[Última entrega, por ahora, sobre Camboya. Las fotos son del periodista italiano Alessandro Ursic]
Viajamos a la aldea de Tnot Chum Pranh, a 7 kilómetros de Phnom Penh, para encontrar a Chim Math. Esta señora de cincuenta y pocos años me interesa porque no sólo es una de esos doce supervivientes, sino que antes de eso había sido una combatiente del Jemer Rojo. Nos recibe en la sede de una ONG cristiana, para la que ahora trabaja como secretaria. Al lado hay una escuela primaria: ella es la cocinera. Es la segunda vez que entrevisto a Chim Math, la primera vez para un artículo escrito, esta vez para televisión, para un pretendido documental que no sé si llegaré a hacer. En todo caso, ella me recuerda, así que no hacen falta demasiadas presentaciones.
En su delirante intento por hacer tabula rasa con la sociedad anterior, Pol Pot se apoyó en los únicos que él pensaba estaban lo suficientemente ‘incontaminados por la sociedad burguesa’: los niños y adolescentes camboyanos, a los que se indoctrinó brutalmente, convirtiéndoles en soldados fanatizados dispuestos a ejecutar cualquier orden dada por el Angkar. Incluyendo la delación, a veces la ejecución, de sus propios progenitores. A pesar de sus evasivas, me consta que Chim Math fue uno de estos soldados adolescentes. Tenía diecisiete años cuando se unió a los Jemeres Rojos*, a principios de los años 70. “El Angkar (el núcleo dirigente del Jemer Rojo) reunió a todas las chicas de 16 a 18 años de mi provincia, en Kampong Thom. Nos obligaron a caminar hasta Komphong Cham, por las noches, para evitar que los aviones americanos pudieran vernos”, explica.
[*Extraño: la primera vez, admitió haberse unido a los Jemeres Rojos más o menos voluntariamente. En esta ocasión, en cambio, prefiere afirmar que fue “obligada”].
Recibió entrenamiento como guerrillera, pero tras la victoria sobre el ejército de Lon Nol, los Jemeres Rojos la pusieron, como a todos los camboyanos, a trabajar en los campos de arroz. “El primer año nos permitían comer arroz, pero a partir del segundo, sólo sopa mezclada con algunas hierbas”, nos dice, expresando el malestar que empezaba a sentir ante la política del Angkar. “Yo veía cómo cada día alguien desaparecía. Un día unos, al día siguiente otro… Así que le pregunté al responsable del campo: ‘¿Por qué hay gente, hermanos, hermanas, que desaparecen?’ Y él respondió: ‘No hay motivo para que tengas que saberlo’. Pero yo insistí: ‘¿Por qué la gente no recibe suficiente comida, a pesar de trabajar muy duro?’ Y él dijo: ‘No tienes que saberlo todo’”.
Entonces llegó el arresto: “El 17 de noviembre de 1977, me detuvieron y me llevaron a Tuol Sleng. No me dijeron por qué, pero habían encontrado una foto en la que salía yo con mi padre”. Éste, desafortunadamente, había sido un soldado del ejército de Lon Nol, lo que la convertía en altamente sospechosa.
Vamos a la antigua prisión con Chim Math. Recorremos el pasillo donde se exhiben las fotos de miles de prisioneros ejecutados allí, y, en lo que no deja de ser un momento escalofriante, nos señala su propia fotografía. “Yo”, dice simplemente, apuntando con el dedo a una atractiva jovencita que mira a la cámara asustada. “Cuando llegué, había otras dos chicas que yo conocía del campo y que habían desaparecido. Las dos murieron aquí”. Señala las fotos de ambas en los paneles. Una turista entra en el pasillo: cuando se da cuenta de que esa mujer es la chica del retrato, se queda sin palabras. No es para menos.
Chim Math fue torturada e interrogada durante 15 días con sus noches. “Fue terrible. Podía escuchar a los otros prisioneros gritando bajo tortura. A los que se llevaban de las celdas, no volvían. Pensaba: tal vez mañana vendrán por mí”.
Y un día llegaron. “Me empujaron, me pegaron. Pensé que me estaban llevando a una fosa común para matarme. Pero entonces me quitaron la venda, y otro grupo del ejército vino para llevarme a una segunda prisión”.
¿Por qué ocurrió esto? Nadie sobrevivía a Tuol Sleng. Aquellos que lo hicieron fue porque la llegada de los vietnamitas ocurrió antes de que los Jemeres Rojos hubieran podido ejecutarles. El caso de Chim Math es absolutamente anómalo. ¿Alguien decidió salvarla? “Fue Buda”, responde, aunque ella es cristiana desde hace unos años. No conseguimos una explicación convincente.
En 1979, tras la invasión vietnamita, los Jemeres Rojos tomaron como rehenes a todos los camboyanos que pudieron, entre ellos los presos de la prisión donde estaba Chim Math, y los llevaron a la provincia de Kompong Thom. Pero los vietnamitas llegaron allá, y los liberaron. Con ellos venían los soldados del nuevo gobierno camboyano, entre los que estaba el futuro marido de Chim Math. Ella misma se unió al nuevo ejército, se enamoró, tuvo críos. Intentó dejar atrás el horror vivido. “Hasta 2007 no me atreví a ir a Tuol Sleng. Entonces, un periodista japonés me lo pidió, y accedí. Aquella vez, me desmayé. El periodista no se atrevía a preguntarme nada, porque pensaba que me iba a morir de un síncope”. En estos dos años, la antigua prisionera ha repetido la experiencia decenas de veces, con reporteros de todo el mundo. “Seré una testigo en el juicio de Duch, porque estuve en Tuol Sleng, y sobreviví”, sentencia.
Como casi todos los camboyanos, se considera una víctima de los Jemeres Rojos antes que responsable por lo que aconteció aquellos años. “Estoy muy feliz con los juicios, y espero que ayudarán a traer justicia, tanto a los muertos como a los vivos”, afirma. Pero añade una nota inquietante: “Quiero saber qué pasó, y quién estaba detrás de los Jemeres Rojos. Los peces realmente gordos”. También, como muchos en Camboya, se niega a creer que Pol Pot y sus secuaces fueran capaces de hacer todo aquello solos. Porque, ya se sabe, los camboyanos no matan a otros camboyanos.
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Seguro que sale el documental, hombre. Si ya lo tienes todo!! En fin, me imagino que lo dirás para darle emoción...
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