jueves, 27 de mayo de 2010

Jirones de una dictadura norteafricana


Al principio nos lo tomábamos a broma; sabíamos que “el innombrable”, como le llamaban los españoles residentes en la capital –los omnipresentes espías de la presidencia no sabían, por fortuna, tanto castellano como para entender la referencia- había llegado al poder en un golpe de estado incruento, cuando a Bourghiba, el padre de la independencia tunecina, le había llegado la hora de jubilarse, hacía ya casi dos décadas. Sabíamos que“el innombrable” había hecho un pacto con el diablo: nació en 1936, pero parece treinta años más joven, incluso hoy. Sabíamos que ninguna oposición, ninguna, estaba tolerada en Túnez. Pero, en nuestra visión naïf del asunto, nunca pensamos que a nosotros nos pudiera pasar algo.

Y no nos pasó, por pura suerte, a pesar de nuestra inconsciencia. Atisbamos algo de lo que era realmente la dictadura del “innombrable” el día que Fran Martínez, uno de mis compañeros en aquel curso de árabe en la capital tunecina –y ahora colaborador del diario El Mundo en Estambul-, recogió en la calle un banderín de propaganda con la cara sonriente del Gran Líder. Esa noche, Fran, Darío Menor (hoy corresponsal de La Razón en Roma) y yo nos paseamos por una fiesta de estudiantes agitando el banderín de modo burlesco y entonando el nombre del “innombrable”. Los sirvientes nos miraban aterrorizados, como esperando que en cualquier momento apareciese el furgón de la policía y nos esfumásemos todos en las mazmorras del gobierno. Pero nada sucedió. Sólo a posteriori comprendí de verdad el significado de aquellas caras descompuestas.

Recuerdo otro momento de aquel viaje. M.C., un amigo historiador italiano y hoy bien situado en la vida política de su país, quien atisbando el palacio de gobierno desde lo alto de la colina, se deja llevar por la furia y empieza a gritar: “¡Gilipollas!”. Le pregunto si cree que en una situación como la tunecina, considera justificada la lucha armada. “Totalmente”, me dice.


Argel, 2004. Desde la mesa de su despacho, A., corresponsal de una agencia italiana, nos relata los problemas que ha tenido su compañero en Túnez, por escribir cosas que no le han gustado al gobierno. Una trampa para deshacerse del corresponsal europeo: en un semáforo, una joven embarazada le pide al periodista que la lleve en su coche unos metros. El hombre accede. En el siguiente cruce, la chica se tira del vehículo gritando que la ha intentado violar. Unos agentes aparecen de la nada y arrastran al periodista hasta el aeropuerto, diciéndole que abandone el país inmediatamente. El hombre lo hace, pues sabe que podía ser peor: a su colaborador local han intentado asesinarle en la carretera.


Es irónico que el régimen más represivo de toda África del Norte, un sistema en el que no existe la prensa libre, se permita organizar cumbres internacionales sobre la Sociedad de la Información. Orwelliano, pero cierto. ¿Cómo va a haber prensa libre en un país donde no se tolera la más mínima disidencia? “El innombrable” gana elecciones con el 89 % de los votos.


Los miles de turistas europeos que visitan Túnez cada año jamás se apercibirán de todo esto. El país es relativamente próspero, la seguridad ciudadana es alta, los oasis son muy bonitos. Rara vez leerá el turista algo al respecto en la prensa occidental*: “el innombrable” es de los nuestros, un garante contra el fundamentalismo en el norte de África, un bastión voluntarioso contra los subsaharianos que intentan llegar a las costas del otro lado del Mediterráneo. ¿Por qué habríamos de cuestionar su liderazgo?


Y Túnez languidece bajo la bota del tirano y sus secuaces, que exprimen los recursos del país para beneficio propio. Túnez, creado por el capricho de una Francia que contaba con quedarse con Argelia a cambio de ceder las más pobres regiones norteafricanas de los extremos, vomita emigrantes que cruzan su estrecho hasta Italia, aunque aquí la costa europea esté infinitamente más lejos. Túnez, donde bandas armadas de jóvenes asaltan los trenes a punta de pistola y desesperación, a pesar de la represión, para tener algo que llevarse a la boca, aunque esto jamás vaya a aparecer en las noticias. Ni en las de Túnez, ni en las nuestras.


Ahora, el régimen de Zine Abidin Ben Alí –hoy puedo nombrarle, con la seguridad que da un mar de por medio- acaba de aprobar una ley para encarcelar a todos aquellos tunecinos que tengan contactos con extranjeros “con el objetivo de perjudicar los intereses vitales de Túnez”. Estos son, claro, aquellos que denuncian la situación. La clave de todo el asunto es que Túnez está intentando conseguir el “estatuto avanzado” de relación privilegiada con la Unión Europea. Y, por supuesto, todo será más complicado si los europeos descubren de repente que Túnez es una dictadura de la peor especie. Aunque sospecho que algunos, los de arriba, ya lo saben, y no les importa un carajo.

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*Una de las raras excepciones a ese silencio informativo es el valiente trabajo de Ignacio Cembrero, de El País. Su último artículo acierta a dar algunas claves sobre la situación política en Túnez, y por eso lo incluyo aquí.

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