miércoles, 21 de enero de 2009

Negar una limosna


Podría ambientar esta carta en Camboya, Bangladesh, India o Egipto, entre otros lugares. Una niña, una anciana, un mutilado -¿importa acaso?- se acerca a pedir limosna. Niego con la cabeza mientras me tira de la manga.


Tengo mis razones. En primer lugar, la meramente práctica: en las ocasiones en que hemos dado dinero, nos hemos visto inmediatamente rodeados de una marabunta de mocosos que se agarran a los bajos de nuestros pantalones, a nuestras piernas, que se cuelgan de nuestra camisa, impidiéndonos caminar. En segundo lugar, está la certeza absoluta de que esa limosna no va a cambiar nada: un plato de arroz, tal vez, pero ¿y mañana qué? Eso no va a sacar a la niña, la anciana, el mutilado de la pobreza. Que la pelea por la justicia social ha de hacerse en otro frente, está más que claro. Y por último, después de esta persona vendrá otra, y cinco metros más allá otra, y más tarde otra… Mendigos hay demasiados como para poder ayudar siquiera a una porción de ellos. La batalla está perdida de antemano.


Y sin embargo, a esta personita que está delante de mí, todas mis razones se la sudan de forma total y absoluta: para ellos, sólo soy el hijo de puta insolidario que les está negando el alimento del día. Y esa idea, os aseguro, es bastante perturbadora. Son ya casi diez los años que llevo viajando por el Tercer Mundo, y no consigo acostumbrarme. Será lo que mi amigo Saúl –que pretende ser un escéptico, pero en realidad es un idealista de derechas- denomina “buenismo progre”, pero cuando la niña, la anciana, el mutilado se aleja murmurando una maldición, todavía se me encoge el corazón.


Hay cosas que uno ha aprendido con el tiempo: cuando llegué a El Cairo, no me importaba pagar un sobreprecio, caridad mal entendida, pretendiendo que todos eran unos pobrecitos que las pasaban canutas para llegar a fin de mes. Pero poco a poco comprendí, por observación directa, que eso sólo creaba inflación, y que a medio plazo los más perjudicados eran los locales. Véase Camboya… (Así que, consejo a navegantes, averiguad siempre cuáles son las tarifas normales, y pelead por ellas. Si ocurre que, por ser occidentales, vuestro poder adquisitivo es alto, mejor para vosotros).


En Bangladesh –donde los mendigos eran especialmente insistentes: dadas mis barbas, me tomaban por un musulmán piadoso- conocí a un joven que hacía una distinción clara entre pedigüeños: daba limosnas con amabilidad a cada mutilado que veía, pero rechazaba con violencia –física, incluso- a las mujeres y a los niños. “Éstos pueden trabajar”, decía.


Porque el concepto de la mendicidad puede llegar a ser bastante corruptor. En India, llegó a ocurrirme lo siguiente: yo esperaba en una estación de autobuses. Cuando la mujer de delante, que llevaba un chiquillo en brazos, se percató de mi presencia, su expresión se tornó desgarradora, y extendió una mano hacia mí, llevándosela alternativamente a su boca y a la del crío. Negué firmemente, y entonces su cara volvió a la normalidad. Le comentó algo a otra mujer que viajaba con ella, cogieron sus maletas y montaron en el autobús. No eran pobres, al menos para el baremo indio, pero la presencia del occidental hacía que mereciese la pena probar suerte. Mendigaban por deporte.


Ahora bien, en Mumbai, hace un mes, una encantadora cría de nueve años me timó por valor de todas aquellas limosnas que no he dado. Caminando por Apollo Bunder, se me acercó una de las criaturitas más preciosas que imaginarse pueda, con una sonrisa de esas de anuncio de ONG (el símil es acertado, porque el propósito es el mismo: que aflojes los cuartos…). Y, tras cuatro meses de resistir la presión de mendigos de todos los tamaños y colores, ablandado por el calor y por todo un día de trabajo en las calles, decidí dar. La niña me ató una flor a la muñeca, y cuando me llevé la mano a la cartera, negó con la cabeza.

- Dinero, no. Comida.

Y pensé: qué diablos, la comida es comida, y así al menos no se lo puede gastar en otra cosa. Así que nos paramos en el siguiente almacén, y ella me miró.

- ¿Leche?

Por supuesto.

- ¿Arroz?

Bueno, por qué no.

- ¿Aceite?

Mmm… Vale.

Y entonces la niña se dirigió al tendero en marathi, y éste me miró asombrado.

- ¿Usted paga?

- Sí.

Y el tendero sacó una bolsa enorme con una lata de leche en polvo para bebés, un saco de arroz y una botella de cinco litros de aceite. Con un vigor inusitado para su diminuto cuerpecito, la niña se lo cargó a la espalda y salió corriendo:

- ¡Muchas gracias! – gritó mientras huía.

Precio total de la broma: 24 euros.


[No es que sea imbécil: por supuesto, yo sabía que me la estaban colando. Pero, llamadlo como queráis, en aquel momento tenía que ver cómo acababa aquello. Aún salió barato: podía haber sido mucho peor…

Y no, estoy seguro de que el tendero no estaba compinchado.]


Y no es que me duela el bolsillo: esa familia dividirá la comida en pequeñas raciones, la venderá, y esos 24 euros se convertirán en 150. Un pequeño avance hacia la prosperidad. Pero rezo porque eso no acabe reforzando a la mafia del barrio.


3 comentarios:

  1. La putada es que te sientes como un puto mierda, no dando nada. Pero estoy totalmente de acuerdo contigo. Sobre la India ya os lo escribí una vez y lo copio por vagancia:

    "ODIO a los turistas que van repartiendo bolis, rupias o caramelos. Sí, os odio profundamente. Habéis reforzado la idea de que los occidentales somos cajeros automáticos y de que mandar a los niños bien sucios a pedir por las calles compensa. Si queréis ayudar a un niño, apadrinad uno con una ONG que conozca los problemas de la zona. Me cansa tener que convencer a un niño de que no le voy a dar nada antes de que deje de verme como un extraterrestre que va soltando dinero (por consiguiente es medio gilipollas) y podamos hablar o jugar tranquilamente."

    Es una tontería egoísta al lado de tu reflexión, pero es que me salió así ;-) Un abrazo!!

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  2. Lo que habría que hacer es dejar de ir a la India a meterle la sopa en la boca a un intocable (trabajo que podría hacer un nativo de forma remunerada) bajo el amparo de una ONG en el papel de "tonto útil" del sistema y suprimeir los aranceles para las exportaciones de productos procedentes del Tercer Mundo. Es la única manera de que esas naciones se desarrollen como hizo España durante la segunda mitad del siglo XX. lo que es una hipocresía es manifestarse con el sindicato corporativista de turno en Cuenca pidiendo protección estatal y luego ir a Cuba cargado de bolis y camisetas de propaganda para admirar el paríso revolucionario y de paso sentirse aliviado repatrtiando presentes entre los niños.

    Primer comentario de un "idealista de derechas". En la entrada de Bush hay otro más suculento. Saludos

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  3. A mí me pasó exactamente lo mismo en Colaba... Que si leche, que si arroz... compré un paquete pequeño de leche y aflojé 5 euros. No me sentó tan mal el dinero (miseria para una occidental!) sino el hecho de que haya gente que sabe jugar con la conciencia de los demás... Será que tenemos muchas cosas por las que limpiarla?

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