jueves, 5 de febrero de 2009

Camiones



Como a la mayoría de los críos, desde canijo me han fascinado los camiones. Son colosos de metal, poderosos, imparables, temibles. Pero, a diferencia de los tanques, los camiones son como un gigante bueno: están para ayudar a la gente, para transportarla, para llevarle cosas. En determinados terrenos, el camión es lo único que permite a las personas desplazarse de una aldea a otra, recibir noticias del exterior, suministros. Entonces, el camión simboliza el mundo exterior. Los camioneros, como los viejos marineros donde los hay, son altamente respetados y pueden aportar opiniones autorizadas: han visto lo que hay ahí fuera.

Cada país imprime una personalidad en sus camiones. En Mauritania son antipáticos, muy altos, de ruedas gigantescas que evitan que se queden atrapados en las arenas del Sáhara. En España jamás veremos un chasis rosa, pero es la norma en Tailandia, donde los camiones son alegres, tropicales, como el propio país. Muchos llevan en el guardabarros la foto de Serpico, como aviso a los policías corruptos. En India, acarrean muchas más cosas de las que caben en la parte trasera, y la carga sobresale por arriba, por los laterales, se descuelga hacia atrás.

En Nepal, los camiones tienen ojos. Me miran mientras desciendo el valle, camino de Sauraha, en el sur. Están pintados con colores alegres, con esvásticas, con las caras de los dioses: Durga, Parvati, Laxmi, Ganesh, Shiva. Algunos exhiben eslóganes en inglés: “YOU CAN LOVE ME”, “NEPAL IS GREAT”, o más mundanos, como “SOUTH AFRICA WORLD CUP 2010”. “PLEASE HORN FOR HAPPINESS” (“Por favor toca el claxon por la felicidad”), se lee en uno. Los otros le toman la palabra y se anuncian con grandes bocinazos: que nuestro humilde autobús se aparte, porque el todopoderoso camión va a pasar.

En las orillas vemos a los simples peatones, acostumbrados a hacer sus vidas al margen de las caravanas de acero que cruzan el valle en ambas direcciones. Estos juegan al badminton, aquellos toman una infusión mientras observan la carretera. Allá, unas trabajadoras del té se dirigen al campo con las cestas a la espalda, sujetas a la frente mediante una correa. Un grupo de niños observa la fila de vehículos con expresión entre aterrada y cautivada. ¿Qué piensan? ¿Tal vez alguno de ellos está decidiendo que algún día será el jinete de uno de estos monstruos de metal? Al fondo del cañón serpentea un río de aguas verdes. Junto a él, en la carretera, dos hileras de hormigas de colores: los camiones que suben, y aquellos que ya han llegado abajo.

El precipicio a nuestra derecha es considerable. Si una de esas moles se sale de la carretera, el conductor puede darse por muerto: si no lo aplastan las rocas, lo hará el metal. Por eso, todo el mundo conduce lo más alejado posible del abismo, con el resultado de que, la mayor parte del tiempo, todos los vehículos van por el mismo carril. Sólo cuando dos camiones se encuentran de frente, uno de los dos maniobra para acercarse al precipicio. El otro le saluda con un bocinazo que significa: “mala suerte, amigo. Esta vez te toca a ti apartarte”.

A veces, uno de estos camiones se estropea. Y entonces, el conductor detiene el vehículo y se arrastra debajo para repararlo, provocando atascos formidables, puesto que no hay una cuneta a la que llevarlo. Si la policía lo encuentra, se limitará a organizar el tráfico por el otro carril, dando paso ahora a unos, ahora a otros, que lo rebasan con indiferencia. “Mejor tú que yo”, parecen decir.

Pero el camionero nepalí, como el sahariano o el de Liberia, suele ser un mecánico magnífico: le va la vida en ello. Pronto, tal vez en unas pocas horas, el vehículo estará reparado, y, con un rugido de victoria, continuará su inexorable camino.

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Simbad el camionero llegó un día a un misterioso puerto de montañas nevadas. A su lado, extrañas banderas susurraban sus secretos al aire que a su vez cantaba en los oídos de Simbad.

    Distraídamente, él intentaba atisbar sirenas tras la ondulante letanía de los cláxones...

    ResponderEliminar
  3. Yo también quisiera citar a ese otro gran poeta que en una ocasión escribió:
    "Yo para ser feliz quiero un camión,
    escupir a los urbanos
    y a mi chica meter mano,
    yo para ser feliz quiero un camión."

    En estos sencillos versos se encierra buena parte de la filosofía de la profesión, porque lo que tienen de solidaridad con sus compañeros, lo tienen de mala hostia con el resto de la humanidad.
    ¿Quién no ha tenido algún pequeño percance con un camionero?
    Claro, que normalmente nos quejamos de su actitud pero sin decírselo a la cara, porque pensamos que si son capaces de conducir estas moles de hierro, qué no harán con nuestros frágiles fémures...

    ResponderEliminar
  4. Uf qué complicao esto de dejar comentarios si no tienes cuenta.....

    Aquí en Bangladesh todo el mundo tiene fecha de caducidad. Y ya nos hemos acostumbrado a no hacer un dramón de cada despedida. Cuando Carmen se iba, Paco y yo decidimos regalarle un precioso album de fotos, que más que un álbum era un libro de bangladesh. Contenía muchos temas importantes, como la gente, los mosquitos, las mezquitas, el ruído, el agua.... y LOS CAMIONES, todo ilustrado con originales fotos y textos de Paco.
    Copio un pequeño textito que escribió Paco sobre el tráfico y otro sobre los camiones: "En muy pocas ocasiones un conductor bangladeshi usa el claxón para agredir acústicamente, para ellos sólo es un aviso de posición, son tantos y conducen tan desordenadamente que necesitan estar constantemente avisándose unos a otros para no chocar. La Sinfónica del Tráfico de Bangladesh interpreta cada día una obra única que, una vez oída, nunca vuelves a olvidar".
    "Circula una leyenda urbana que cuenta que los coloridos camiones bangladeshis vienen a parar aquí después de mil usos en otros países como la India o Nepal, y que después de aquí van a parar a manos de los gitanos nómadas que los usan para transportar sus circos cargados de fieras y trapecistas por los pueblos de todo el mundo"

    Granada.

    ResponderEliminar