Bangladesh es uno de esos países que me inspiran una profunda simpatía, y al que algún día volveré. Su historial de catástrofes e injusticias es tal que sería imposible sentir otra cosa, desde su nacimiento en 1971 fruto de un genocidio hasta el reciente huracán “Aila”, que ha dejado decenas de muertos, pasando por las hambrunas de 1974, la lucha contra el avance del fundamentalismo islámico o la cuestión del arsénico.
En la mayoría de los países en vías de desarrollo, el futuro está en las organizaciones no gubernamentales locales, porque son las herramientas para la creación de una sociedad civil saludable, que es lo que, a la larga, hace que las cosas funcionen. En Bangladesh opera una bastante activa, Proshika, creada por veteranos de la guerra de independencia animados por el ideal del desarrollo (la militancia se alimenta de la esperanza. Muchos de los mukti bahini, los luchadores por la independencia, creían en la construcción nacional en un marco democrático. La guerra fue, a pesar de todo, una época de confianza en el futuro).
El doctor Faruque, uno de los fundadores de Proshika, explica en un conmovedor texto por qué decidió crear esta organización. Faruque era hijo de una familia de clase media-alta que trabajaba para Oxfam. Tras las inundaciones del 74, fue enviado a la aldea de Romari, cerca de Rangpur, tan remota que tuvo que llegar solo, caminando, vadeando dos ríos. Los aldeanos le preguntaron: “¿Eres japonés?”. Los únicos forasteros que habían visto en su vida era un grupo de fotógrafos japoneses que habían llegado en helicóptero para tomar fotos del desastre.
“Cada día”, cuenta Faruque, “veía ocho o diez cadáveres junto al mercado”. Habían llegado para suplicar comida y habían muerto allí, sin recibir nada. “Pero había comida en el mercado para los que podían pagarla. Fue una terrible revelación: la hambruna había sido provocada por seres humanos”.
En aquella época, dice Faruque, sabía muy poco acerca de las estructuras de poder en el campo. En Romari había dos terratenientes que acaparaban la producción agrícola. “Tan pronto como supieron de mi llegada, me invitaron a almorzar con ellos. Querían la comida que Oxfam distribuía para dársela a los campesinos que trabajaban en sus tierras. Entonces comprendí. Habían monopolizado la comida enviada como ayuda humanitaria”.
Algunos leísteis las cartas que escribí desde India, con evidente cólera, hablando de la corrupción en la distribución de ayuda alimentaria. Por eso, la historia del doctor Faruque es una bocanada de aire fresco: “Hice una alianza con algunos jóvenes que se oponían a los terratenientes. Organizamos a la gente hambrienta y la enviamos a pedir comida. Les hicimos enfrentarse con centenares de hambrientos”, haciendo evidente que sus almacenes estaban repletos mientras permitían que la gente se muriese de hambre. Y funcionó: los caciques hubieron de distribuir la comida, bajo riesgo de perder toda autoridad en caso contrario. “Eso me hizo darme cuenta de que la cosa más importante para luchar contra la estructura de privilegios, el poder sobre la vida y la muerte de la gente, es la organización”.
Algo no tan evidente como parece.
Realmente, la única forma de luchar contra el poder es la organización, pero organizarse y trabajar conjuntamente es duro, es más cómodo ir por libre y aguantarse, diciendo que no se puede hacer nada.
ResponderEliminarAmén a los dos
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