miércoles, 27 de mayo de 2009

Lingua Franca 2/2


Hago un interludio para hablar sobre la envidia. Tengo la suerte de que no nací demasiado tonto, ni demasiado feo, ni enfermo, ni pobre, así que no tengo demasiados motivos para envidiar a mis semejantes. Pero, lo reconozco, hay algo que me produce una envidia incontrolable: la gente que habla idiomas que yo no hablo. Estoy en Hong Kong, y un americano gordo se monta en el ascensor y empieza a hablar en cantonés fluido con el botones. Y yo pienso: “Qué cabrón”. Lo sé, es completamente irracional –pero la envidia lo es, ¿no?-. ¿Para qué carajo quiero yo hablar cantonés? Pero, de algún modo, estoy prendado del hecho estético de hablar un idioma. Hace años, en un atardecer tunecino, tras un viaje en furgoneta, observé cómo un francés le preguntaba a un paisano por una dirección en árabe, y mantenía una breve conversación con él. Hoy tengo claro que el árabe de aquel gabacho era bastante pobre; pero la escena fue tan bella que fue una especie de revelación: yo iba a aprender árabe costase lo que costase. (Siete años después, sigo en el empeño… Avanzo a paso de obra pública, pero avanzo…).


Uno de los motivos por los que admiro el personaje de Richard F. Burton es porque el tipo, al final de su vida, hablaba veintinueve idiomas y varios dialectos (napolitano, provenzal…). En la universidad tuve un profesor que contaba que un amigo suyo hablaba cincuenta y seis idiomas. ¡Cincuenta y seis! “Pero, ¿cómo…?”, solían preguntarle. “Bah, lo difícil son los cinco primeros, después ya…”, respondía.


Ha llovido mucho desde ese atardecer tunecino, y mientras tanto yo me he dado de cabezazos con muchas lenguas: el dialecto egipcio, el búlgaro… Con el tailandés coseché algunos éxitos: mi taxi-thai (como llaman aquí al dialecto de supervivencia de los farang) es suficiente para la vida diaria, e incluso me ha permitido cosas como explicarle a un motorista lo que necesito para rodar un plano en movimiento o interrogar (el término “entrevistar” es demasiado exagerado) a un pescador explotado. He hecho mis pinitos, lo confieso, en italiano, alemán, farsi, laosiano e indonesio/malayo. Mis amigos tienen un cachondeo conmigo que no veas. Ángel Villarino incluso escribió una falsa necrológica sobre mí en la que se leía: “Cuando murió, hablaba 26 idiomas, pero ninguno bien”. Pero yo les digo que, oye, cada uno se divierte como quiere: también hay gente que mete barcos dentro de botellas.


Y he de darle la razón al amigo políglota de mi profesor: en mi experiencia –aunque disto mucho de poder decir que hablo seis lenguas-, cada vez me resulta más fácil enfrentarme a un idioma nuevo. La mayoría de la gente interpreta la aserción de aquel hombre como que uno va encontrando similitudes en otros idiomas, y claro, cuantos más sabes, más fácil es. Pero se trata de algo más complejo: uno aprende a aprender idiomas. Es similar a la comprensión de las matemáticas: una vez que has derrotado una estructura gramatical, tu cerebro gana en flexibilidad, no ya para reconocer estructuras semejantes en otros idiomas, sino para cualquier construcción lingüística*.


En unas semanas abandonaré Tailandia, y me da una pena tremenda, a pesar de los disgustos que me han dado estas gentes. Mi tailandés se perderá, tal vez para siempre. Me espera Estambul, y el turco. Otro mundo, otra cultura, otra visión.


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*Al parecer, la neurociencia (corríjanme los expertos si me equivoco) apunta a que la reconfiguración neuronal que se produce con el aprendizaje -por ejemplo, con los idiomas- podría ser heredable, a diferencia, por ejemplo, del desarrollo muscular que uno logra en vida mediante el deporte. Hubo un experimento en el que se sometió a un grupo de personas al estudio intensivo del hebreo, idioma al que nunca habían estado expuestos. Aquellas personas que tenían antepasados judíos aprendían mucho más rápido que las demás. ¿Excepcionalidad racial? Más probablemente, reconfiguración neuronal hereditaria…


2 comentarios:

  1. Dani, la única persona que usa la expresión "reconfiguración neuronal hereditaria" en internet y según Mr Google... eres tú!

    Todo lo anterior ha sido como revivir una de tantas conversaciones...

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