sábado, 5 de marzo de 2011

La miseria y la corrupción desgarran Túnez


Crónicas de la revolución árabe (II) - Túnez

La miseria y la corrupción desgarran Túnez

Thela, Túnez, 13 de febrero de 2011

Nahiza Bulabi, cuyo marido está en el hospital por los gases lacrimógenos de la policía

En ciudades como Thela, en el interior de Túnez, poco ha cambiado desde la caída del presidente Zine Abidine Ben Alí. El desempleo sigue siendo cercano al 80 por ciento (imposible saber la cifra real, pues las estadísticas oficiales jamás la admitirían), hay una sola sucursal bancaria para una localidad de 54.000 habitantes, y la corrupción, según sus habitantes, está desbocada.

“Yo era el propietario de la cantera local. Trabajaba sin permiso, pagando un soborno a un funcionario municipal. Pero hace seis años solicité el permiso y lo obtuve, así que decidí dejar de pagar”, dice el empresario Habib Rahmuni. “Entonces el funcionario, junto con la familia Trabelsi [a la que pertenece la mujer de Ben Alí, Leïla] compró las tierras de alrededor, y un día simplemente vinieron y nos echaron, a mí y a mis trabajadores, y se quedaron con la cantera”, afirma.

Un lugar en el que los trabajadores, según describen a ABC, trabajan en condiciones de semiesclavitud. Los accidentes mortales son frecuentes, pero a pesar de ello, quien consigue empleo en la cantera puede considerarse afortunado. Por eso en Thela no hizo falta demasiado para que el descontento prendiese.

«La revolución la empezamos nosotros»

“La revolución la empezamos nosotros”, asegura Adl Romdhani, sindicalista y maestro de la escuela local. “En Sidi Bouzid hubo protestas después de la muerte de Muhamad El Buazizi [el joven frutero tunecino cuya inmolación fue la chispa que inició la revuelta], pero los primeros muertos ocurrieron en esta zona”, asegura. Aquí, los jóvenes en paro se lanzaron enseguida a protestar. “Trajeron a mil ochocientos policías de intervención desde otras ciudades. A quien arrestaban, le robaban el móvil y el dinero. Nos insultaban, gritándonos “argelinos de mierda”. Saqueaban las tiendas por la noche, entraban en las casas y molestaban a las mujeres”, relata Romdhani.

Y entonces, los primeros muertos. “Mataron a varios jóvenes a corta distancia, a unos diez metros. Los dejaban moribundos en el suelo, sin atenderles, e incluso les pegaban”, cuenta Romdhani. “Arrestaron a catorce jóvenes y se los llevaron a Kasserine, donde les torturaron. A las chicas las violaron, y también a uno de los chicos, con una porra de policía, delante de todo el mundo”, dice.

Pero en esta zona, la gente pertenece a los clanes tribales de Medjeri y Freshish, que tienen parientes en todo el centro y sur del país, y también en los barrios obreros de la capital, lo que, según los habitantes de Thela, hizo que las protestas se extendiesen por todo el país. A las tribus no tardarían en unírseles el resto de sectores sociales. La revolución había calado.

La miseria es atroz

Romdhani acepta llevar a los periodistas a los barrios de la periferia, donde la miseria es atroz. Al llegar, no tarda en rodearnos un enjambre de personas que cree que somos funcionarios, portando cartillas de minusvalía, diplomas, fotos de sus hijos muertos. Tras una pequeña decepción, se lanzan a contar sus historias, que, en el fondo, se parecen todas: hombres y mujeres en el paro desde los años ochenta; familias de cinco, seis, diez hijos; enfermedades sobrecogedoras; ayudas al desempleo que nunca llegan, robadas por los funcionarios de correos.

El grupo no tarda en descontrolarse. Los vecinos, de pura frustración, zarandean a los periodistas, que se muestran impotentes para visitar las casas de todos, para escuchar las historias de todos: el vivo rostro de la desesperación. Cuando logramos salir de allí y meternos en el coche, una mujer nos aborda con una enorme foto de su hijo: Heldi Niza, de 24 años, muerto en la cantera en 2007, aplastado por una piedra. La propia Leïla Trabelsi se negó a concederle una indemnización a la familia.

“¿En qué es mejor El Buazizi que mi hijo?”, nos grita. “¡Él también es un héroe!”. Esta mujer, como tantas otras personas en Túnez, está desbordada por el dolor, la rabia y la humillación. Aporreando la carrocería de nuestro coche, nos planta la foto del muchacho en el parabrisas y lanza una sentencia reveladora: “¡Yo por mi hijo le prendo fuego a Túnez!”.

Gentes, las de Thela, que, como la mayoría de tunecinos del interior, no han visto ninguna mejora en sus vidas después de la revolución. “Ningún periodista tunecino ha venido a ver nuestra situación”, se quejan una y otra vez. “¡No le importamos a nadie!”, dicen amargamente. Un activista local relata que algunos vecinos están empezando a izar banderas de Argelia, a modo de rechazo de un estado que les ignora. Para otros, miles de ellos, la única salida sigue siendo la de siempre: la patera a Europa.

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