Pokhara, Nepal, febrero de 2009
Visito lo que mi guía de viaje describe como el poblado tibetano de Tashiling, pero que al llegar allí resulta ser un campo de refugiados. Una serie de míseras chozas de asfalto distribuidas a modo de calles, agrupadas en torno a un edificio central en el que los turistas pueden comprar las alfombras tibetanas hechas por las mujeres. La mayoría de los hombres no tienen trabajo.
Desde que la CIA orquestó la huida del Dalai Lama en 1959, muchos refugiados han escapado del Tíbet. La gran mayoría –una media de 2.500 anuales- lo hacen a través de Nepal, desde donde son enviados a Dharamsala, en India (donde está el gobierno en el exilio del Dalai Lama). Allí se les provee de documentación legal, y, si son niños, de educación. Después, se les ofrece –o eso dicen- la posibilidad de instalarse en un tercer país, “conforme a sus deseos”.
Thupten Chopel, el director del campo de refugiados, tiene una historia típica: “Nací en Dharamsala, hijo de refugiados tibetanos, y me críe en diversos puntos del sur de India. Trabajé en Dharamsala durante catorce años, hasta que fui enviado aquí para hacerme cargo del centro”. En su despacho, como en prácticamente cada hogar, tienda o centro tibetano que visito, cuelga un enorme retrato del Dalai Lama. “Él es mi jefe”, dice Chopel.
“Nepal ha garantizado el derecho de los refugiados tibetanos a permanecer legalmente en el país”, me dice Nini Gurung, portavoz del ACNUR en el país, en una entrevista por e-mail. Correcto, pero la terminología es tramposa: legalmente, ‘refugiados tibetanos’ son sólo aquellos que llegaron antes de 1990. A los demás, como la misma Gurung admite, se les denomina ‘tibetanos de reciente llegada’, y permanecen en un limbo legal hasta que se les envía a Dharamsala.
“Aunque el acceso formal al empleo [en Nepal] es muy limitado, algunos han alcanzado un alto nivel de integración de facto, llevando a cabo actividades tradicionales, como elaboración de alfombras. Sin embargo, mientras una minoría muy visible disfruta de éxito económico, muchos, especialmente en los asentamientos rurales, lucha por sobrevivir”, comenta Gurung. Nepal es uno de los países más pobres del mundo, y buscarse la vida con papeles ya es difícil; sin papeles, es un auténtico infierno.
“Pero aunque nos concediesen la ciudadanía nepalí, no la aceptaríamos”, asegura Chopel. “Tiene que entenderlo: nuestra cultura está siendo destruida en el propio Tíbet, y tenemos que preservarla. Si nos integramos en Nepal, nos casamos con nepalíes, nuestros hijos aprenden nepalí, ¿qué? En el plazo de unos años nuestra identidad se diluiría”, afirma. “Por eso permanecemos juntos en el mismo lugar, para evitar la dispersión”.
En Katmandú, voy al centro de nuevas llegadas. No se me permite hablar con ningún refugiado. Es lógico: quedan parientes en el Tíbet que podrían estar expuestos a represalias. Me comentan que hace sólo dos días llegó un hombre; tenía los pies congelados. “Está claro que el viaje es largo y peligroso; los riesgos incluyen la congelación y la falta de comida y agua durante el viaje”, dice Gurung. Y también, claro, las patrullas chinas de frontera.
Normalmente, sin embargo, entre dos y tres mil personas se arriesgan a hacer el viaje cada año. La temporada alta es el invierno, cuando el nivel de vigilancia es más bajo. Pero este año, el número de refugiados es mucho menor: apenas 688 en el momento de mi visita al centro de llegadas. Tras la revuelta del año pasado, las autoridades chinas han incrementado el número de controles. Escapar es cada vez más difícil.
Lo que la portavoz del ACNUR no dice es que, según Human Rights Watch, China utiliza a Nepal para hacerle el trabajo sucio. A diferencia de lo que pasó en el propio Tíbet, las manifestaciones pro-independencia tibetana en Nepal se realizan de forma pacífica. A diferencia de China, Nepal es formalmente una democracia –una de baja intensidad, empero-. Pero cito las palabras del Ministro del Interior: “Les hemos dado a los tibetanos el estatus de refugiados y les permitimos llevar a cabo eventos culturales. Sin embargo, no tienen derecho a actividades políticas… No permitiremos actividades anti-chinas en Nepal”. El resultado se traduce en arrestos masivos cada vez que hay una protesta, y, no hay que decirlo, bastantes palos y algún que otro brazo roto.
Después caigo en la cuenta de que este año se cumple el 50 aniversario de la huida del Dalai Lama. Las protestas, al mes siguiente, serán mayores que otros años. El número de arrestados en Nepal, también.
No puedes parar eh?
ResponderEliminarCabría añadir que China hace muchas inversiones en Nepal, así que es comprensible que les hagan el trabajo sucio. Así es la vida.