Malditas las ganas que tenía yo ayer de venirme a Hong-Kong. Pero mi visado tailandés caducaba, así que no me quedaba otra que salir del país. Y esta parecía la mejor opción. No es que tuviese nada contra esta ciudad: era pereza pura y dura, el anhelo de recuperar una normalidad que ciertamente necesita más de una semana entre viaje y viaje para germinar.
Pero pongo el pie aquí, y me siento hasta culpable de no haber querido venir, de no haber venido antes. Llego de noche y, obnubilado yonqui del neón, inevitable, me sumerjo en el paraíso de los gases nobles de colores, como un pececillo en aguas oscuras desorientado ante la luz del pescador tramposo. Como dándome la razón, en una pecera a la puerta de un restaurante encuentro un besugo tan grande como mi tronco, que me mira perplejo: Hong-Kong es un exceso de los sentidos.
Comparte con la mayoría de las ciudades asiáticas (Katmandú, Bangkok, Manila, Calcuta) ese carácter explosivo del nombre, ese poder de hacer no volar, sino saltar por los aires la imaginación. (Ocurre con unos cuantos rincones del mundo: Tánger. Panamá. Kinshasa. Moscú. Tijuana). Pero luego uno va a esos lugares, y pueden estar a la altura de las expectativas, o no. Hong-Kong no decepciona: es de esos sitios que quieres esnifarte, que te penetren, y que luego necesitas regurgitar añadiendo algo de ti mismo, sea un reportaje, un documental, la novela de tu vida. O una entrada del blog. Como el Estambul del otro lado del Bósforo. Como Mumbai.
Los rascacielos bostezan, guiñan a lo lejos sus cientos de ojos. La calle nos mira, pero nos ignora, pasa indiferente. En su lejanía, extrañamente, Hong-Kong me recuerda a Beirut: las mismas esquinas vibrantes, los mismos taxis contundentes, las mismas fachadas sudorosas salpicadas con el sarampión de los aparatos de aire acondicionado. La misma sensación de ser un outsider, de estar fuera, de que para disfrutar esta ciudad hay que vivir en ella una temporada, y tener dinero para gastar.
Pensaba yo que la capital de Asia era Bangkok, pero me equivocaba. Aquí todo es más moderno, más rápido, más eficaz. Hasta hay más putas, diría yo. Hong-Kong tiene el punto elitista y malhumorado de los genuinos epicentros mundiales, algo que –por suerte- Bangkok todavía no ha aprendido.
Y es más caro. Increíblemente caro.
esnifarte? que te penetren?.... los Frontis???? Bueno, esta entrada se ha ganado el derecho a todas las licencias poéticas.
ResponderEliminarClávate en un bar de Hong Kong con la libreta y no te dejes ningún detalle. Teclea, Dani, teclea!
hola soy compañera de carrera de ines iriarte, gracias a ella he llegado a conocer tu blog, y sinceramente debo decirte que me he hecho tu seguidora, sin duda.
ResponderEliminarojala, yo pueda tenga la oportunidad de vivir la tercera parte de lo que estas viviendo tu...
es alucinante todo... y luego la capacidad de expresion...impresionante
gracias por hacernos este regalo
alba ayucar castro