domingo, 12 de abril de 2009

La política del mal


Phnom Penh, 31 de marzo


"La oscuridad caerá sobre el pueblo de Camboya. Habrá casas sin gente en ellas, caminos sin viajeros; la tierra será gobernada por bárbaros sin religión; la sangre correrá profunda hasta alcanzar el vientre del elefante. Sólo los sordos y los mudos sobrevivirán".

Antigua profecía camboyana


Por mucho que lo piense, no consigo comprenderlo. Leo, pregunto, elaboro hipótesis, pero nada. Cuando estudiamos el nazismo, las motivaciones de Hitler y compañía pueden horrorizarnos, pero las entendemos. Incluso la paranoia de Stalin o la megalomanía y sed de poder de Mao tienen una lógica explicable. Pero lo de los Jemeres Rojos no tiene ni pies ni cabeza.

Uno puede atisbar el cómo pasó. En aquella atmósfera de terror en la que no se toleraba el más mínimo error, en la que cualquier pequeña falta era considerada sabotaje, y su autor ejecutado, la necesidad de autoprotegerse, de mostrar un enorme celo revolucionario, solía plasmarse en la denuncia de otros compañeros. El cotilleo sobre los vecinos, tan arraigado en la mentalidad campesina del Sudeste Asiático -donde el concepto de vida privada es bastante peculiar, por no decir inexistente- tenía en este contexto dramáticas consecuencias.

Nos disponemos a tomar el autobús gratuito que nos llevará al tribunal. En la puerta, veo a un anciano calvo, con rostro amable. Le reconozco, porque le he visto en el documental "S-21": es Chum Mey, uno de los supervivientes de Tuol Sleng. Le saludo al estilo budista, y me responde con una sonrisa. Me gustaría acercarme y charlar con él. Pero yo no hablo khmer, ni él inglés ni francés.

La historia de Chum Mey da algunas claves: él y su mujer eran de los escasos obreros a los que se mantuvo en las fábricas de la capital. Él era mecánico de camiones, hasta que un día le arrestaron sin motivo aparente. No lo sabía, pero había sido denunciado por un compañero bajo tortura. El propio Mey fue brutalmente interrogado durante doce días con sus noches. Al final, se confesó culpable de "destruir a propósito propiedad de la revolución, gastar demasiado combustible y dejar que los motores se quemasen". Peor: denunció a otras sesenta y cuatro personas.

Tras confesar, el destino de Mey estaba sellado: en Tuol Sleng no se aceptaba la posibilidad de que el reo fuese inocente. Todo el que entraba allí estaba destinado a ser ejecutado, y el personal de la prisión lo sabía. Los guardias debían cumplir con una cuota mínima de dos ejecuciones al día. Junto a la confesión de Mey, un responsable de la prisión anotó la fecha de su eliminación: el 6 de noviembre de 1978. Pero Mey era útil como mecánico, y el propio Duch le salvó. En la misma hoja, la caligrafía de Duch reza: "Mantener por un tiempo".

Chum Mey sobrevivió porque los vietnamitas invadieron Camboya. Fue evacuado junto con otros prisioneros, y en el camino se reencontró con su mujer y con su hijo recién nacido. Pero el convoy se encontró con una avanzadilla vietnamita, y la familia de Mey fue abatida. Él logró escapar en la confusión, pero moralmente destrozado. Se dice que aún no lo ha superado.

Chum Mey, en Tuol Sleng

El período de los Jemeres Rojos es, proporcionalmente, el mayor genocidio de la historia, superior en eficacia al Holocausto y a las matanzas de Ruanda juntos. Se calcula que unas 1.466 personas fueron ejecutadas de media cada día. Ya sabemos el cómo. La pregunta es: ¿Por qué?

Tuol Sleng, al parecer, fue idea de Pol Pot, para mantener la seguridad en la organización. Cuando Nic Dunlop encontró a Duch, éste apuntó una posibilidad terrorífica: las masacres se desarrollaron conforme a un plan establecido de antemano. Ya en 1971, Pol Pot ordenó: "Todo aquel que sea arrestado debe morir". La idea era cumplir la visión delirante de éste, la creación de una nueva sociedad revolucionaria basada en el campesinado, haciendo tabula rasa del orden existente. El Angkar prefirió eliminar a todo aquel con alguna formación y utilizar como fuerza de choque a adolescentes analfabetos a los que se adoctrinaba brutalmente, obligándoles a denunciar las faltas de sus propios padres, y, frecuentemente, a ejecutarles personalmente.

Parece ser que Pol Pot creía en lo que estaba haciendo. ¿Se lo creían los otros cabecillas, los Nuon Chea, Ieng Sary, Khieu Samphan y compañía? Es difícil de decir. Sospecho que la respuesta es, como casi siempre: depende. Todos ellos contemplaban la ejecución en masa como un medio para lograr un fin. Probablemente, las metas eran diferentes para cada uno.

Tal vez nunca sepamos la verdad.

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(Acabo de enterarme de que el libro de Nic Dunlop está editado en castellano: "Tras las huellas del verdugo", Ed. Océano, 2006. Es una excelente introducción a la historia de los Jemeres Rojos, altamente recomendable. Y, a diferencia de otros tostones académicos, es bastante entretenido...)

1 comentario:

  1. Y en ese libro no intenta justificar el por qué??

    Muy buena entrada Dani. Y muy buena pregunta...

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