sábado, 23 de mayo de 2009

Regreso a Bulgaria


Mi viaje de vuelta sigue la ruta Sofía-Estambul-Bangkok, porque es el itinerario más barato, y porque me apetece visitar a antiguos amigos.
Aterrizo en Sofía, donde ha estallado la primavera. En los tres días que paso allí, me invade un sentimiento de melancolía. Los seis meses que viví en Bulgaria fui bastante feliz, y me siento incapaz de explicar por qué. No es objetivo, pero me fascinaban los rótulos en cirílico, la omnipresencia de los parques, la mezcla de antiguas fachadas decadentes estilo centroeuropeo y abarrotados mastodontes soviéticos de asfalto, de templos ortodoxos, suelo de adoquín y grafittis, de cubos de basura destartalados y centros comerciales ultramodernos. Es curioso que Sofía sea la ciudad del Este más parecida a Moscú, a pesar de no existir ninguna continuidad territorial. En medio están Rumanía y Hungría, pero son otra cosa, con una fuerte personalidad propia (quizá Ucrania sea la excepción a esto, pero Ucrania fue parte de la URSS. Bulgaria es Rusia tamizada por los Balcanes).

Tal vez sea también que la vida en Sofía era fácil e interesante, me encantaba la comida, y podía vivir sin preocuparme por el dinero. Cuando yo vivía aquí, los precios estaban a la mitad que en España. Ahora están a un tercio, sobre todo debido a la inflación en nuestro país. Sofía está literalmente colmada de restaurantes elegantes y cafés con personalidad, y aquí uno –un extranjero con sueldo extranjero, se entiende- puede pagarlos. Cosas como la ópera o el ballet son más baratos que el cine.

Los recuerdos explotan en mi cabeza: las noches pasadas en un bar sólo iluminado con velas (“esto era una antigua imprenta antisistema. Lo que no sé es contra qué sistema”, solía decir una amiga mía, becada allí); las visitas a la frontera griega, al Mar Negro, a la minúscula localidad de cuento llamada Koprivstitsha, cuna del Renacimiento Búlgaro; el encuentro con el Este, con la herencia del “socialismo real”, denostado por muchos y añorado por otros tantos, aquellos a quienes tren del liberalismo económico ha dejado en el arroyo; la sensación, al contemplar viejas fotos de guerrilleros macedonios de la Primera Guerra Mundial, de verme superado por la Historia, por el nacionalismo, por el sentimiento anti-turco, tan presentes en los Balcanes. El tigre vivo que tenían en un mall del centro de la ciudad ya no está; nadie sabe qué ha sido de él.

Yo estaba aquí cuando el país entró en la Unión Europea. Y me contagié del entusiasmo local, de la idea de que la UE iba a resolverlo todo. El gran problema de Bulgaria es la corrupción. Y su maldición, que ésta es endémica. La Unión Europea envió fondos y más fondos, monitorizados por expertos de terceros países. No pudieron evitar que el dinero acabase en los bolsillos de unos pocos. Ahora, congelados los fondos, ya no hay nuevos envíos. La gente de la calle ha dejado de creer en la UE. En los políticos, hace mucho que dejó de hacerlo.

No es para menos: ha habido más de 200 asesinatos mafiosos en los últimos diez años, y ni un solo arresto. En Sofía, la policía tiene un coche patrulla que es un Ferrari incautado a un grupo del crimen organizado. Todo el mundo evade impuestos, porque sabe que éstos no se traducen en servicios, sino en el enriquecimiento de unos pocos. Boiko Borísov, el actual alcalde de Sofía, va con toda probabilidad a ganar las próximas elecciones generales, porque es la bisagra entre el gobierno y la mafia. Existe además un amplio sentimiento de que el que no se ha enriquecido después de la caída del comunismo es porque no ha sido lo suficientemente listo, y se merece su suerte. Y esto lo pagan quienes ya no son productivos y no tienen posibilidad de reinventarse, sobre todo los viejos. Allá donde uno mire, ve a un anciano rebuscando en un cubo de basura.

El pasado marzo, el gobierno búlgaro presentó un insólito plan para delegar amplios márgenes de soberanía nacional en manos de la UE, alegando que “Bulgaria sola no puede hacer frente a todos sus problemas”. El plan fue rechazado por Durao Barroso, porque era una oferta envenenada: sería muy fácil echarle la culpa a la UE de todos los fracasos. Porque todo el mundo asume hoy que las cosas, en Bulgaria, no van a mejorar. Aunque eso no impide que muchos, entre los que me cuento, sigamos amándola.

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