martes, 15 de marzo de 2011

Los viejos métodos no se olvidan fácilmente



Crónicas de la revolución árabe (V) - Egipto


LOS VIEJOS MÉTODOS NO SE OLVIDAN FÁCILMENTE

El ejército egipcio tortura en plena calle a los delincuentes comunes que arresta

Daniel Iriarte - El Cairo

Jueves, 10 de marzo de 2011

Siete y media de la mañana. Los vecinos de Garden City, un barrio residencial de clase alta en el centro de El Cairo, se despiertan al escuchar gritos de dolor. En la calle, un soldado aprieta una porra eléctrica contra el torso desnudo de un hombre arrodillado.

“Es un ladrón. Le hemos encontrado tres mil libras egipcias [unos 360 euros, una pequeña fortuna en Egipto], dos teléfonos móviles y un machete de treinta centímetros”, aseguran los vecinos, arremolinados en torno al retén militar que custodia el barrio.

Tal vez. Pero eso difícilmente explica por qué, con el hombre inmovilizado –lleva las manos atadas a la espalda-, los soldados siguen aplicándole descargas eléctricas. El hombre grita y suplica clemencia. No la hay. Le pasan la porra por el pecho, el cuello, la cara, incluso la boca.

Desde que la policía se retirase de las calles de El Cairo poco antes de la caída del presidente Hosni Mubarak, la delincuencia común se ha incrementado sensiblemente, especialmente los asaltos armados. Los militares se han hecho cargo de la seguridad pública. A su manera, como podemos constatar.

Los soldados llevan al hombre a un callejón, cuyo acceso cierran con una reja. Uno de ellos empuña un látigo, con el que golpea al presunto criminal en las piernas y en la espalda. Las marcas de los golpes y los cortes empiezan a aflorar en su piel. El hombre, arrodillado, llora de dolor. Otro oficial de seguridad, vestido de civil, se acerca con un jarro de agua y lo derrama sobre el delincuente. El soldado vuelve a utilizar la porra eléctrica, cuyo efecto se multiplica por el líquido.

Esto no es un interrogatorio, sino un castigo ejemplarizante. Es el método normal del ejército de tratar a los detenidos. La noche anterior, otras dos personas han corrido la misma suerte en este mismo checkpoint.

La agonía se prolonga durante una hora. Después, los militares traen a otros arrestados -un total de siete-, todos ellos muy jóvenes, y los agrupan en el callejón, semidesnudos. Sollozan, trémulos de miedo y frío. Los montan en una camioneta y se los llevan.

No sabemos a dónde, pero sí sabemos a qué.


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