A pesar de todo, hay esperanza en Camboya. La hay en personas como Thadry, la propietaria del guesthouse en el que me alojo. Tiene 55 años, y no se ruboriza al decirlo. Es extrovertida, vivaz, inteligente, un encanto de señora. Se sienta en mi mesa, y nos caemos fenomenal. Y me cuenta su historia. La voy a repetir aquí, porque, en un panorama tan deprimente como el camboyano, de vez en cuando hay que cantarle a la vida.
Thadry tenía veinte años y estaba recién casada cuando los Jemeres Rojos tomaron el poder. Vivía en Phnom Penh, había ido al instituto, y hablaba francés. Su historia es la de tantos camboyanos: tanto a él como a su marido los mandaron al campo a cultivar arroz, en extenuadoras jornadas de sol a sol. Instintivamente, se dio cuenta de que en esas circunstancias tener educación era más un problema que una ventaja, así que lo ocultó. Al estar ya casados, evitaron el matrimonio forzoso que aguardaba a muchas otras personas de su edad, por el bien del Estado Camboyano.
Un día, los Jemeres Rojos vinieron a su choza y detuvieron a su marido. Me explica gesticulando, al borde de las lágrimas, cómo lo patearon e inmovilizaron. “Fui a hablar con el cuadro superior, un hombre educado y medianamente razonable. Le expliqué que mi marido no había hecho nada en contra del Angkar. ¿Cómo iba a hacerlo, si se pasaba el día trabajando en el campo? ‘¿Así que no sabes por qué han detenido a tu marido?’, me preguntó. ‘No’, respondí. Me dijo que cuatro personas del grupo de mi marido habían escapado a Tailandia, y que el Angkar pensaba que había sido idea suya. ‘Camarada, mi marido no tenía demasiada relación con esos hombres, así que no veo por qué iba a arriesgarse por ellos’, le expliqué”.
Entonces, se deshace en lágrimas, pero sigue hablando. “Mi marido estuvo detenido un mes, pero al final lo liberaron. Se pasó un año trabajando en otro campo, y después de ese tiempo pudimos reunirnos de nuevo. Tuvimos suerte: otra mujer de nuestra aldea cuyo marido había sido arrestado, fue a protestar, y los ejecutaron a los dos”, dice.
(Esa tarde comprenderé por qué esa experiencia fue tan traumática: el marido de Thadry cruza la terraza del guesthouse sin camiseta, y tanto su pecho como su espalda están marcados con quemaduras simétricas. Los Jemeres Rojos probablemente le torturaron en una parrilla eléctrica).
Pero los Jemeres Rojos cayeron, y Thadry se encontró, como la mayoría de los camboyanos, vagando por los caminos sin comida, trabajo ni medios de subsistencia, intentando regresar al que un día fue su hogar.. Ambos, dice, trabajaron duro durante los años siguientes –en talleres de costura, fábricas, como chófer y empleada- para conseguir ahorrar algo de dinero y comprar la casa en la que ahora estamos. Tuvieron a sus hijos –la progenie es la máxima alegría de un camboyano-, y prosperaron un poquito.
Entonces, a Thadry se le ocurrió la idea de montar un guesthouse, para tener algo que asegurase el futuro de su hija mayor –el muchacho ya se buscaría la vida-. Pensó: ¿Qué necesito para poder gestionarlo? Y se respondió: Saber inglés. Y se compró un libro. Y a base de estudio, y de practicar con los –en aquella época- escasos turistas que llegaban a Phnom Penh, logró un dominio del idioma que, sin ser perfecto, ya quisieran para sí la mayoría de los asiáticos. De paso, aprendió tailandés viendo telenovelas.
Al principio, dice, intentó atraer turistas pagando una comisión a los conductores de tuk-tuk. Pero no salió bien: éstos la engañaban, y el sobreprecio hacía que los mochileros huyesen a otros cuchitriles más baratos. Entonces, decidió recorrer al arma publicitaria de los pobres: el boca a boca. “Pensé que lo único que podía ofrecer era hospitalidad, ser maja con los clientes”. Y desde luego lo consiguió: estar en su guesthouse es como estar en familia. “Les pedía a los que se marchaban que por favor les hablasen a otros de mi hotel”. Y, dice, en un año consiguió que el negocio fuese realmente rentable.
“Al final, mi hija se casó con un alemán y se fue a vivir a Munich, ¡y yo acabé llevando este guesthouse prácticamente sola!”, dice con una carcajada. Thadry consiguió enviar a todos sus hijos a la universidad, e insistió en que aprendieran inglés. El chico vive en Australia, con una beca para formarse como agente de aduanas. Las dos pequeñas están estudiando, pero estos días tienen vacaciones, y se los pasan echando una mano en el hotel. Ella sigue aprendiendo: . “Estoy estudiando alemán, con otro libro, para hablar con mis consuegros, porque el año que viene voy a visitarles, y ellos no hablan inglés”. Será su segundo viaje a Alemania.
Así que si pasáis por Phnom Penh, a lo mejor os apetece hacerle una visita: TAT Guesthouse, Calle 125. Aunque corréis el riesgo de que el hotel esté completo.
La vida misma...
ResponderEliminarEl amor es dificil y extraño en estos tiempos, como dice Ismael Serrano ;-)
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