En el centro de Phnom Penh, a pocos metros de la zona de guesthouses, existe un lugar llamado Tuol Sleng, que en camboyano significa “la colina del árbol de la fruta envenenada”. Es una antigua escuela que, durante la época de la Kampuchea Democrática, sirvió como centro de interrogatorios y tortura. El nombre en clave era S-21. Los obreros de las fábricas cercanas lo llamaban “el lugar en el que la gente entra pero del que no se vuelve”. Tenían razón: 17.000 personas fueron encerradas aquí. Sólo una decena sobrevivieron.
Tuol Sleng no es Auschwitz, empezando por la escala de muertos (en el centro polaco se exterminó a más de un millón de personas). Pero el paralelismo viene inmediatamente a la mente, tal vez porque el ser humano necesita acotar el mal en espacios concretos, en un intento de comprenderlo. También porque Tuol Sleng es hoy un museo, diseñado por los vietnamitas, que reforzaron intencionadamente los paralelismos con los nazis, en un intento de diferenciar claramente entre la “aberración” de los Jemeres Rojos –y de paso, del maoísmo chino- y el “socialismo bueno” de Vietnam y su padrino soviético.
Justo antes de venirme a Camboya vi un documental sobre este lugar, titulado “S-21: La máquina de matar de los Jemeres Rojos”, del cineasta camboyano Rithy Prahn. La pieza es interesante porque lo que Prahn ha hecho es confrontar a un superviviente de Tuol Sleng, el pintor Vann Nath, con algunos de los guardias de la prisión –que en aquella época eran unos críos-. El resultado es espeluznante: los antiguos guardias están avergonzados, quieren que se les perdone, eliminar el mal karma. “Es como una persona que ha tenido un accidente”, dicen. “Nosotros también éramos víctimas”. Vann Nath habla pausadamente, con contención. La atmósfera parece apacible para un observador occidental, pero en el contexto camboyano, es terriblemente tensa.
Una de las pinturas de Vann Nath
El historiador David Chandler ha investigado si existieron modelos extranjeros para Tuol Sleng, y ha concluido que no, que se trata de una institución típicamente nacional, heredera de la tradición punitiva camboyana (en lengua khmer, la palabra para “prisionero” es neak thos, “persona culpable”). “Sabíamos que los prisioneros que llegaban a S-21 iban a morir. Una vez que teníamos las respuestas, los matábamos”, dice uno de los guardias. Vann Nath sobrevivió simplemente porque era útil, porque pintaba retratos de los guardias, de Pol Pot, de la gloriosa revolución.
Tuol Sleng es tal vez el elemento más siniestro del período de los Jemeres Rojos. La obsesión del Angkar (“la Organización”, el núcleo central del Partido Comunista de Kampuchea) por el secretismo y la infiltración sellaba el destino no sólo de los ‘traidores’, sino de toda su familia. Los guardias recitan de memoria los antiguos lemas: “Cuando el Angkar hace un arresto, arresta a un enemigo del Angkar. Si arrestamos al marido, arrestamos también a la mujer y a los hijos. Y a sus padres, hermanos y hermanas. Si el partido los arresta, son enemigos”.
Los prisioneros eran hacinados en habitaciones sin muebles, encadenados al suelo, vigilados por muchachos fanatizados que no dudaban en golpearles brutalmente a la mínima infracción. Los prisioneros que entraban aquí eran considerados culpables de antemano. Se les obligaba, bajo torturas brutales, a declararse culpables de uno de los tres siguientes crímenes: a) Ser un agente de la CIA. b) Ser un agente de los chinos. c) Ser un agente del KGB. Las confesiones, leídas hoy, son patéticas, y rezan cosas como: “Admito haber recibido dinero de la CIA para defecar en los cultivos y arruinarlos”. El hecho de que dichas confesiones fuesen absolutamente increíbles no parece haber sembrado la más mínima duda entre los antiguos guardianes. “No pensaba. Era arrogante, tenía poder sobre el enemigo. Nunca pensé en su vida. Lo veía como un animal. Cuando mi mano actuaba, nunca estaba en contacto con mi cabeza, ésta nunca impidió a mis manos y pies golpear. Mi corazón y mi mano trabajaban juntos. La tortura era eso”, dice uno.
Los guardias eran sometidos a sesiones de autocrítica, y obligados a escribir su propia biografía. Uno recuerda una sesión con un cuadro superior:
- Si una vez robé un mango, ¿es una falta?
- Sí, escríbelo debajo.
- Y si estuve enamorado de una chica, ¿también?
- Sí, también. Eso son sentimientos de soñador”.
El director del documental les pide que reconstruyan cómo era su vida en aquella época en la prisión. Uno de ellos parece disfrutar con una escena en la que finge dirigirse a un prisionero. Le grita: “¿No sabes leer? ¿Qué pone aquí? [señala un cartel en uno de los muros]. ‘No seas demasiado libre’ Si eres tan libre, ¿por qué no moriste al nacer?”.
El director de la prisión era un antiguo maestro de escuela –qué apropiado- llamado Kang Kek Ieu (alias “Duch”), que, no cabe duda, era un psicópata que infundía terror incluso entre sus propios hombres. Duch escribió cosas como: “El enemigo no confiesa para ayudarnos. La tortura es inevitable”. O: “No torturamos por diversión, ni para calmar nuestra cólera. Si el prisionero muere, perdemos la información”. Y ese es el elemento más siniestro de todos: la finalidad última de Tuol Sleng era la obtención de datos. Con las confesiones de los prisioneros, Duch redactaba memorándums en los que informaba a sus superiores de los planes extranjeros para derrocarles y hacer fracasar la revolución. Su obra magna es un documento titulado “El plan definitivo”, en el que describe la existencia de una conspiración internacional –la CIA, el KGB, los monárquicos, el Real Madrid y el zoo de Melbourne- en contra de la Kampuchea Democrática, que, por supuesto, no hizo otra cosa que agudizar la paranoia del Angkar.
En un momento concreto del documental, Vann Nath exclama iracundo: “¿Has oído a alguien pedir perdón por lo que pasó? ¡Ni siquiera admiten que estuviese mal! ¿Por qué pedir perdón si no hicieron nada malo?”. Todos los camboyanos –repito: todos- perdieron a alguien en aquella época. Hasta trece parientes, toda la familia, me contaba ayer un conductor de moto-taxi. Durante mis correrías por el país, he escuchado opiniones de todo tipo sobre los Jemeres Rojos. Pero hay algo en lo que todos están de acuerdo: Duch era un asesino y un criminal, y debe ser castigado.
Su proceso comienza este lunes.
Qué recuerdos más desagradables. Aunque no sabía que los Vietnamitas habían intentado asociarlo con los nazis. La verdad es que a mi me pareció que era un museo bastante sencillo y descarnado: "la cruda realidad". No se me ocurrió pensar que pudiera estar siquiera un poco manipulado. Ya me lo explicarás un poco mejor.
ResponderEliminarE impresiona pensar que su proceso empiece el lunes. Estaremos atentos. Un saludo, amigo.
Has leído el libro "First they killed my father"? Es muy duro pero muy interesante... está escrito por una niña de 5 años que vive los primeros años del régimen del Angkar, y que sobrevivió a la tragedia. Parece mentira que todo esto haya pasado hace tan poco tiempo. Enhorabuena por tu blog. Se nota que eres un comunicador nato.
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