La cuestión armenia, piedra de toque
Daniel Iriarte - Ereván
Abril 2010
"¡Reconocimiento!”, piden a gritos los miles de personas que desfilan por las calles de Ereván a la luz de las antorchas. Cada 23 y 24 de abril, los armenios conmemoran las masacres sufridas por su pueblo en la época final del Imperio Otomano marchando hasta el Monumento al Genocidio que corona la ciudad.
Esta cuestión, la muerte de cientos de miles de armenios —algunas fuentes hablan de hasta un millón y medio— a manos de los turcos, envenena las relaciones entre Turquía y Armenia desde hace un siglo.
El pasado jueves el gobierno armenio, alegando mala fe por parte de Turquía, congeló unilateralmente los protocolos de normalización de relaciones diplomáticas entre ambos países, firmados en octubre. El día anterior, el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan había ligado estos protocolos a la resolución del conflicto del Nagorno-Karabaj, que enfrenta a Armenia con Azerbayán, aliada de Turquía.
La posición de Erdogan no es nueva: hace un año, el primer ministro había declarado que la frontera se abriría “sólo cuando termine la ocupación de Nagorno-Karabaj”. Este territorio de Azerbaiyán, de población mayoritariamente armenia, proclamó su independencia en 1992 y fue apoyado por el gobierno armenio con tropas y armamento. Como respuesta, y para expresar su solidaridad con Azerbaiyán —un estado de habla turca con el que Turquía mantiene excelentes relaciones—, Ankara clausuró todos los pasos en los 330 kilómetros de frontera que comparte con Armenia.
La normalización de las relaciones pareció anunciarse tras un partido amistoso de fútbol entre ambos países en la capital armenia, en septiembre pasado, y un esfuerzo de mediación de Suiza. La primera piedra para la reconciliación, no obstante, se puso en 2007. En enero de ese año, el asesinato del intelectual turco-armenio Hrant Dink a manos de un ultranacionalista en Estambul sacudió los cimientos de la sociedad turca, especialmente después de que el asesino fuese saludado como un héroe nacional por algunos miembros de las fuerzas del orden: se publicaron fotos del pistolero en actitud fraternal con los policías que lo habían detenido. Durante días, cientos de miles de personas, entre ellas el premio Nobel Orhan Pamuk, se manifestaron bajo el lema “Todos somos armenios”. Tras el crimen, el presidente Abdulá Gül fue el primer líder turco en visitar la Armenia independiente.
El comentario de Erdogan y la respuesta armenia parecen haber bloqueado esta evolución. Se cree que Ankara teme ante todo el revanchismo histórico. “Erdogan ha pedido que se deje la discusión sobre el genocidio a una comisión histórica binacional. Pero no es algo a debatir, es un hecho”, afirma Tatoul Harouliunyan, representante del partido ultranacionalista armenio Dashnaksutyun, quien no oculta su satisfacción por el fracaso del proceso. “No es una cuestión histórica, sino jurídica”, dice.
Afirmaciones como ésta agitan uno de los grandes fantasmas de Turquía: la cuestión de las reparaciones, que podrían suponer incluso un nuevo trazado de fronteras. “Tras el reconocimiento, el siguiente paso, de forma automática, son las compensaciones, incluyendo la devolución de territorio de Armenia occidental”, dice Harouliunyan, refiriéndose al actual este de Turquía. En Armenia, el partido Dashnaksutyun apenas alcanza un 7 por ciento de votos, pero su peso en la diáspora armenia —muy influyente tanto política como económicamente— es enorme.
“En términos económicos, esto no cambia nada, porque la frontera lleva cerrada desde 1993. Desde entonces, comerciamos a través de Georgia e Irán”, explica Arsen Ghazaryan, copresidente del Consejo de Desarrollo Empresarial Armeno-Turco, cuya oficina está a apenas diecisiete kilómetros de la frontera. A pesar de ello, para llegar por tierra hay que dar un rodeo por la vecina Georgia.
Ahora mismo, el volumen de negocio entre Turquía y Armenia es de unos 90 millones de euros, cifra que, de abrirse la frontera, alcanzaría de inmediato los 225 millones, según este Consejo Empresarial. “Está claro que la apertura va en interés de ambas partes”, dice Ghazaryan.
Sin embargo, el pasado parece un obstáculo muy difícil de salvar. Aunque Turquía admite su responsabilidad en la muerte de unos trescientos mil armenios, se niega a aceptar el término genocidio. La versión oficial asegura que esas muertes no se produjeron de forma intencional, sino como consecuencia de deportaciones en masa mal planificadas.
“Esta decisión no estaba destinada a acabar con los armenios, y no estaba motivada por un sentimiento racista similar al antisemitismo. Fue una medida de guerra contemplada en el anexo de la Convención de Ginebra“, asegura Mehmet Perinçek, historiador negacionista turco que tiene la entrada prohibida en Suiza por este motivo.
No obstante, más de veinte países reconocen oficialmente estos hechos como genocidio, entre ellos Rusia, Canadá o Francia. El pasado marzo, el gobierno sueco se unió a la lista, mientras que unos días antes una comisión del Congreso estadounidense había votado una resolución favorable en este sentido. Estos días, en las calles de Ereván, algunos manifestantes lo celebran enarbolando banderas norteamericanas. Ante el paso atrás de Armenia, Erdogan se ha limitado a declarar: “Ellos sabrán”.
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