martes, 9 de junio de 2009

Vivir la basura



Mae Sot, 5 de junio de 2009


Hoy he visto uno de esos agujeros de la humanidad que uno sabe que existen, pero se resiste a creerlo –en realidad, a comprenderlo- hasta que los ve con sus propios ojos.


Dos activistas birmanos nos llevan al basurero de Mae Sot, donde setenta personas viven y trabajan. Se trata de una aldea-vertedero, el último escalafón en la cadena de producción económica: un lugar donde lo que unos han considerado desperdicio es revisado por otros, que se encargan de separar aquello a lo que todavía se le puede extraer un beneficio de algún tipo. Y como es un trabajo que nadie quiere hacer, se asigna a los que no pueden elegir: los inmigrantes birmanos. Armados con una especie de hoz rudimentaria y un canasto, escarban entre el montículo central como mantis hemipléjicas. Cuando encuentran algo de valor –una lata, un plástico rígido-, lo engarzan en la hoz, para después dejarlo caer en el cesto.


El sitio, teniendo en cuenta lo que es, no huele demasiado mal. Pero hay moscas, millones de ellas, por todas partes. A cada paso, cientos de seres vivientes inician el vuelo o se apartan dando saltitos. Mejor no pensarlo, me digo.


El lugar de trabajo


Me doy cuenta de que el espacio está estructurado conforme a una arquitectura perversa: el montículo del centro es aquel que no ha sido revisado aún, el lugar de trabajo. Las colinas de inmundicia de los laterales, desperdicios inútiles, la basura de la basura. Es allí donde se construyen las chozas de palo y tela, en las que estas personas cocinan, duermen y hacen el amor. Son, nos explican, inmigrantes económicos, que están allí porque no tienen otro sitio donde ir. En las afueras de Bangkok existe otro sitio como este, pero más grande, me dice uno de los activistas.


Intento acercarme, pero lo que parece un sólido basamento es en realidad una capa de basura que flota en un pantano. Me hundo hasta la rodilla en los desperdicios. Los críos semidesnudos corren descalzos, juegan, vadean el canal a la carrera, conocen los pasos. Los adultos languidecen a la sombra de un techado hecho de lona y sacos terreros.



Les preguntamos cómo es el trabajo. Cobran 60 baht al día, menos de euro y medio, y menos de lo que cuesta una cerveza en cualquier bar de Mae Sot. “A veces nos ponemos enfermos, pero no nos quieren admitir en los hospitales. Además, aquí aislados, tampoco tenemos forma de llegar hasta allí”, nos explica una mujer. En un par de ocasiones, los vapores tóxicos me hacen llorar. Sin duda, no es un lugar demasiado saludable.


Hay cierta lógica en aquello de que las desgracias nunca vienen solas: la catástrofe tiende a cebarse en el más vulnerable. Hace un año, la aldea-vertedero sufrió el paso de un asesino de niños. Al anochecer, entre las montañas de desechos, eran una presa fácil. Me lo cuenta Nim, el activista que nos traduce, entre susurros. No consigo averiguar nada más.


Gaspar, mi amigo el corresponsal de EFE, le pide a Nim que les pregunte si están contentos. Nim se echa a reír. “No puedo preguntar eso”, balbucea. “Tú pregúntaselo”, insiste Gaspar. Nim lo hace. Y la mujer que se ha erigido en portavoz sacude la cabeza y esboza un gesto de fatalismo: “No nos gusta demasiado", dice, "pero en todo caso es mejor que Birmania”.



PD: Aquí va la versión final del video que hice para VJM sobre los refugiados birmanos en Tailandia.




7 comentarios:

  1. Seguro que ya lo has visto, pero ho he podido evitar que tu entrada me recuerde al video "La isla de las flores". Si no lo has visto, búscalo en youtube pq no me deja pegar el enlace.
    besos

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  2. Otra prueba más de la hipocresía de los gobernantes mundiales. Realidad demasiado fuerte, pero cierta.

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  3. Cuídate, Dani. Ahi va un enlace que merece la pena: http://www.guerraeterna.com/

    karlos

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