martes, 3 de febrero de 2009

Talibanadas



Este no es mi nuevo "amigo", pero podría serlo...

He conocido a un talibán. No es una metáfora: uno de verdad, vivito y coleando. Yo estaba en el aeropuerto de Dhaka, esperando mi avión, cuando un hombre vestido con un shalwar qameez, un chaleco y un enorme turbante negro –y las frondosas barbas de rigor, al estilo del Profeta- se ha acercado a hablar conmigo. Al primer vistazo le he tomado por un afgano.

- ¿De dónde eres?
- De España, ¿y usted?
- Waziristan-, responde.
Un escalofrío me recorre la espalda: Waziristan, la región fronteriza de Pakistán feudo de los talibanes y lo que queda del núcleo duro de Al Qaeda, en la que se supone que está escondido Bin Laden.

- ¿Deobandi?-, le pregunto. Afirma con la cabeza. No queda duda. La escuela deobandi es el movimiento religioso salafista en el que se inscriben los talibanes. Eso no quiere decir necesariamente que sea uno de los que está pegando tiros por ahí. Pero podría serlo.


¿Qué hace un talibán en Bangladesh? Ha venido, me explica, para el Ijtema, una celebración islámica que se celebra en todo el sur de Asia entre aquellos que no tienen medios para pagarse el hajj o gran peregrinación a La Meca. Un mes más tarde de ésta, los peregrinos pobres se reúnen en las afueras de Dhaka con los que sí han podido hacer el hajj, con la esperanza de empaparse de algo de la santidad que éstos traen de su viaje. No sé mucho más al respecto, pero desde el avión, el día anterior, he visto las carreteras cortadas, y decenas de miles de personas caminando juntas en un ambiente festivo. Durante el Ijtema, me ha dicho Paco Perez la noche anterior, el espíritu es de paz, de alegría, totalmente ausente de violencia. “Hasta los malos se vuelven buenos”, decía, repitiendo las palabras de su chofer. Por eso hay un grupo de waziristaníes esa mañana en el aeropuerto de Dhaka, así como musulmanes del resto de Pakistán, Nepal, India y otros países.

- ¿Musulmán? –me pregunta Bahadur Jaan (así se llama mi nuevo “amigo”), sin duda animado por mi barba.

- No, católico-, respondo. Uno lleva mucha mili musulmana encima como para no saber en qué berenjenal se mete cuando intenta hablarle de agnosticismo a un verdadero creyente. No digamos ya a un talibán. Y, sencillamente, hay discusiones que no merecen la pena…

- Pero pareces musulmán. Tal vez tu abuelo era musulmán.
- Bueno, en España apenas hay musulmanes.

- Pero antes España era musulmana,-insiste.
- Sí, pero eso fue bastante antes de mi abuelo. En concreto, más de quinientos años,-le digo.

Veo cómo esta afirmación le confunde. ¿Quinientos años?, repite con el ceño fruncido. Pero no se da por vencido. Me obsequia con un dátil negro.

- Traído de La Meca. Muy especial,- dice. Y empieza una perorata sobre cómo siente dolor en su corazón cuando encuentra a buenas personas y descubre que no son musulmanas. Y yo ya me huelo lo que va a venir después, porque no es la primera vez que me veo en una situación parecida.

Y entonces se acerca otro tipo, que se presenta como Sultan Mahmoud. Este es bangladeshi y viste como tal, con un pequeño gorrito blanco en la cabeza, al estilo sudasiático. Sultan Mahmoud habla inglés con mucha mayor soltura que su amigo del Waziristan. Me comenta que se dedica a la da’wa, a la predicación, y por eso está hoy allí, para ayudar a los hermanos de la Umma que han venido para el Ijtema. Y como las personas dedicadas a la da’wa ganan puntos con cada conversión que logran, durante la siguiente hora oiré toda una serie de argumentos sobre por qué la suya es la verdadera fe.

Hace años me encontré en una situación parecida, camino de Port Said. Mi amigo Diego Valbuena y yo habíamos tenido una violenta discusión con un taxista cairota que no estaba satisfecho con lo que yo, un khawaga –el equivalente egipcio de farang- le estaba pagando, así que, en mi magro árabe, empecé a gritar en voz alta que era un ladrón, y que 15 libras desde Shariat An-Nil estaba bien pagado (un egipcio hubiera pagado 8 o 9). El taxista se retiró, públicamente avergonzado pero mentándonos las madres, y entonces fuimos abordados por dos jóvenes barbudos que habían presenciado la pelea. Nos dijeron, en pobre inglés, que aquel no era un verdadero musulmán, y que le disculpásemos. Eran, estoy seguro, miembros de la Hermandad Musulmana, y por algún motivo decidieron que éramos carne de conversión. Al llegar a Port Saíd nos invitaron a comer en su casa, nos presentaron a su padre y a su hermano pequeño, y entre toda la familia iniciaron una ofensiva proselitista que se cuenta entre las experiencias más surrealistas de toda mi vida… Durante varias horas, fueron desgranando anécdotas, historias coránicas, preceptos, razones, hasta que al final de la tarde, frente a la línea costera de Port Saíd, con los últimos rayos de luz, flanqueados Diego y yo por cada uno de los Hermanos, nos preguntaron si estaríamos dispuestos a empezar a ir a la mezquita con ellos. Declinamos amablemente la oferta. El mío no era muy listo, así que no me costó demasiado rechazarle. Diego creo que las pasó un poco más putas.


Pero hay que decir que Sultán Mahmoud habla mejor inglés y sus argumentos, al menos desde el punto de vista teológico, son más hábiles que los de aquellos Hermanos. Me dice, por ejemplo: “Los cristianos decís que Jesucristo es el hijo de Dios. Pero Dios puede crearlo todo. ¿Por qué, entonces, iba a necesitar progenie?”. Touché. “Jesucristo fue un profeta, pero después llegó Muhammad (Mahoma). Es como con las monedas: cuando se acuña una nueva, la anterior pierde su validez”.

Y entonces, Sultan Mahmoud se lanza por derroteros interesantes. Entre otras cosas, hace una defensa de la poligamia: “En una casa puede haber más de una mujer, pero no más de un hombre, porque entonces no se sabría seguro quién es el padre”. En el Islam, la herencia sanguínea se da por parte paterna, y por eso los hombres musulmanes pueden casarse con mujeres de otras religiones, pero no al revés: el hijo ha de nacer musulmán. Y entonces hace un comentario que me hace sospechar que Sultan Mahmoud es más que lo que dice ser: “Ahora, Sheikh Hasina ha ganado las elecciones de Bangladesh. Pero la santidad se ha perdido en la familia”, dice, haciendo referencia a la pretensión de la familia de Hasina de descender directamente de la estirpe del Profeta. “¿Quién va a seguirla ahora?”, responde. ¿Es, acaso, un miembro de la Jamaat Islami, la oposición islámica de Bangladesh? Sonríe, pero no me responde. Creo que piensa que tal vez ha hablado demasiado.

Le pregunto qué piensa del sufismo, del chiísmo, de la violencia religiosa. Sus respuestas son ambiguas. No consigo sacarle nada más. Mi amigo talibán ha partido media hora antes. Llega la hora de mi embarque y nos despedimos con un apretón de manos amistoso. “Si alguna vez encuentras la verdadera fe, búscame para decírmelo”, me lanza a modo de adiós.

Y yo sólo espero que este encuentro no me traiga problemas en el futuro con ningún servicio secreto. Menos mal que, inshallah, van a cerrar Guantánamo.


3 comentarios:

  1. No sé si deberías titular el Blog "Caerse por la borda" o "Al filo de lo imposible". Un beso.

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  2. Tenías que habele presentado al talibán a uno del Opus. No me perdería su debate teológico por nada del mundo.

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