El rinoceronte mira hacia aquí, y yo me cago de miedo, a pesar de que estoy subido al palanquín de un elefante. ¿Cómo me he metido en esto?
Estoy en Parque Real Nacional de Chitwan. Ayer contraté un día completo en el recinto –que es gigantesco-, con trekking por la mañana y cabalgata en elefante por la tarde. A las 6 de la madrugada, el encargado de mi guesthouse me despierta: los guías esperan fuera.
- ¿Cómo te llamas?
- Daniel.
Sus ojos brillan. Tiene esa mirada que sólo poseen los yonquis y los iluminados.
- Ese es un nombre de la Biblia.
- Exacto.
Él, me dice, se llama Nandu, y el otro Samundra. Ambos llevan largos bastones de madera.
Cruzamos el río Rapti en una canoa atestada de lugareñas, y nos adentramos en Chitwan. A los cinco metros, Nandu se para. Me mira con los ojos muy abiertos.
- Ok, sir. Antes de entrar quiero advertirle de que allí dentro hay muchos animales peligrosos.
¿Cómo de peligrosos?, pienso yo.
- Si nos encontramos con un oso, tenemos que quedarnos todos juntos. Para eso llevamos los bastones.
Ése es el motivo por el que ahora existe la obligación de ir con dos acompañantes. Mi guía es de 2003, y allí sólo se menciona la necesidad de uno. Al parecer, desde entonces los osos se han merendado a un par de turistas, y por eso el gobierno ha impuesto la pareja.
- Y lo mismo con los jabalíes. Si están con sus crías, las hembras de oso y jabalí son muy agresivas.
- Comprendo.
Hago ademán de seguir caminando, pero Nandu me coge del brazo.
- Si un rinoceronte nos ataca, tiene que ponerse detrás de un árbol, y si puede, trepar. Y si no es posible, corra en zigzag. El rinoceronte es un animal muy pesado y tiene dificultades para girar.
¿De qué me estás hablando?
- También hay serpientes. Sesenta y siete especies diferentes. Está la pitón, que cae de los árboles.
¿Qué?
- Y víboras.
Vaya.
- Y cobras.
Desde luego, me estás tranquilizando, amigo,
- Y…
- Vale, vale, ya entiendo – digo. Que se traduce en un “pisa-donde-tú-pisa-y-no-toco-nada”.
Entramos en la jungla. Los senderos están bien delimitados, así que no es difícil caminar.
- ¿Hacéis algo aparte de ser guías? – les pregunto. Samundra se encoge de hombros. Nandu me mira.
- Yo soy estudiante.
- ¿De qué?
- Teología.
- Ajá. ¿De qué religión?
- Cristiana.
- ¿Quieres ser cura?
- No. Quería saber más sobre el Dios verdadero.
Otro, pienso yo. Pero como guía, Nandu es excelente: conoce las plantas, reconoce las huellas de los animales, sabe rastrearlos. Vemos insectos, monos, pájaros, algunos ciervos. Encontramos una gigantesca boñiga en la que las moscas se están dando un festín.
- ¿Rinoceronte? – pregunto, no sin cierta alarma.
- No, elefante.
Seguimos caminando. De repente, Nandu levanta la mano para indicar que nos quedemos quietos. Él se acerca al río, y al poco me indica que me acerque en silencio. En la otra orilla, al sol, reposa un enorme cocodrilo de casi cuatro metros. Impresionante. Consigo varios planos buenos, con trípode y todo.
- ¿Podemos hacer que se mueva?
Hago además de tirarle una piedra, pero Nandu me detiene.
- No. – Hace una pausa dramática, y yo bajo la mano. – Muy peligroso. Come gente.
Y entonces me doy cuenta de que lo que yo he tomado por un inofensivo gavial del Ganges, que, según he leído en la guía, sólo se alimenta de peces y ranas, es en realidad un temible cocodrilo nilótico, capaz de cazar un ciervo adulto. Continuamos andando. Unos metros más adelante, otros dos cocodrilos se tiran al agua.
- Entonces, ¿pueden salir del río y arrastrarnos?
- Sí.
- ¿Y no te da miedo?
- No.
¿Lo dice para acojonarme? ¿Se ha puesto en manos de Dios?
Encontramos otro montón de excrementos.
- ¿Elefante? – pregunto yo.
- No, rinoceronte.
Ahora que me fijo, el otro era marrón, y éste es como más oscuro…
La caminata dura un total de cinco horas, y para cuando acaba estoy baldado, aunque satisfecho: tengo un material de primera para mi video.
Nandu (en el centro: apréciese la mirada), Samundra y un servidor, tras la caminata...
Por la tarde, Samundra viene a buscarme para llevarme al paseo en elefante. Me embuten en una barquilla de madera junto a una pareja de franceses y un cincuentón polaco al que le canta el alerón.
Montar en elefante es una de las experiencias más incómodas a las que uno pueda someterse por voluntad propia. La primera vez te hace ilusión, claro, pero después pierde todo el glamour: las piernas te cuelgan y no tienes dónde apoyarlas –calambres-, te vas dando golpes con la madera constantemente, y encima esta vez es difícil determinar quién huele peor, si el animal o mi compañero de viaje. Espachurrado contra la barandilla, empiezo a pensar que ésta ha sido un pésima idea. Nos acompañan otros seis o siete elefantes en condiciones semejantes. Estoy seguro de que no vamos a ver ni un triste bicho…
Pero Chitwan es mucho Chitwan, y al poco de entrar, una pareja de rinocerontes cruza el sendero delante nuestro. Los elefantes los siguen hasta un abrevadero. El andar del rinoceronte es majestuoso, pausado, de potencia contenida. La variedad asiática no tiene el cuerno tan pronunciado como la africana, pero no deja de ser una especie de tanqueta formidable.
La imagen es mágica: desde el elefante, a apenas tres metros, vemos cómo uno de ellos pasa a nuestro lado. Nos mira. Vuelve la cabeza. Y entonces, sin aviso previo, empieza a correr hacia uno de los elefantes. ¿Está embistiendo? Nuestro animal se asusta e inicia un giro en redondo, pero el mahut consigue calmarlo con un grito. El rinoceronte pasa trotando junto a otro elefante en retirada, seguido de su pareja, y ambos se pierden en la maleza.
Volvemos al pueblo. ¿Una turistada? Tal vez.¿Acaso hay otra forma de ver un rinoceronte en libertad? El corazón todavía no me ha vuelto a su sitio…
Y siempre podré decir que sé distinguir una boñiga de rinoceronte de una de elefante.
Elefante y mahut cruzando el río Rapti al amanecer, entre la niebla...
A tí no te ha vuelto el corazón a su sitio, pero a mí me ha dado un vuelco cuando lo he leído. Cuando te decía lo de "al filo de lo imposible", era por algo. Me río pero con lágrimas de angustia. Tío, ten cuidado, que cualquier día te ataca un cocodrilo y sería gordo...
ResponderEliminarBromas aparte, ya vemos la intensidad de tu viaje.
¿Cómo vas de cultura religiosa?. Entre los budistas, los talibanes y ahora el teólogo, supongo que habrás hecho un buen repaso a las religiones. Me ha encantado la frase esa de conocer al "Dios verdadero".
Hace poco vinieron a casa unas testigos de Jehová y les dije: "Mira no me interesa, no creo en la religión católica que es la verdadera...". Por lo menos en algo estamos de acuerdo con el guía. Bueno, cuídate. Un beso fuerte.
guau
ResponderEliminarTen cuidado con los animales. Yo tengo una amiga quien a su vez tiene otra a la que, antes de presentarsela a alguien advierte que nadie le pregunte por su padre:
ResponderEliminar-Es que se lo comió un oso.
Cada vez que lo dice el descojone es genefal y no me extraña, así que si te pasa algo que sea por un embiste de rinoceronte o un zarpazo felino, pero por favor ten cuidado con los plantígrados que no quiero soportar risas cuando me pregunten por vos. Siempre con cariño.
A mí me ha pasado algo parecido hoy por la mañana: nada más salir de casa casi me denuncia el Cocodrilo Municipal, por correr con la amoto.
ResponderEliminarLuego, en el curro, por poco me embiste el rinoceronte de mi jefe.
Y finalmente, me las he visto y me las he deseado con el viborilla de mi de compañero con el que comparto curro...
En el fondo, Dani, no estás tan lejos de nosotros.
PD. Hubiera sido muy tópico mentar, entre tanta fauna a la suegra.
Aviso a los escépticos:
ResponderEliminarDado que me encontraba filmando un video de viajes, lo tengo todo, todito filmado... Cuando queráis lo vemos.
Besos
Dani