jueves, 19 de febrero de 2009

El Yeti


Salgo de Pokhara en un avión de Yeti Airlines. En el aeropuerto hojeo un libro del alpinista tirolés Reinhold Messner, titulado “Mi búsqueda del Yeti”. A los diez minutos estoy tan enganchado que me lo acabo comprando (auténtico ‘libro Iriarte’, como véis…). Y me ha fascinado tanto la historia, que os la voy a contar ahora.

Empecemos por el personaje. En palabras del también alpinista Jon Krakauer, “Messner es al alpinismo lo que Michael Jordan al baloncesto”. Puede que más: Messner fue la primera persona que subió el Everest sin oxígeno (en 1978), la primera en subirlo sin oxígeno y en solitario (en 1980), la primera que coronó los catorce ‘ochomiles’ (las cumbres de más de ocho mil metros de altitud) del mundo. Entre otras animaladas, se ha cruzado caminando y sin compañía Groenlandia, la Antártida y el desierto de Gobi. Habla al menos media docena de idiomas, entre ellos urdu, nepalí, y a estas alturas debería dominar ya el tibetano. Incluso mi admirado Werner Herzog le hizo un documental en 1984: Gasherbrum (The Dark Glow of the Mountains).Ahora vive en un castillo en los Alpes italianos. Vamos, que no le ha ido del todo mal en la vida.

Messner se crió en los Alpes, así que lleva la montaña en el alma. Su primer viaje al Himalaya fue en 1970, en una ascensión al Nanga Parvat en la que murió su hermano Günter y él perdió siete dedos del pie. A pesar de eso, se empeñó en volver a la región dos veces al año, a seguir escalando. Messner, según cuenta, no creía en el Yeti: durante dieciséis años escuchó en boca de los sherpas historias sobre el ‘hombre salvaje’ que vivía en las montañas, era capaz de levantar un yak, y secuestraba mujeres con las que, ocasionalmente, tenía hasta descendencia. Apenas les prestaba atención, pues la experiencia le había demostrado que “cuando preguntaba por detalles, los amigos se convertían en conocidos de amigos, los años en décadas y las aldeas en regiones”. La típica leyenda (iba a escribir “urbana”, ups).

¿El Yeti? No, Reinhold Messner...

Hasta que, en 1986, en el Tíbet oriental, Messner se encontró con una misteriosa criatura. Acababa de pasar por una extraña aventura en la que, en compañía de su novia Sabine –quien, por cierto, estaba buenísima-, había ayudado a escapar a un guerrillero tibetano de las tropas chinas, y se encontraba medio huyendo, medio escalando en una región casi deshabitada. Era de noche, y Messner estaba desesperado por acabar aquella cara de la montaña y encontrar un refugio donde descansar. Así lo cuenta él:

“De repente, silencioso como un fantasma, algo grande y oscuro se movió treinta pasos más arriba. Un yak, pensé. Entonces, silencioso y con ligereza, corrió a lo largo del bosque, desapareciendo, reapareciendo, tomando velocidad. Ni ramas y arbustos detuvieron su avance. Eso no era un yak.
La figura reapareció en un claro a diez yardas durante unos segundos. Entonces, se giró y se esfumó en la oscuridad. Yo había esperado escuchar algún ruido, pero no se produjo. El bosque permaneció en silencio: ni una rama rota, ni una piedra desprendida. Yo tendría que haber escuchado al menos unas suaves pisadas en la hierba”.

Messner se cagó de miedo, claro. Pero descender era imposible, y acampar allí se le antojó suicida con un Yeti en las cercanías, así que decidió continuar la marcha.
“Entonces escuché una especie de silbido, similar a las llamadas de alerta de las cabras montesas. Por el rabillo del ojo, vi el perfil de una figura de pie entre los árboles en el filo de un claro. La figura se mantuvo allí, en silencio, desapareciendo durante unos instantes sólo para reaparecer en otro lugar a la luz de la luna. Oí de nuevo el silbido, y por un instante vi ojos dientes. La criatura estaba cubierta de pelo, se mantenía sobre dos cortas patas y tenía poderosos brazos que colgaban casi hasta las rodillas. Su cuerpo parecía mucho más pesado que el de un hombre de su tamaño, pero se movió con tal agilidad y energía hacia la cumbre que me sentí aliviado y estupefacto a la vez”.

Después de eso, Messner decidió investigar el asunto. Se dio cuenta de que, para los sherpas y los nepalíes, el Yeti era una criatura mítológica, un monstruo sobrenatural además de un ogro con el que asustar a los niños traviesos, pero que para los tibetanos era algo perfectamente real y cotidiano. Algo con lo que convivían diariamente.
Los tibetanos, descubrió, llamaban al Yeti Chemo. Durante años, a cada persona que se encontraba, Messner le preguntaba por un yeti, chemo, dremo, shumo, migyu o migiö, dependiendo de la lengua materna de la persona con la que hablaba. Muchos tibetanos habían visto chemos. Las descripciones coincidían entre ellas, además de con lo que Messner había visto. El alpinista empezó a pensar que el famoso Chemo podía tratarse de un rarísimo animal de la familia de los osos, pero que no había sido clasificado zoológicamente todavía.

El chemo, según todos los indicios, es una especie de oso cabezón, muy poderoso (puede llevarse en volandas una vaca pequeña, por ejemplo), increíblemente inteligente, nocturno, capaz de caminar sobre dos patas (lo que explicaría muchas cosas) e incluso de arrojar piedras con las patas delanteras (¡!). Los tibetanos hablan de él con veneración y respeto, un animal mucho más temible que un oso normal, pero, según Messner, para nada como algo sobrenatural.

Poco a poco, empezó a trascender la noticia de que el famoso Reinhold Messner había visto un Yeti. Un día, durante una conferencia de prensa en Katmandú, un periodista indio le preguntó directamente sobre el asunto: ¿Es verdad que ha visto un yeti?
- Bueno, sí, pero no en esta expedición. Y eso no tiene nada que ver con lo que…

Craso error. Desde entonces, Messner empezó a ser asociado con la ‘búsqueda del Yeti’: los científicos le consideraban un chiflado, los chiflados le escribían para explicarle sus teorías, y lo peor, sus logros deportivos quedaban empañados por que ‘tampoco esta vez había conseguido una prueba de la existencia del Yeti’

Entonces (y ésta es mi parte favorita de la historia), un hombre llamado Ernst Schäfer le escribió una carta. Schäfer era un renombrado experto alemán en cultura tibetana en los años 30, hasta que, al principio de la Segunda Guerra Mundial, se le había puesto al cargo de la Operación Tíbet. La intención de ésta era convertir a Schäfer en una especie de “Lawrence del Himalaya”, incitando a tibetanos y afganos a la rebelión contra los británicos. Pero el plan fue cancelado, y la expedición fue refedinida como Operación Legado Ancestral. Himmler le asignó a Schäfer la improbable misión de encontrar alguna evidencia del origen nórdico-ario de la raza germana, probando que los alemanes venían directamente de los cielos, o, en su defecto, del lugar más cercano: el Himalaya.
Schäfer era un nazi convencido: visitó el campo de exterminio de Dachau para observar cómo los seres humanos reaccionaban a la congelación. Parece, empero, que no se creía ni una sola de las teorías del alucinado Himmler. Aún así, aceptó el encargo como medio de financiar la expedición.

Schäfer había llegado a conclusiones muy parecidas a las de Messner: las diferentes descripciones que los lugareños daban del chemo (Schäfer también había dando con este término), variaciones de color y tamaño, se corresponderían con diferentes estadios de desarrollo en la vida de un mismo animal. Incluso, Schäfer se jactaba de haber abatido numerosos chemos en los años que pasó en el Himalaya. Pero, a diferencia de Messner, Schäfer pretendía que se trataba de el chemo era un oso tibetano corriente.

Messner se dio cuenta de que tenía que probar la existencia del animal llamado chemo, y su vinculación con la leyenda del Yeti. Al fin y al cabo, la palabra ye-ti en tibetano significa literalmente “oso de las nieves” (y fue un periodista norteamericano en los años 20 quien lo tradujo erróneamente como “abominable hombre de las nieves”, dando origen a la actual imagen que en Occidente se tiene de la criatura). Messner buscó por todo el Himalaya, rastreó supuestas momias de Yeti en remotos monasterios de Nepal y Bhután -que resultaron ser más falsas que el amor de Dinio-, incluso tomó fotografías de numerosas huellas de chemo. Para mediados de los 90, Messner había logrado reunir decenas de pruebas al respecto, desde los testimonios de cientos de personas que habían tenido encuentros con ellos hasta su vinculación con ciertos rituales en perdidos monasterios de lamas, pasando por una zarpa, e incluso un ejemplar disecado.
Al final, en 1997, de nuevo en el Tíbet oriental, encontró a una familia de rastreadores de chemos, y les acompañó durante semanas. Y el propio Messner logró avistar a estos raros animales en tres, cuatro, media docena de ocasiones.

Entonces, un día, en Austria, se encontró en una recepción con el Dalai Lama, a quien ya conocía de ocasiones anteriores. Hablaron sobre el mito del Yeti. El Dalai Lama sabía de la existencia de los chemos como algo real.
- ¿Cree usted, entonces, que el chemo y el yeti son la misma cosa?

- Estoy convencido de ello.
Y entonces, el Dalai Lama, sonriendo, con un gesto suave, se llevó el dedo a los labios, indicándole que eso era un secreto entre ambos.

Para entonces, Messner ya se había dado cuenta de que poco importaban los resultados de su investigación: el mundo necesitaba al Yeti. Dijera lo que dijera el alpinista, la gente no estaba dispuesta a escuchar: preferían mantener su imagen de un antropoide salvaje habitando las montañas entre Pakistán y Vietnam, tal vez un tipo de Neanderthal que había sobrevivido al auge del Homo Sapiens, o incluso un Gigantopithecus. El potencial mítico de la criatura, su carga erótica (el yeti macho secuestra mujeres, el yeti hembra secuestra hombres), permanecería intacto a pesar de todo. Al fin y al cabo, lo máximo que Messner podía aspirar a demostrar era la existencia de un animal llamado chemo. Siempre habría quien prefiriese pensar que el yeti no era lo mismo que el chemo. Y, tal vez, desde un punto de vista antropológico, no lo sea.


Y cierro con estas palabras del poeta sherpa Milarepa (1040-1123), que he encontrado en otra parte:

“Lo que aparece como un monstruo / lo que es llamado monstruo / lo que reconocemos como un monstruo / está dentro del mismo ser humano / y desaparece con él".

1 comentario:

  1. No está a la altura, pero yo vi un reportaje sobre esto en cuarto milenio. Por cierto, no has pensado mandarles alguna de tus historias y que te hagan colaborador del programa?? Sería cojonudo.

    Y no nos has desvelado si tú has visto algún chemo por ahí. Esto unido a la precisión sobre la potencia erótica de sus hembras, me ha dejado meditabundo ;-)

    ResponderEliminar