domingo, 15 de febrero de 2009

En los lagos de Pokhara




Hasta ahora, la única referencia que tenía de los lagos de Pokhara era la de la canción de los Héroes del Silencio, de la época en la que a Enrique Bunbury estaba empezando a írsele la pinza (otros dirán que comenzaba el camino hacia la genialidad…). En aquel entonces, Pokhara me sonaba a algo remotísimo, a misticismo, a la clase de lugar a la que uno llega haciendo un esfuerzo colosal y se encuentra a sí mismo en el camino. Luego resultó que bastaba con volar a Katmandú, tomar un autobús desde allí y alquilar un bote que te llevase al centro mismo de los lagos. Y compartir la misma experiencia con cientos de turistas más.

Admitámoslo: el tiempo de los exploradores ha terminado. Por muy remoto que sea el lugar en el que uno esté poniendo el pie, siempre ha habido un escandinavo (o un gallego) que ha llegado antes. La búsqueda de la autenticidad suele ser decepcionante. La mayoría de los sitios a los que uno puede dirigirse sin pasar las de Caín, o bien tienen una cierta infraestructura turística (es decir, que otros turistas han llegado antes), o son un coñazo, o más feos que el trasero de un macaco. Hablo por experiencia: Bangladesh, Albania, Mauritania…

En una ocasión leí un reportaje sobre Maalula, en las montañas de Siria, el único lugar del mundo donde se sigue hablando arameo, la lengua de Jesucristo. Cuando lo vi sobre el papel, pensé: Guau, ¿cómo carajo se ha enterado el periodista de esta historia? Pensaba que aquello debía ser el último confín del mundo. Pero años después descubrí que había un autobús directo desde Damasco, y que ir a Maalula era como ir de romería al pueblo de al lado…*

Está claro que visitar un templo camboyano no es lo mismo que descubrirlo entre la jungla (o saquearlo, como André Malraux), pero ¿mitiga eso la emoción de la piedra? Durante todo el tiempo que viví en El Cairo fui reticente a visitar las pirámides, por aquello del turisteo, pero al final fui a verlas. Por fortuna.

Se dice que Nepal tiene tres religiones: hinduismo, budismo y turismo. En ese sentido, esto está más que explorado: se mire donde se mire, hay un puesto de venta de recuerdos, una librería de trekking o una tienda de especias. Pero ojo, eso no significa que no sea uno de los mejores lugares del mundo para la aventura. La auténtica (“Ir, y que pasen cosas”), la de las gentes y los paisajes, la de las emociones. El peligro existe, es real y cierto cada vez que uno monta en un vehículo en este país, y desde luego cuando uno se enfrenta a la montaña. Si aceptamos que el mundo ha cambiado y que es como es, podemos seguir sintiendo. En Nepal -que por el momento viene siendo mi país asiático favorito- se puede pasear por la falda del Annapurna, y visitar aldeas remotas donde los locales te preguntan cuántos días te ha costado llegar caminando desde tu país. En Chitwan puedes montar en elefante y observar rinocerontes, cocodrilos y tigres. En el mismo paquidermo habrá al menos otros tres tipejos, pero ¿cambia eso algo? En Pokhara puedes alquilar un bote y remar hasta el centro de un lago rodeado por las montañas del Himalaya. Normalmente, las cumbres nevadas son altas, y hay que alzar ligeramente la vista para observarlas. Pero aquí, uno tiene que girar la bisagra del cuello un paso más. Y eso nunca dejará de ser impresionante.



*Lo que ahora me pregunto, en un debate que hemos mantenido con frecuecia Ángel Villarino y yo, es si el reportaje estaba escrito para dar esa impresión de inaccesibilidad, o fue simplemente mi propia reacción al leerlo… ¿Son los periodistas y los escritores de viajes unos fantasmones? Dejo la pregunta abierta. Aunque ya me estoy temiendo las respuestas…

7 comentarios:

  1. Yo me inclino por la opción de que somos nosotros como lectores y aventureros vocacionales quienes proyectamos nuestros anhelos al escuchar o leer un relato como el del pueblo arameoparlante*. De hecho pienso que los escritores de viajes en general son más comedidos y escépticos de lo normal, llegando en unos casos a una auténtica amargura y encabrone ignorante fuera de lugar (véase Paul Theroux). Por supuesto esta regla no es aplicable para las egregias obras vagabundas de Álvaro de Marichalar. He dicho.

    *"Cuando regresamos comprendemos que no es nuestra vieja casa lo que echábamos de menos, sino nuestra niñez." (de algún escritor)

    ResponderEliminar
  2. Desde luego, no queda ningún sitio por descubrir. Pero creo que lo importante no es llegar primero, sino llegar. Que alguien haya comido antes tortilla de patatas no quita para que todo el mundo pueda volver a disfrutar con su ingesta.
    En cuanto a los esfuerzos colosales por llegar, dudo que los tuyos hayan sido muy inferiores a los de cualquier explorador. Para empezar, la mayoría de los "aventureros" que llegaron antes que nadie a los lugares más recónditos del planeta, no eran más que ricachones con tiempo libre que no tenían ni que cargar con una mochila a sus espaldas, porque contaban con un ejército de esclavos a su servicio que le transportaban hasta las copas de Bohemia en las que beber su Chateau Laffite de las cinco y media.
    Y aún así las pasarían putas, por supuesto, pero eso era más producto de su época que de las condiciones a las que se sometían. No se si existirá la estadística (porque hoy en día hay estadísticas de casi todo), pero estoy seguro que la esperanza de vida de un explorador no era inferior a la de un ganadero extremeño (aquello si que tenía que ser un esfuerzo colosal, esos ni tenían tiempo de buscar a su propio yo).

    Los que se fijan en los turistas que hay a su alrededor, lo único que hacen es dejar de disfrutar del escenario que les rodea. Con mayor o menor esfuerzo, lo importante es que has llegado hasta allí, así que disfruta de tus viajes tanto como estoy disfrutando yo con la tortilla de patatas que me estoy zampando.

    ResponderEliminar
  3. Exactamente esa misma revelación la tuve yo en 1994. Por aquel entonces vivía en Vinaròs, Castellón y, en pleno julio, con el sol derritiendo el asfalto a plomo, un amiguete y yo decidimos irnos a Barcelona en moto, a ver a Pink Floyd. Hacía días que era consciente de que tenía que cambiar el neumático de atrás porque estaba muy gastado, pero diez minutos antes de irme a un concierto de Pink Floyd a Barcelona no podía ponerme a cambiarle una rueda a la moto, ¡no jodas!, total, seguramente aguantaría el viaje de ida y vuelta, apenas quinientos kilómetros. No aguantó. A la altura de L'Hospitalet de l'Infant, a la maravillosa velocidad de doscientos quince kilómetros por hora, noté que la moto tenía una imperceptible y extraña vibración. Como por aquellos días yo era un centaumoto, mitad hombre, mitad moto, conocía a la perfección hasta las vibraciones imperceptibles de la otra mitad de mi cuerpo que era una Yamaha XJ 600 y supe al instante que tenía que parar. Ya por el arcén, frenando y a menos de cuarenta, la rueda reventó. El amiguete que llevaba de paquete no se dio cuenta de nada. Decidimos que él se iba al concierto haciendo dedo y yo iría después de que la grúa se llevase la moto.
    Por pura casualidad llevaba un cacharro nuevo que me había prestado un amigo, era un teléfono móvil. Me senté en la cuneta y llamé a la grúa. En cuanto colgué tuve la revelación, el siguiente explorador real del que se tenga noticia tendrá que serlo fuera de la Tierra, por ejemplo en la Luna, la nuestra, en alguna de Júpiter o Marte, o en el propio Marte. Yo estaba en una cuneta de L’Hospitalet de l’Infant llamando inalámbricamente a una compañía de seguros situada, probablemente en Madrid, a trescientos noventa y seis kilómetros en línea recta, el tiempo de los exploradores se había acabado…. (continúo en mi blog www.pacoperez.com, haciendo patria, je!)

    ResponderEliminar
  4. Yo creo que hay muchos sitios por descubrir, claro que todavía no sé deciros ninguno ;-) Por cierto negro... qué tal la tortilla??

    ResponderEliminar
  5. Si queréis descubrir un sitio maravilloso: El Pirineo aragonés. Yo por mi parte, os invito a todos a todos (bueno al "negro", a César y a Paco Pérez y Granada si vienen por España, ah! se me olvidaba Saúl y Diego) a comer una tortillica de patata en Zaragoza. Podéis aprovechar la vuelta a España de Daniel o cuando queráis, Seréis bien recibidos. Cuidáos todos.
    Dani, cuando vengas, ¿qué tal una tortilla de patata o un cocidico?. Un besazo.

    ResponderEliminar
  6. yo acepto encantado, y seguro que el negro también!! Muchas gracias!!

    ResponderEliminar
  7. Os tomo la palabra y os espero. Un abrazo

    ResponderEliminar