viernes, 27 de marzo de 2009

(Jemeres Rojos: una introducción)


"La muerte de una persona es una tragedia; la de un millón, una estadística
"
Josef Stalin


Soy consciente de que algunos de los que me leéis no sabéis nada sobre los Jemeres Rojos y el período más oscuro de la historia de Camboya. Como en los próximos días voy a hablar a menudo sobre este tema, intentaré dar una explicación breve.

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DRAMATIS PERSONAE

NORODOM SIHANOUK, rey de Camboya
LON NOL, dictador ultraderechista apoyado por EE.UU.
La CIA
Los JEMERES ROJOS, miembros del PARTIDO COMUNISTA DE KAMPUCHEA
POL POT, máximo dirigente de los Jemeres Rojos
Los VIETNAMITAS y sus aliados de la UNIÓN SOVIÉTICA
CHINA, EE.UU. y TAILANDIA
La ONU
El sufrido PUEBLO CAMBOYANO

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El 17 de abril de 1975, un grupo de hombres en pijama negro, mortalmente serios y malhumorados, tomaba Phnom Penh. Mientras el resto del país se lanzaba a la calle a celebrar el final de la guerra civil, los Jemeres Rojos –así eran llamados- se hacían con los puntos clave de la ciudad. Al día siguiente, con la excusa de un posible bombardeo estadounidense, empezaron a evacuar ese y otros centros urbanos. Desde ahora, aunque los camboyanos aún no lo sabían, todo el mundo sería campesino, revolucionario, ‘puro’.

La revolución había comenzado en 1968, en las junglas camboyanas. Los guerrilleros formaban parte del Partido Comunista de Kampucha, que, con apoyo vietnamita, tenía como objetivo declarado el derrocamiento del rey Norodom Sihanouk. El Partido estaba dirigido por un grupúsculo secreto denominado el Angkar (“La Organización”), cuyo líder era Pol Pot, el “Hermano Número Uno”.

Los Jemeres Rojos no eran los únicos enemigos de Sihanouk, quien resistía también las presiones estadounidenses para unirse en una coalición regional anticomunista. En 1970, la CIA orquestó un golpe de estado y expulsó a Sihanouk del trono. Éste buscó ayuda entre sus antiguos enemigos, los Jemeres Rojos, creando un frente popular para luchar contra la nueva dictadura militar encabezada por el general Lon Nol.


La guerra civil camboyana fue dura y cruel. EE.UU., que respaldaba a Lon Nol, llevó a cabo una campaña de bombardeos que mató a 600.000 personas y disparó el apoyo a los Jemeres Rojos entre los campesinos. Pero cuando en 1975 éstos tomaron el poder, estableciendo la República Democrática de Kampuchea, nadie se esperaba lo que iba a venir.

Los Jemeres Rojos se deshicieron de todos sus rivales políticos en apenas unas semanas, silenciando toda oposición por la vía más expeditiva. El rey Sihanouk se convertía en un convidado de piedra, un prisionero de los Jemeres Rojos en su propio palacio. El plan final del Angkar era poner en práctica una forma extrema de comunismo agrarista, el maoismo llevado a sus últimas consecuencias, sin etapas intermedias. La población entera fue llevada al campo y puesta a trabajar en el cultivo de arroz.

Durante los siguientes cuatro años, los Jemeres Rojos ejecutaron a 200.000 personas, entre ellas diecinueve parientes de Sihanouk. Otro millón y medio más moriría a consecuencia del delirio organizativo impuesto por el Angkar, víctimas del agotamiento extremo, de las enfermedades, del hambre. La Organización ordenó eliminar a todo aquel considerado ‘contrarrevolucionario’, empezando por aquellos que habían colaborado con la dictadura de Lon Nol, y siguiendo por los monjes budistas y los intelectuales. Éstos eran considerados demasiado ‘deformados’ por su educación burguesa como para ser recuperables en la nueva sociedad. Todo aquel que hablaba idiomas y no fue capaz de ocultarlo, aquellos que no tenían callos en las manos –luego, no trabajan con ellas-, incluso aquellos cuyo único crimen era llevar gafas, fueron ejecutados sin miramientos.


Después llegó la paranoia: los líderes del Angkar estaban obsesionados con la infiltración enemiga, por lo que cualquier pequeño acto de rebeldía, o incluso un accidente, era considerado ‘sabotaje’, y el culpable ejecutado. En ese estado de cosas, los responsables de las comunas locales, en un intento de mostrar su adhesion a la revolución, declaraban objetivos imposibles de cumplir, cuotas agrícolas muy superiores al rendimiento posible de la tierra. Y para lograrlas, hicieron trabajar a los campesinos –ahora todos los camboyanos lo eran- hasta la extenuación, redujeron las raciones alimentarias, ejecutaron con celo a cualquiera que mostrase la más minima veleidad ‘contrarrevolucionaria’. Se dio la paradoja de que Camboya duplicó su producción arrocera durante el período de la Kampuchea Democrática –Camboya regalaba arroz a otros países como ayuda humanitaria- mientras en el campo cientos de miles de personas morían de inanición.


Tras tomar el poder, el Angkar se volvió contra su padrino vietnamita. Desde los primeros meses de la Kampuchea Democrática, los Jemeres Rojos empezaron a lanzar ataques transfronterizos, en un intento de recuperar territorios que otros gobiernos anteriores habían aceptado como vietnamitas, y masacraron a decenas de miles de miembros de la minoría vietnamita del país.
La paranoia también se cobró víctimas entre los propios cuadros del Partido. Miles de comunistas leales que habían participado en la guerra contra Sihanouk y contra la dictadura fueron purgados. Otros muchos, al ver el rumbo que tomaban los acontecimientos, huyeron a Hanoi. Finalmente, en el invierno de 1978, las tropas vietnamitas cruzaron la frontera, preparados para una guerra larga y dura. Pero la Kampuchea Democrática se quebró como un huevo, sin apenas lucha. Sus líderes huyeron a Tailandia, sus soldados se rindieron sin luchar, y una nueva administración llegada a lomos de los tanques vietnamitas se impuso sin dificultad.

Los vietnamitas ocuparon Camboya durante diez años. Los Jemeres Rojos, con el apoyo de China, EE.UU. y Tailandia, resurgieron de sus cenizas, y empezaron a combatir a los ocupantes. Sihanouk volvió a aliarse con ellos en un “frente nacional”, logrando un apoyo diplomatico de otro modo inconcebible. Muchas democracias occidentales que habían criticado el regimen de la Kampuchea Democrática por sus violaciones de derechos humanos –incluso antes de que se conociese la extension del genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos-, en un vergonzoso giro que solo se explica por la lógica de la Guerra Fría, pasaron ahora a apoyar a sus representantes en el exilio.

La ONU aterrizó en Camboya a principios de los noventa y organizó una misión estabilizadora y un proceso de paz en el que participaron todas las fuerzas políticas, excepto los Jemeres Rojos. Convertidos en unos parias, se retiraron a sus santuarios en el oeste y el norte del país, desde donde se enfrentaban al ejército de la nueva Camboya. Poco a poco, las deserciones, las traiciones y las purgas internas minaron a la guerrilla. En 1997, Pol Pot era derrocado por su propio lugarteniente Ta Mok, y sometido a un ‘proceso popular’. Meses después, Bill Clinton anunciaba que había encargado al FBI la captura de los líderes del Jemer Rojo. Al poco, se anunciaba la muerte de Pol Pot en la jungla, y la incineración de su cadaver. Muchos creen que se le envenenó, para evitar un juicio internacional que habría destapado responsabilidades incómodas.


Otros líderes del Jemer Rojo, que se habían acogido a anteriores amnistías, o escondido y sido capturados, están siendo juzgados ahora mismo por un tribunal semi-internacional respladado por Naciones Unidas.

Y de todo eso hablaré pronto.

2 comentarios:

  1. Hola Dani,

    Me gustas mas como escritor que como profe... ;)

    Cuando vuelves a Bangkok?

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