Me levanto temprano para coger una furgoneta que, supuestamente, me llevará desde Lumbini a Katmandú. Me planto en la recepción del guesthouse, y el dueño me mira serio.
- La furgoneta ha salido ya.
- Estás de broma.
- Te dije que estuviese aquí a las siete. Son más de las siete.
- Son las siete y cuatro minutos.
De repente se echa a reír. Señala a la calle.
- La furgoneta está allí. De hecho no va a salir, porque todas las carreteras están cortadas.
Magnífica broma, entonces. Como el del chiste:
- Oye, que toda tu familia se ha matado en un accidente.
- …
- ¡Que no, hombre, que es coña, que sólo ha sido tu padre!
Al parecer, hay una huelga étnica: los Neri han convocado un paro general, para reivindicar la inclusión de sus derechos en la nueva constitución que se está redactando estos meses. Toda la región del Terai está paralizada.
- ¿Entonces? – pregunto.
- Mañana lo intentaremos otra vez. – dice Júpiter, que así se llama el hombre. A pesar de su extraño sentido del humor, es un buen tipo.
Así que no me queda otra que esperar un día más en este agujerucho donde no hay absolutamente nada que hacer. Para que os hagáis una idea, llegué a Lumbini el día anterior a las dos de la tarde, y a las cinco ya había terminado de rodar… Lumbini está en la frontera con India, y tiene interés porque es el presunto lugar de nacimiento de Siddharta Gautama, que después se convertiría en Buda, “el que ha alcanzado la iluminación” (y van…). Pero aparte del templo de Maya Devi construido allí, y una columna levantada por el emperador budista Ashoka, no hay nada que ver. Alrededor han surgido una miríada de templos pagados por aquellos países donde hay una importante población budista: Corea, Tailandia, Birmania, Vietnam… pero de escaso valor para mi video.
Camino por el pueblo, que son apenas dos calles polvorientas y una aldea tribal en uno de los extremos. La región del Terai es indistinguible de la India: las gentes son de piel oscura y ojos grandes, y muchos llevan el tika en la frente, la marca ritual roja propia del hinduismo. Hay búfalos por todas partes, y niños que corretean semidesnudos.
Como yo, hay dos docenas de turistas atrapados. Se establece una bizarra solidaridad entre nosotros: musitamos un saludo al cruzarnos, nos sonreímos, compartimos información.
- Tal vez podríamos ir caminando hasta Bhairawa y allí coger un autobús. Sólo está a veinte kilómetros.
- No funcionará. Todas las carreteras del Terai están cortadas. Aunque lleguéis allí no podríais salir hacia ninguna parte.
Vuelvo al guesthouse. Júpiter parece preocupado.
- Las últimas noticias son malas, amigo. Los huelguistas han quemado dos autobuses y un par de motocicletas que estaban intentando romper el cerco.
- Joder, cómo se las gastan aquí.
- Bueno, los últimos años nos han enseñado que aquí nadie le da nada al que pide las cosas con amabilidad.
Me lleva a un aparte.
- Amigo mío, estando así las cosas, la compañía dice que no se hace responsable de lo que pueda pasar. Y yo no puedo asumir la responsabilidad: si queman la furgoneta y la tengo que pagar yo, me arruinan.
- ¿Qué hacemos?
- Vamos a esperar noticias. A las seis hay un boletín en la radio. Veremos qué dicen entonces.
Los occidentales empezamos a ponernos nerviosos.
- ¿Es esto frecuente?
- Bastante. – responde Júpiter.
Mi problema es que al día siguiente mi novia llega a Katmandú, y ya está de camino: hemos quedado en el aeropuerto, y yo no tengo forma de avisarle de que estoy atrapado en el sur. Se lo explico a Júpiter.
- Bueno, hay un aeródromo en Bhairawa, y hay varios vuelos diarios a Katmandú. Puedo intentar reservarte una plaza.
- ¿Se puede llegar desde aquí al aeropuerto?
- Te pondré mi coche. Si eso no es posible, llamaremos a un motorista, o a un rickshaw. Pero debería poderse…
- Mmm… De acuerdo.
Hay un gabinete de crisis en la terraza del restaurante “Los tres zorros”. El grupo es de lo más heterogéneo: una británica profesora de inglés en China, un heladero francés que está camino del norte para irse a vivir a una granja naturista, una vasca que es la primera vez que sale de Europa y no sabe muy bien por dónde van los tiros, una australiana y una galesa que son pareja, un japonés vestido de Rambo que no habla una palabra de inglés pero dice a todo que sí, y un servidor. En la mesa de al lado hay un aventurero holandés que viaja con su novia. Han llegado hoy andando desde India.
- ¿Así que hay una huelga?
- Eso es. ¿Vosotros también estáis atrapados?
- Bueno, nosotros pensábamos quedarnos cinco o seis días por aquí, así que para entonces esperamos que la huelga haya terminado. ¡Pero vaya, estáis bien jodidos!
Él, me cuenta, trabaja seis meses en Holanda y los otros seis los dedica a viajar. Ahora está escribiendo una guía de viajes sobre India, y ha pasado a Nepal para enseñárselo a su novia.
- Yo ya he estado aquí varias veces, la primera hace doce años. Pero ella no, así que…
Yo creo haber resuelto mi problema, así que no intervengo en el gabinete de crisis. Al volver al guesthouse, Júpiter tiene noticias:
- Ahora han parado la huelga, pero mañana por la mañana comenzarán otra vez. Si queréis podemos intentar fletar la furgoneta mañana a las cinco, e intentar cruzar antes de que los huelguistas retomen el bloqueo. En el peor de los casos, si la huelga ha empezado otra vez, la furgoneta puede esperar allí hasta que paren otra vez por la noche, y llegar a Katmandú de madrugada.
Se genera un gran debate.
- ¡Es demasiado peligroso! ¿Y si nos atacan?
- ¿Cómo nos van a atacar? Como mucho pueden quemar la furgoneta, pero dudo que lo hagan con nosotros dentro…
Júpiter escucha con preocupación. Al final, se decide que esa misma noche saldrá un jeep, pero sólo con la mitad de ocupantes. La vasca, el heladero francés, la británica de China y el japonés están dispuestos a correr el riesgo. El precio es el doble que al principio.
Esa noche, mientras empaquetan las cosas en el jeep, el holandés y yo salimos a desearles suerte. Me he pasado el día hablando con la vasca y el francés, así que les tengo cierta simpatía… El jeep arranca y, lo más silenciosamente posible, con las luces apagadas, con el camino iluminado por la luna llena, se pierde en la noche.
Nos quedamos tomando una cerveza en la terraza, a la luz de una vela. El holandés desgrana una historia detrás de otra: India, Irak, Centroamérica. Me cuenta que cuando tenía veinticinco se dio la vuelta al mundo durante tres años, y desde entonces ha estado repitiendo lugares. Ahora tiene cuarenta y uno (me lo ha chivado su novia).
- Viajar es lo único en lo que soy bueno.
Al despedirme, le digo que si pasa por Tailandia me escriba un mail.
- Bueno, la verdad es que viví allí dos años… Era instructor de buceo.
Al día siguiente, Júpiter sigue preocupado: no ha podido comprar mi billete de avión.
- Todo el mundo está intentando salir de aquí por avión. Las compañías no están haciendo reservas. Hay que ir al aeropuerto para asegurarse allí una plaza en el vuelo.
En la sala hay una chica japonesa que ha intentando adquirir un billete con la mini-agencia de Júpiter, y está en las mismas que yo. Y entonces, un golpe de suerte: la muchacha se ha estado alojando estos pasados días en el templo japonés. Ahora, ante semejante panorama, los monjes han venido para escoltarla. Iremos en la camioneta del templo: la premisa es que los huelguistas no se atreverán a pegarle fuego al coche de un monje. Júpiter está tan preocupado por nosotros que decide acompañarnos. Su hermano de quince años se queda a cargo del hotel.
La chica, me dice, también tiene que llegar a Katmandú ese mismo día.
- Mi madre aterriza por la noche, y no hay quien pueda ir a recogerla. Es una ancianita, usted sabe.
En la calle, una espesa niebla mañanera lo cubre todo. Montamos en la camioneta. Uno de los monjes bendice nuestra partida con un abanico budista. Enfilamos la carretera. De entre el humo blanco van surgiendo figuras madrugadoras: un campesino en bicicleta, un santón barbudo, una mujer con un bebé a la espalda. Contenemos la respiración: en cualquier momento pueden aparecer los huelguistas y detenernos.
Al final, como casi siempre, en la realidad las cosas resultan menos dramáticas de lo que pintaban en nuestra imaginación. Los que presumiblemente son los piqueteros están sentados a un lado de la carretera, fumando. A su lado hay un grupo de bastones apoyados en una piedra. Levantan la vista mientras nos acercamos, pero no hacen ademán de levantarse. Cruzamos.
Llegamos al aeropuerto. Júpiter entra en el edificio. A los pocos minutos sale con expresión triunfante: tenemos plaza en el segundo avión, dentro de tres horas. Yo contengo un grito de júbilo. La sonrisa de la japonesa es tan amplia que dan ganas de abrazarla. Hasta el monje –Kenzo, se llama- está eufórico, aunque lo disimula con modales budistas.
Yo, Júpiter y el monje Kenzo, más contentos que un columpio. Y SÍ, estoy engordando...
Tres horas después, nuestro avión despega del aeródromo de Bhairawa.
- Siéntate en el lado de la izquierda – me ha dicho Júpiter a modo de despedida, mientras me guiñaba un ojo. Así lo he hecho, y entonces descubro por qué: a medida que nos elevamos, veo como sobre la capa de niebla van surgiendo, mágicamente, las cumbres blancas del Himalaya…
jajajajaja!
ResponderEliminartío qué historia más maravillosa!!!
(¿cómo puedes estar engordando de paseo por Nepal?!)
Acaba de llegar Carlos a casa y pregunta: ¿has visto el blog de mi hermano?.
ResponderEliminar- sí
- ¡Qué pasada lo de Nepal!¿no?
Siento envidia sana.
- Es que si tiene suerte y no le pasa nada, ¡vaya experiencia!
¿Cómo se siente uno sobrevolando el Himalaya?.
No sé qué decir, cada entrada tuya en el blog, es ¿cómo diría? ¿sentir una nueva aventura?, nos trasladas al otro lado del mundo y nos dejas boquiabiertos.
Y sí, estás engordando. Un besazo.
mmmm la amada,el riesgo, un país exótico... veo que has encontrado algo todavía mejor que el drama humano. Un abrazo, compañero!
ResponderEliminarche, me encantó tu historia, puro amor.
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