Publicado originalmente en ABC el 9-12-2011
Crónicas de la revolución árabe (III) - Túnez
Una plaza en busca de un nombre revolucionario
La fecha del “7 de noviembre”, día en que el dictador tunecino Ben Alí llegó al poder, es ahora eliminada de calles y edificios públicos en todo el país
En Túnez no han llegado a los extremos de la revolución francesa, donde los dirigentes revolucionarios llegaron a cambiar los nombres de los meses, pero hay cosas que los tunecinos tampoco están dispuestos a aceptar. Desde la huída del dictador Zine Abidine Ben Alí hace casi un mes, uno de los principales lugares de la capital, la antigua “Plaza 7 de noviembre”, ha perdido su nombre. Y lo mismo ocurre en localidades de todo el país.
El 7 de noviembre es el día en el que Ben Alí asumió el poder –corría el año 1987-, tras deponer al padre de la independencia tunecina, Habib Burguiba, hasta entonces el único presidente del país en su época post-colonial, alegando la demencia senil de éste. Desde entonces, cada año, los tunecinos han tenido que sufrir la celebración obligatoria de esta fecha, convertida en fiesta nacional. Fecha, por tanto, grabada a fuego en la memoria del pueblo.
Por eso, no es de extrañar que, pocas horas después de la salida del presidente, grupos de ciudadanos arrancasen todas las placas donde aparecía el nombre de la plaza. La mampara de plástico que, sobre una isleta en uno de los extremos, indicaba la entrada en la rotonda a los conductores, fue destrozada a pedradas.
El problema es que, por ahora, no saben qué nuevo nombre ponerle. A veces prima el pragmatismo, y hay quien todavía usa el antiguo nombre, pero si uno lo utiliza, por ejemplo, en un taxi, o para preguntar por una indicación, se arriesga a una mirada asesina cargada de celo revolucionario. Algunos comienzan a llamarla “la plaza de la torre” (en su centro hay una enorme construcción vertical coronada con un reloj, al estilo, salvando las distancias, del Big Ben londinense), o “donde los ministerios”.
“Podían llamarla Plaza de Alí Babá y los Cuarenta Ladrones”, nos dice un tal Karim, señalando precisamente esos edificios. Sus dos amigos celebran la ocurrencia con una risotada. Los tres hombres de edad madura, oficinistas todos ellos, disfrutan de un café en una de las numerosas terrazas de la Avenida Habib Burguiba, la arteria tradicional de la vida social de la ciudad, que nace en la plaza. Ahora, un nuevo elemento ocupa el centro de la calle: el alambre de espino y los tres blindados del ejército que protegen el Ministerio del Interior.
Karim y sus amigos están encantados con la caída de Ben Alí –participaron en algunas manifestaciones, según dicen-, pero no les gustan estos “politicastros”, y desde luego no quieren ni oír hablar de que se le ponga el nombre de ninguno de ellos a la avenida. Les decimos que nos han hablado de diferentes posibles nombres: “Plaza de la Revolución”, “Plaza del 14 de enero” (el día de la salida de Ben Alí)… Se limitan a encogerse de hombros. “No están mal, podrían valer”, musitan.
Pero cuando sugerimos, tal y como hemos oído, “Plaza Muhammad Al Boazizi” (en memoria del joven que, desesperado y aplastado por el sistema, se prendió fuego el pasado enero, dando inicio a la revuelta), leemos el respeto en sus rostros. “Él sí merece una avenida, y una estatua”, nos dicen. Por el momento, en la base de la torre, una enorme pintada en árabe ya homenajea al joven héroe: “Saha Es-shahid El-batal Muhammad Al Boazizi”. “Salud al mártir”.
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