miércoles, 20 de mayo de 2009

Tiziano Terzani


Oí hablar de Tiziano Terzani antes de leerle, y de inmediato me fascinó el personaje: mi amigo Ángel Villarino, el corresponal de “La Razón” en Asia, me habló de un periodista muy conocido en Italia, empapado del continente asiático durante varias décadas, quien, cuando le comunican que tiene un cáncer incurable, se va a las montañas del Himalaya a aceptar que va a morirse. Qué imagen más poderosa: el hombre experimentado, el anciano prematuro con la mirada de los mil metros, alguien que lo ha vivido todo, recortado contra las cumbres nevadas del norte de India, aprendiendo a morir.

Antes de eso, Terzani tuvo una de las vidas más fascinantes que uno pueda concebir: tras una juventud no demasiado infrecuente en la Italia de los 60 –estudios en la universidad, cierta militancia izquierdista, trabajo en la Olivetti-, Terzani decidió que quería ser periodista, y se recorrió las redacciones de media Europa ofreciendo sus servicios como corresponsal. Aunque hablaba un alemán macarrónico, el semanario alemán "Der Spiegel" le ofreció una colaboración regular desde Asia. Terzani estaba obsesionado con la China de Mao, pero por aquel entonces era un mundo completamente cerrado, como lo era en cierto modo Taiwán, así que el periodista novato se instaló en la “tercera China”: Singapur. Desde allí cubrió los conflictos de Vietnam y Camboya: estuvo en el primer grupo de periodistas en visitar a los guerrilleros vietcong en su propio territorio, casi fue fusilado por los Jemeres Rojos, asistió a la caída de Saigón.


Tras unos años en Hong Kong, fue corresponsal en China durante casi una década. A sus hijos, como él mismo reconoce en uno de sus libros, les “impuso su amor por China”, matriculándoles en escuelas públicas chinas –“aprendimos a marchar, a saludar a la bandera y a arrojar bombas de mano”, bromea su hijo Folco, quien se jacta hoy día de poder hablar chino sin acento-. Terzani llegó a China con una visión bastante positiva del maoísmo, pero sus artículos se fueron haciendo progresivamente críticos. Por ello, pasados unos años, fue arrestado, enviado a un campo de reeducación, y expulsado del país para siempre. Lo cuenta en su libro “La puerta prohibida”.

Tras China, Terzani vivió en Japón y Tailandia. Y fue en Bangkok donde le ocurrió uno de los episodios más memorables de su vida: en 1992, recordó que veinte años antes, un adivino le había prevenido respecto a ese año: durante esos doce meses, le había dicho, no debía tomar ningún transporte aéreo, o de lo contrario el riesgo de muerte era muy alto. Cuando Terzani le contó esto a su jefe, que estaba de paso por Bangkok, éste, que debía ser bastante supersticioso, le autorizó a continuar con su trabajo normal aun sin tomar aviones. Imaginad: un año viajando por Asia en medios de transporte tradicionales, en tren, barco, burro y canoa. “A los 55 años, uno no tiene demasiadas oportunidades de introducir poesía en su vida, así que cuando sale una, hay que cogerla al vuelo”, dijo Terzani. De esa experiencia surgiría su libro más famoso, “Un adivino me dijo”.


De Bangkok saltó a India, y fue allí donde se le descubrió el cáncer. Visitó a los mejores especialistas en EE.UU. y a todo tipo de curanderos en Oriente, pero ninguno pudo sanarle. Entonces, solo, se dirigió al Himalaya. Tras un año y medio en aquellas cumbres, en contacto con un gurú, aceptó la muerte como un hecho natural, y regresó a Italia, a pasar sus últimos días con los suyos, en una casita que la familia tenía en la aldea de Orsigna. Un día le propuso a su hijo tener una conversación cada día, y grabarla, en la que Terzani explicaría a su vástago cómo había sido su vida, y lo que había aprendido en ella. El resultado se publicó con el título de “El fin es mi principio”.

En las primeras páginas de este libro, Terzani explica que, si le diesen una pastilla que le permitiese vivir diez años más, no la tomaría. “¿Para qué? Yo ya lo he vivido todo. Lo único que podría hacer es repetirme”. La única experiencia nueva que le quedaba, asegura, era la muerte. Y ésta había dejado de ser temible. Terzani murió en julio de 2004. La gran enseñanza que les dejaba a sus hijos, y a todo aquel que lea sus libros, es que uno ha de seguir su propio camino, no el que otros le marcan, aunque parezca difícil o arriesgado.


(En cierto modo, es mi amigo Ángel quien debería haber escrito este post… Pero como los lectores de mi blog son diferentes de los que le leen a él, me he tomado esta licencia. “El fin es mi principio” acaba de ser publicado en castellano, y es una lectura de lo más recomendable. Además, en nuestro país pueden encontrarse “Un adivino me dijo” y “Cartas contra la guerra”, un libro de protesta por la invasión de Irak. Los demás, “Piel de leopardo” y “Giai Phong!”–sobre la guerra de Vietnam-, “La puerta prohibida”, “En Asia” –recopilación de sus reportajes más destacados-, “Buenas Noches, Señor Lenin” –sobre la descomposición de la Unión Soviética- y “Otra vuelta de ruleta” –su autobiografía-, sólo están en italiano, inglés y alemán. Desafortunadamente).

3 comentarios:

  1. Una leccion de humanidad y moral. Grande Terzani!!

    ResponderEliminar
  2. busca en mediavideo "Anam-il senzanome". Es en italiano sin subtìtulos pero comprenderàs mucho y, si no, veràs y escucharas la voz de un "meraviglioso" Tiziano terzani

    ResponderEliminar