lunes, 26 de enero de 2009

Copa Dorada


El otro día conocí a Lizzie. Yo andaba haciendo de cameraman en un documental de producción canadiense, en la que ella era una de las entrevistadas. Lizzie no es famosa, pero su historia merece ser contada, porque es la de tantas mujeres farang cuyo pequeño universo se rompe en pedazos al llegar a Bangkok.


El documental trata sobre parejas extranjeras que vienen a vivir a Tailandia por trabajo, y al poco de aterrizar él se va con una tailandesa. ¿Una estupidez de tema? No lo es para quien haya residido por aquí una temporada y haya visto el percal. El caso de Lizzie es, literalmente, uno entre miles. “En la misma empresa de mi ex marido, sé de al menos seis ejemplos más”, nos comentaba esta chica.


En Tailandia existe una especie de industria del matrimonio con extranjeros (aunque no con extranjeras). Además del más que visible turismo sexual, es el pan de cada día ver a hombres occidentales casados con mujeres tailandesas, arrastrando el carrito de un niño mestizo. Lo contrario, una mujer farang con un tailandés, ocurre muy raramente. Las empresas de “Translation for marriage” están en cada esquina del centro, así como las asesorías legales especializadas en derecho matrimonial. El fenómeno es tan acusado que incluso la publicidad, crisol de aspiraciones y modelo de vidas ideales, lleva un tiempo reflejando esto. Un ejemplo:







¿Por qué es así? Para empezar, porque la sociedad tailandesa es tremendamente clasista: el estatus lo es todo. La persona que tiene un estatus más alto invita a los demás, aunque se arruine en el empeño. Los viejos tienen más estatus que los jóvenes, el padre más que los hijos, el hombre más que la mujer. Otro factor es el éxito económico. Y el extranjero, por definición, tiene dinero, ergo, estatus. El extranjero paga.


Si a eso añadimos que los hombres tailandeses son machistas, muchos pegan a sus mujeres, son infieles y la tienen pequeña (digamos, tamaño estándar asiático), para una mujer tailandesa, el tener un novio/marido farang representa sólo ventajas. Habrá quien diga que esto no es tan diferente del muy castizo “ese es un buen partido”. Pero mucho me temo que la situación no es la misma… Aquí las mujeres van a la caza y captura de los extranjeros, y ellos (enfrentados súbitamente al acoso de estilizadas princesas de pieles doradas y sonrisas de modelo, al hecho de que el tipo de mujeres de piernas kilométricas que en Europa sólo van con mafiosos eslavos, aquí se pirren por tus huesos), suelen dejarse atrapar… (Habrá quien piense que exagero, pero a mí mismo me han tirado los tejos en el trabajo, en el metro, en un restaurante, y por supuesto de copas. No os digo ya lo que es esto para aquellos que encima son guapetones…

Para una descripción más lírico-festiva, véase este post del blog de mi amigo Ángel Villarino: http://sinegne.blogspot.com/2008/01/caperucita-no-lleva-bragas.html).


Y ese es el drama, no sólo de Lizzie o las sufridas esposas farang, sino de todas las mujeres extranjeras en Bangkok. Las hay que pasan sus noches ahogando su frustración en las barras de los bares, despotricando contra las "putitas amarillas" y los hombres que se van con ellas. El personaje es tan típico que los perspicaces tailandeses tienen hasta un término específico para ellas: khan towng, “Copa Dorada”.


Convendría aclarar aquí, antes de proseguir, que los tailandeses, ellos y ellas (pero sobre todo ellos) son polígamos. Antes de forma legal, ahora encubierta. El lenguaje, en este caso, es revelador: los tailandeses tienen dos palabras para referirse a las contrapartidas sexuales, fan y gig. Fan es la persona que te apoya, es decir, tu pareja, pero, y aquí la gran diferencia, puede ser tanto tu esposo/a como tu amante estable, aquella a la que le has puesto un piso en Chamberí. La querida de toda la vida, vamos. Los gig, en cambio, son los rolletes puntuales, los teléfonos de la chorbagenda, el aquí te pillo y aquí te mato, los apagafuegos, la gente a la que llamas de vez en cuando para desfogarte. Y la realidad es que todo el mundo tiene al menos dos fan (el/la legítimo/a y el/la otro/a) y unos cuantos gig.


Eso no impide que sean tremendamente dramáticos si descubren una infidelidad, con palizas brutales si el cornudo es él, y la amputación subrepticia y nocturnal del pene, en el mejor estilo Lorena Bobbit, en el caso de ella. Esta práctica está tan extendida que Bangkok es la ciudad del mundo con mayor número de cirujanos especializados en reimplante de pene. Para evitarlo, las amazonas vengadoras tienden últimamente a echarle al perro el miembro seccionado, para que se lo zampe.

[Y una anécdota que me contó Ángel Villarino: hace unos días, un hombretón fue víctima de este acto punitivo. Se fue corriendo al hospital, y cuando llegó… se dio cuenta de que se había dejado el pene en casa. Para cuando dieron con él, estaba ya irrecuperable. Una pena.]


La pobre Lizzie, claro, educada en los valores occidentales, optó por una solución menos espectacular, llamada divorcio. Ahora va a explicar su situación en televisión, sospecho que más como ejercicio terapéutico que porque tenga la más mínima esperanza de que su caso pueda servir de aviso a otras mujeres. “Si tan sólo”, se lamentaba, “alguien me hubiese dicho que no veníamos a un sitio normal, sino a Bangkok...”.


Continuará…


2 comentarios:

  1. Qué clásico. Pero no le has hablado al personal de las que vienen sin pareja y se van con la lección aprendida de que allí ir de bordes no funciona. Otro post?

    ResponderEliminar
  2. me gusta la idea, el texto, pero más me gusta tu cara. Carmen

    ResponderEliminar