Un miembro del Partido Islámico del Turkestán Oriental, vinculado -o no- a Al Qaeda, metiendo miedo antes de los Juegos Olímpicos de Pekín...
Todos los que alguna vez hemos escrito sobre terrorismo y servicios de inteligencia nos hemos encontrado con el mismo problema: las fuentes. ¿Es fiable lo que se nos cuenta? ¿Tiene visos de realidad? ¿Es una mera maniobra de propaganda, o, peor, de intoxicación? En la nebulosa de los grupúsculos armados, la etiqueta “vinculado a Al Qaeda” puede ser de lo más útil para según quién.
Jason Burke, el jefe de reporteros del diario británico The Observer y autor del que a mi juicio es el mejor libro sobre el fenómeno del islamismo radical a escala global, afirma que ahora mismo existen tres tipos diferentes de organizaciones dentro de Al Qaeda: 1) El núcleo duro, muyahidines de todo el mundo cercanos a Osama Bin Laden, curtidos en la guerra de Afganistán contra los soviéticos, entrenados en técnicas de terrorismo y sabotaje, y comprometidos en la yihad mundial. 2) Los freelance, que planean y desarrollan atentados por propia iniciativa y acuden a Al Qaeda en busca de fondos y logística. Y 3) Los inspirados por el “alqaedismo”, la ideología neoyihadista –que da un enorme margen de actuación a sus seguidores: todo lo que perjudique los intereses de “infieles, cruzados y judíos” es bienvenido-, pero que no necesariamente tienen contactos con la organización de Bin Laden. Un ejemplo de los primeros serían los ejecutores del 11-S; de los segundos, los atentados de Bali en 2002; de los terceros, el 11-M o el 7-J en Londres. Los expertos aseguran que el fenómeno más peligroso es el último –los imitadores, amateurs o no, de “la marca Al Qaeda”-, porque son mucho más difíciles de controlar o prevenir.
El español Fernando Reinares, probablemente el compatriota que más sabe sobre terrorismo islámico, le añadía a mi amigo Ángel Villarino en una entrevista una cuarta categoría: aquellos grupos que, sin tener el más mínimo vínculo con Al Qaeda, sin seguir siquiera las líneas generales establecidas por la organización, son etiquetados como “relacionados con Al Qaeda”, bien por ellos mismos como medio de obtener publicidad, bien por las autoridades interesadas en recabar apoyo internacional para combatirlos. Hasta el gobierno marroquí ha intentado vincular al Polisario con Al Qaeda…
Desde el punto de vista del periodista, el problema no es nuevo: los terroristas de ayer son los líderes políticos de hoy (desde los argelinos a los norirlandeses, pasando por los israelíes, la mutación que sufrió Arafat de “súper-terrorista” a estadista y de ahí a “súper”-terrorista otra vez, o los albano-kosovares de la UÇK, que eran ‘terroristas’, luego ‘guerrilleros ‘y ahora, alguno, hasta presidente de Kosovo). Hay quien, como Reuters, se niega a calificar a los etarras de “terroristas”, y los tilda de “grupo armado independentista”, no vaya a ser que…
La semana pasada, el New York Times apuntó esta dualidad en un revelador artículo sobre los 17 musulmanes uigures cautivos en Guantánamo. Los uigures son una etnia de la provincia de Xinjiang, al este de China, donde existe una fuerte contestación a la dominación china, en una situación que muchos comparan con la del Tíbet. En 2002, la inteligencia china anunció que al menos ocho grupúsculos armados de ideología separatista uigur habían cometido más de 200 actos terroristas durante los once años anteriores. Pero, pocos meses después, por interés, el Departamento de Estado norteamericano achacó todos esos actos a un único Movimiento Islámico del Turkestán Oriental, “vinculado –cómo no, lógicas de la “Guerra contra el Terrorismo”- a Al Qaeda”.
Ahora se da la paradoja de que algunos combatientes uigures viven en EE.UU. como refugiados, mientras que otros capturados en Afganistán se encuentran encerrados en Guantánamo. “Su historia es mi historia”, declaraba Ilshat Hassan, exiliado en Virginia, al Times. Los diecisiete de Guantánamo claman que habían ido a Afganistán a adquirir entrenamiento para posteriormente participar en su “lucha de liberación nacional”, y no en actos terroristas contra Occidente. Washington no sabe qué hacer con ellos: no puede devolverlos a China, donde como mínimo serán “interrogados”. Pero no puede quedárselos, porque son “terroristas”. Desventajas de poner etiquetas por puro oportunismo.
Y si hoy me ha dado por hablar de esto, es porque me temo que yo también me tragué más de una vez aquello de “vinculado a Al Qaeda” cuando escribía para La Clave…
Desde luego esto de las etiquetas no es nuevo. Aunque el abuso actual de la palabra "terrorista", desbanca con creces al de "comunistas" usado en la lucha por extender la "democracia" (cuando parecía a todas luces que se referían al capitalismo o a sus propios intereses).
ResponderEliminarEl correcto uso de esta palabra además se complica por el hecho de que el país que la usa con más libertad, los EEUU, es el que ha armado hasta los dientes a muchos de los grupos que ahora llama terroristas.
Se acumulan las paradojas...