sábado, 31 de enero de 2009

Demasiado humano


No hay peor engañado que el que quiere que le engañen. Supongamos, por ejemplo, que usted es un australiano desdentado y tripón de sesenta y cinco años. De repente viene a Tailandia y una mujer, que presumiblemente tendrá una piel increíblemente sedosa, unas piernas largas y un pelo y una sonrisa preciosos –será más o menos bella dependiendo de dónde la encuentre, y del dinero que se tenga en la cartera-, se muestra extremadamente cariñosa con usted. Probablemente será una chica divertida, que reirá todas las payasadas que usted haga, y le hará sentirse veinte años más joven, le hará pensar que usted es el más guapo, el más listo, el más fuerte, el mejor amante. En fin, es la naturaleza humana: uno quiere creérselo.

El problema es que esto tiene poco que ver con el amor. Ella busca un marido extranjero, como ya hemos apuntado en anteriores ocasiones, y él está deseando enamorarse. La receta para un corazón roto está servida.

Y eso no les pasa solo a pobrehombres necesitados de cariño: si uno es joven y está cachas, lo que suele ocurrir es que la chica, la tailandesa de tus amores, simplemente estará más buena, pero eso no quiere decir que te ame. Y además, cuanto más maciza, más fácil es que tenga por ahí dos o tres gig que le hagan caso mientras tú trabajas. En Tailandia hay decenas de miles de farang que, seducidos por el exotismo tropical, pensaron ¿por qué no?, y se quedaron aquí a compartir lecho con una muchacha local. Desde el dueño del cybercafé de mi barrio a los propietarios de cientos de guesthouses y chiringuitos de playa a lo largo y ancho del país. Y para los que estén pensando que, con amor o sin él, la cosa no suena tan mal, diré que casi todos ellos, pasados cinco años, están tremendamente aburridos de esa clase de vida. Algunos, psique torturada, llegan a odiar a su mujer.

Existe, además, otra categoría de tipos que se dejan atrapar por una tailandesa: los “redentores”. Aquellos que frecuentan burdeles, y en un momento dado, una de las chicas les pide ayuda, y deciden “salvarla”. La idea es atractiva, ¿no? Rescatar a alguien de la sordidez y devolverle la dignidad. Casándose con ella, si es necesario, porque además la muchacha es preciosa. Pero, como me comentó una vez un putero británico: “Hay que ser muy ingenuo si crees que vas a encontrar el amor en un prostíbulo”.

Por algún motivo, hay muchos que se complacen en tratar a las prostitutas como si fuesen sus novias, llevándolas a cenar, comprándoles trajes, joyas, etc. Hay un estudio que dice que si se cerrasen los burdeles de Tailandia durante dos años, medio millón de personas (no sólo directamente relacionados con el negocio del sexo de pago: también sastres, camareros, agentes de viajes…) perderían su empleo sólo en Bangkok. Pero cuando el farang se cansa de la chica e intenta romper la relación, las cosas suelen torcerse. Frecuentemente, un par de gorilas se presentan en la casa de él, le dicen que son “los primos” de la chica, que “le ha roto el corazón” y que “le debe algo”. Que, por supuesto, es dinero.

Y también está el chantaje puro y duro: cuando conoces a una chica en una discoteca y resulta ser una profesional (hecho nada infrecuente, aunque de eso ya hablaremos otro día), lo primero que preguntan es dónde vives, y lo segundo, si estás casado. Si uno comete el error fatal de llevársela a casa, es muy probable que ella busque elementos que le indiquen si esa persona es chantajeable: zapatos de mujer en el armario, fotos, etc. Y entonces, la cosa empieza a ponerse realmente jodida. Un conocido mío se topó con una chica que le dijo: “No voy a cobrarte: hay un piloto francés que me pasa mil euros al mes, así que no lo necesito”.

El asunto está tan podrido ya que existen incluso mafias especializadas en mediar entre el incauto farang y los matones de los burdeles. Tú les pagas una cierta cantidad, y ellos encuentran a aquellos tipejos y les hacen “una oferta que no pueden rechazar”: o tomáis este dinero –una parte de lo que se les ha dado- como finiquito ahora y dejáis en paz a nuestro cliente, o podéis daros por muertos.

Iba a escribir que, ante los hechos, me sorprende cómo todavía hay extranjeros que intentan mantener relaciones serias con mujeres tailandesas. Pero lo cierto es que lo comprendo muy bien. Humano, demasiado humano.

2 comentarios:

  1. Dado que nuestra versión es la tuya, no tengo nada que objetar. Pero ¿no crees que se pueden llegar a enamorar de verdad de un extranjero y viceversa? Tú representas lo que les han enseñado a desear, les tratas como no les tratan los hombres de allí. Y ellas también encarnan algunos de nuestros sueños. ¿No es posible ser feliz con una Thai?

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  2. ¿Y no crees que todo esto que cuentas no ocurre en todo tipo de culturas y sociedades?
    En mi barrio no hay sesentones con preciosas veinteañeras, pero es que mi barrio no es de pasta. Pero en los "ambientes selectos" ocurre aquí en España.
    Creo que no es cuestión de cultura sino de dinero. En cualquier parte del mundo hay personas que quieren promocionarse al precio que sea y otras que están dispuestas a adquirir amor como quien compra una joya o un objeto de lujo.
    Me imagino que debe chocar para una persona española de economía media pero en según que países eso debe ser equiparable a ser aquí millonario.

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