Primero uno los ve pasar, relámpagos anaranjados lanzados entre el tráfico imposible de Bangkok. Después, un día, se atreve a tomar uno de ellos, y de repente los atascos parecen cosa del pasado: se ha pasado a ingresar la cofradía de las dos ruedas.
Son los moto-taxistas, que no son una institución exclusiva de Tailandia. Pero en Bangkok, cada pocos metros se encuentra uno con un grupo de hombres con chaleco naranja, mascarilla y un espíritu más o menos burlón. Los tailandeses los utilizan con asiduidad, siempre que el monzón lo permita.
De vez en cuando, uno ve a un turista discutiendo acaloradamente el precio de la carrera con un moto-taxista. Es inútil: el motorista está diciendo la verdad. Los extranjeros suelen pensar que la motocicleta debería ser más barata que el taxi de cuatro ruedas, pero esto sólo es así en las carreras cortas, de un par de calles. El motivo es que cada motorista trabaja en una zona concreta; si el destino del viajero está fuera de ésta, hay que pagar el doble, porque el motorista hace el viaje de vuelta de balde, cosa que no ocurre con el taxi.
Los moto-taxistas, además, se toman esa cuestión bastante en serio. Es casi imposible convencer a uno de que nos recoja en una zona que no es la suya. Y si lo hace, mirará a ambos lados de la calle, se quitará el chaleco, y mantendrá un perfil bajo para evitar ser reconocido por un compañero. Si le descubren trabajando en una zona que no es la suya, le darán una paliza. Es una mera cuestión de supervivencia en una ciudad bastante dura para las clases bajas.
"Ganamos entre 300 y 400 baht al día (entre 6 y 9 euros)", comenta Toi, un inmigrante de la zona de Isaan, la región más deprimida del país.
Y porque pertenecen a la raza de sus vecinos de Vietnam: "los motopirtas" ;-)
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