domingo, 24 de mayo de 2009

Procedimiento Operativo Standard

Estos días estamos asistiendo, no ya al cierre de Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA por todo el mundo, cuyo destino parece sellado, sino a una posible base para perseguir judicialmente a los responsables de estos hechos. Obama no es partidario de “mirar al pasado”, pero otros en su gabinete sí. La puerta está abierta.

El otro día vi “Standard Operating Procedure”, un documental del veterano y siempre interesante Errol Morris que trata sobre las torturas en la prisión de Abu Ghraib, en Irak. La película no ha sido estrenada en España: yo la vi en una copia de DVD comprada en Tailandia por mi amigo Jesús Prieto, que es fan de Morris.

El documental, en apariencia, es bastante sencillo: está articulado en torno a las fotos del escándalo y a las entrevistas con sus protagonistas, es decir, aquellos soldados que humillaron y torturaron a prisioneros iraquíes y se fotografiaron con ellos. Partiendo de ahí, el resultado es bastante humano: uno entiende por qué hicieron lo que hicieron. Si tienes 19 años y acabas de unirte al ejército, quieres ser aceptado. Si hay un soldado de más edad que te dice que mearte en los iraquíes está bien, o incluso, como en el caso de una de las implicadas, estás enamorada de él, si todos lo hacen, si el ambiente, a pesar de lo atroz, es de fiesta, si estas furioso porque ayer los iraquíes –no éstos, pero qué más da- mataron a un compañero tuyo, entonces, ¿qué hay de malo en divertirse un poco con los prisioneros? Hay que ser mentalmente muy fuerte para distinguir claramente el bien del mal en una situación de guerra. El documental nos muestra algunos comportamientos ambiguos, pero comprensibles, como el de la soldado Sabrina Hartman, que aparece en las fotos sonriente y levantando el pulgar junto al cadáver de un prisionero iraquí, mientras a su pareja le escribía cartas describiendo lo mal que se sentía por todo aquello.


El periodista norteamericano Seymour Hersh fue quien destapó el asunto de Abu Ghraib. Aunque, en realidad, fue otro soldado, el policía militar Joseph M. Darby, quien se jugó el tipo para sacar todo a la luz. El cabo Graner (el principal orquestador de los abusos, que hoy se encuentra cumpliendo una condena de 15 años en una prisión militar) hizo un CD con las fotos que varios de ellos habían tomado, y los distribuyó a todos los miembros del 320º Batallón de la Policía Militar –como dice uno de los investigadores militares en el docmumental de Morris, “hay que ser realmente gilipollas para hacer eso”-. Darby, indignado, se aseguró de que el CD llegase a un sitio donde fuese investigado (otros soldados habían intentado comunicárselo a sus superiores, pero se les había disuadido de ir más allá). El acto de Darby es realmente heroico: el riesgo para él era muy, muy alto.

El asunto fue enfocado por la prensa estadounidense como un tema de abusos, una mera disfunción en un sistema que por lo demás funcionaba perfectamente. Pero, como el documental apunta, había algo más: “Puedes volarle la cabeza a un tío, y no pasa nada. Pero si hay una foto, estás acabado. Las fotos no muestran torturas, sino humillaciones. Eso era para ablandarlos. Las torturas ocurrían durante los interrogatorios. Los mataban. Pero de eso no hay imágenes”, explica el cabo Javal Davies ante la cámara. “Si no llega a haber fotos, no habría habido escándalo. Se hubiera olvidado enseguida”.

En su libro “Obediencia Debida”, Seymour Hersh* demuestra que en realidad Abu Ghraib no era sino un elemento más de la conspiración llevada a cabo por la Administración Bush, especialmente por Donald Rumsfeld, para saltarse la legalidad internacional y obtener información relevante en la ‘guerra contra el terrorismo’. Según Hersh, los abusos de la 320ª en Abu Ghraib estaban destinados a “ablandar” a los prisioneros antes de que éstos fuesen interrogados por la CIA y la Policía Militar. Dice un capitán militar: “Si le pide a un chaval de 18 años que mantenga despierto a alguien y no sabe cómo hacerlo, seguro que se le ocurren malas ideas”. Gary Myers, el abogado del brigada Frederick, uno de los imputados, declaraba: “¿Usted cree que unos chicos de la Virginia rural decidieron hacer esto por su cuenta? ¿Que la mejor manera de hacer hablar a los árabes era tenerlos por ahí desnudos?”.

Por supuesto que no: según Hersh, estos métodos se basan en las conclusiones de un libro del antropólogo israelí Raphael Patai, “La mente árabe”, que se había convertido en el libro de cabecera de los neocon empeñados en rediseñar el mapa de Oriente Próximo, y donde se afirma que el punto débil de los árabes es la humillación, y que el sexo, especialmente la homosexualidad, es un gran tabú revestido de vergüenza. De ahí las fotos de Abu Ghraib: se esperaba chantajear a los prisioneros con la idea de reenviarlos a sus casas y usarlos como informadores. Abu Ghraib no era sino un eslabón más en la cadena que va de Guantánamo a los vuelos secretos de la CIA.

Lo peor es que muchas de estas prácticas, incluyendo aquella que se ha convertido en el símbolo de la infamia, ni siquiera son ilegales. En el documental de Morris, uno de los investigadores militares dice: “Si alguien sale herido, es un acto criminal. Humillar sexualmente a alguien es un acto criminal. Obligar a alguien a abusar sexualmente de sí mismo es un acto criminal. Observar cómo alguien se da cabezazos contra la pared y tomar fotografías es negligencia en el cumplimiento del deber, así que es un acto criminal. Mantener a alguien despierto pretendiendo que si se mueve se electrocutará, es un Procedimiento Operativo Standard”.


Los cables no están realmente conectados a la electricidad, así que, según la ley norteamericana, no es un crimen, sino un Procedimiento Operativo Standard de interrogatorio.
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Es más: la información obtenida con estos métodos es completamente inútil. Ese mismo experto comenta que, tras cualquier interrogatorio, el procedimiento de rutina es valorar si esa información es fiable. “Con los interrogatorios en Abu Ghraib, era imposible determinarlo”, afirma. Como para darle la razón, un ejemplo extremo: esta semana se suicidaba en una cárcel libia el terrorista Alí Mohamed Abdelaziz Al Fajir. Había sido capturado en Afganistán y enviado a una de las prisiones secretas de la CIA en El Cairo, donde se le interrogó de forma poco ortodoxa. Para evitar el suplicio, Al Fajir se inventó un vínculo entre Al Qaeda y Saddam Hussein que sirvió para justificar la invasión de Irak. El resto es historia.

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*Seymour Hersh en un tipo al que merece la pena escuchar. Inició su carrera como periodista de investigación en 1969, cuando desveló la matanza de My Lai en Vietnam, y desde entonces no ha parado, sacando a la luz desde los negocios secretos de Henry Kissinger hasta la implicación estadounidense en el bombardeo israelí del Líbano en 2006 (su artículo “Ensayo general para Irán” fue publicado ese verano por entregas en “El País”). Hersh no es un pacifista ni un izquierdista, pero tiene muy claros cuáles son los límites morales que su país, su querido ejército, pueden permitirse. Su libro “Obediencia Debida” es una mina de información sobre todo lo que ‘fue mal’ durante los años de la Administración Bush, desde la negativa a asumir la amenaza terrorista antes del 11-S hasta el falseamiento de las pruebas de la existencia de las armas de destrucción masiva en Irak, pasando por la pista falsa del uranio en Níger, las masacres en Afganistán, los intereses económicos de Cheney, Rumsfeld y Perle durante la guerra…
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1 comentario:

  1. Joder. Bueno, deja de recomendar libros que yo acabo de empezar el de Veiga. Y a ver si esto del artículo pasa a ser historia...

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