martes, 27 de enero de 2009

Ahora parece una dama


Antes de empezar este post, quiero avisar de que voy a hablar de ciertas tendencias sociales, lo que inevitablemente conduce a generalizaciones. Admito que, por supuesto, hay excepciones. Pero como no quiero andar explicando eso cada tres frases, mejor lo dejo zanjado desde el principio…


Nada más llegar a Bangkok, un amigo me dijo que tuviera cuidado con mi corazoncito: las tailandesas no conocen el amor. He de admitir que no le creí. Pero tenía razón.

Entendámonos: no es que una tailandesa no pueda enamorarse. Aquí las películas románticas triunfan igual que en todas partes. Pero si el consorte es un extranjero, suelen intervenir otros factores que tienen poco que ver con Cupido y mucho con una cuenta corriente saneada.

Lo que quieren las mujeres tailandesas es prosperar. Ese es el factor prioritario. Luego, las hay buenas, para quienes además están el amor, el cariño, la necesidad de una pareja… y las hay malas, que tienen una caja registradora entre las piernas, y nada más.

Porque es extremadamente típico el caso del farang que llega, se enamora perdidamente de una tailandesa, se casan, y él compra una casa. Como en la ultranacionalista Tailandia los extranjeros no pueden ser propietarios del suelo, muchos incautos ponen el contrato a nombre de ella. Y entonces, en cuanto ella tiene la sartén por el mango, le larga con viento fresco. Y como la ley favorece a los nacionales, el farang se encuentra de repente en la calle, con una mano delante y otra detrás, y el corazón en pedazos. Como el caso del australiano aquel que, puesto de patitas en la calle, se tuvo que ir a vivir a una choza en el bosque, donde murió después de que un escorpión le picase en la oreja.

Y cuanto menos sofisticada es la dama, más evidente suele ser su propósito. Hace poco vi un video de karaoke que versaba sobre una chica pobre de campo que se iba a la gran ciudad, y años después regresaba bien casada con un extranjero. En el video, el marido era un viejo feo, gafoso y desdentado con camisa hawaiana, el típico espécimen que uno encuentra en los aledaños del Barrio Rojo de cualquier ciudad del Sudeste Asiático, pero ese factor parecía no tener demasiada importancia. La letra de la canción decía:

Ahora parece una dama / Qué sorpresa para todo el mundo / Tiene un marido ‘farang’ / Lleva pendientes de oro / Qué suerte que seas mi amiga / Encuéntrame otro marido ‘farang’

Y luego más adelante:

El profesor se quejaba de ella / que era estúpida / su pelo estaba cardado / su cuello estaba mugriento / Ha estado fuera durante años / Ahora ha vuelto con un marido ‘farang’ / Ahora tiene dinero / y ayuda a la escuela local

El que colgó el video en YouTube, por cierto, tiene un canal dedicado exclusivamente a este tema, y por algo será. Muy freudiano todo.

En fin, que el aviso de mi amigo, reiterado una y otra vez en los bares de expatriados, en las librerías en inglés (donde suele haber toda una estantería dedicada a este asunto), en las historias de otros, es un buen consejo para cualquiera que aterrice por aquí de nuevas.

Y zanjo así este segundo capítulo sobre los triángulos amorosos en Tailandia. Mañana hablaré del que, a mi juicio, es el espécimen más interesante de todos: el hombre engañado. Y así cerramos la trilogía...


3 comentarios:

  1. Moraleja: donde tengas la tailandesa olla...

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  2. La verdad es que te ha costado esto de poner en marcha un blog. Pero parece que lo has cogido con todas las ganas acumuladas durante todo este tiempo, porque a este ritmo vas a escribir más cartas que San Pedro a los Corintios.
    Un fuerte abrazo compañero!

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  3. Y eso que casi no mete detalles escabrosos...

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