba ayuda de forma masiva. Y, en los casos en que no era así, el PKK no dudaba en usar la violencia de forma despiadada para imponer la ‘colaboración’ a la población civil en las zonas bajo su control.
En 1999, el líder del PKK, Abdullah Öcalan, había sido capturado en Kenia, traído a Turquía y condenado primero a muerte y después a cadena perpetua, que cumplía como único interno en la isla-prisión de Imrali. Yo sabía que ahora la situación de los kurdos en Turquía era bastante mejor que antaño: ya no estaba prohibido el uso de la lengua kurda en la calle –aunque sí en la política y en la enseñanza pública-, y el sureste del país había salido del estado de excepción y se podía viajar libremente. Öcalan había renunciado al marxismo y a la idea de un estado kurdo independiente, y lanzaba estas ideas desde la cárcel. Pero tras unos años de tregua, en 2004 el PKK había vuelto a la lucha armada, y cada semana caían abatidos varios soldados –en su mayoría reclutas post-adolescentes enviados al sureste a cumplir el servicio militar obligatorio-, bien en ataques del PKK, bien por artefactos explosivos.
Yo sabía también que existía un partido político de base kurda, el DTP, que era la cuarta fuerza política de Turquía, en proceso de ilegalización por sus presuntos vínculos con el PKK. Y aunque había entrevistado a algunos miembros del DTP y ellos negaban ser el brazo político de la organización armada, yo, como todo el mundo, sabía que entre ambos grupos existía algo más que simpatía.
Entonces, viajé al sureste de Turquía, y, como siempre, todo resultó ser mucho más complicado de lo que parecía al principio.
¿qué mas sabes de ellos? Cuenta como viste de primera mano el territorio, la gente, las infraestructuras,... Cuenta desde tu perspectiva observadora y no de aquellos que sólo saben por libros escritos por otros o documentales de las televiones occidentales. Cuenta y asi se sabrás más cosas.
ResponderEliminarMe uno a la petición anterior; dentro de unas semanas viajaré a Diyarbakir :-).
ResponderEliminarGracias por ofrecernos aquí tu sensible e inteligente perspectiva.
me uno al anterior, suerte en el próximo viaje
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