miércoles, 23 de junio de 2010

Oligarquía y aristocracia se disputan Tailandia


Mi último artículo sobre Tailandia, publicado en Diagonal.


Oligarquía y aristocracia se disputan Tailandia

Daniel Iriarte - 16/06/2010

Tailandia parece en calma, pero sólo lo parece. Tras la intervención militar contra el Frente Unido por la Democracia y Contra la Dictadura (UDD, más conocidos como los Camisas Rojas), que ha dejado un balance de 86 muertos y casi 2.000 heridos, el movimiento parece aplastado. Pero la situación que lo originó sigue intacta. Los Camisas Rojas se están reagrupando en las ciudades de la periferia y siguen teniendo quien los financie.

La sociedad tailandesa continúa muy dividida entre aquellos que apoyan a Thaksin Shinawatra, el primer ministro derrocado en un golpe de Estado en 2006, y sus detractores, que se aglutinan en la Alianza Popular por la Democracia (PAD). Éstos visten camisetas amarillas, el color del rey, quien hasta ahora ha conseguido mantener las apariencias de neutralidad en un conflicto que cobra visos de guerra civil.

El rey de los tailandeses

El factor real no aparece demasiado en los análisis sobre la política tailandesa, en parte porque la monarquía es un gran tabú en aquel país. El delito de lesa majestad está penado con siete años de cárcel, y las acusaciones de “ofensa real” han sido tradicionalmente una poderosa arma para silenciar a oponentes políticos y disidentes.

El rey, Bhumibol Adulyadej, es reverenciado como un semidiós por la población tailandesa. A los ojos de ésta, él es el principal elemento de estabilidad, el que ha traído a Tailandia la prosperidad de la que goza, y quien les mantuvo fuera de los conflictos que sacudieron a sus países vecinos en los ‘60 y ‘70. Por eso, no es de extrañar que el PAD haya tratado de apropiarse de la figura real. La base social del PAD son las clases medias y altas urbanas y las élites tradicionales, la nobleza y algunos elementos ligados a la Casa Real. Los Camisas Rojas nacen de una improbable alianza entre campesinos y trabajadores de las clases más bajas y nuevos ricos que buscan un espacio de poder en la más que jerárquica sociedad tailandesa. No en vano, a Thaksin le llaman ‘el Berlusconi tailandés’.

Como el italiano, es un magnate de las telecomunicaciones lanzado a la política, habla el lenguaje del pueblo y tiene una agenda propia, con muchas dosis de demagogia.

Mientras el rey viva, existen pocas posibilidades de que el conflicto civil se desborde. En ocasiones anteriores, cuando los disturbios tomaban un cariz demasiado violento, la aparición del monarca pidiendo el cese del derramamiento de sangre tenían un efecto inmediato. Pero Bhumibol tiene ya 82 años, y desde el pasado septiembre ha pasado más tiempo en el hospital que fuera de él. Las leyes de lesa majestad impiden que la opinión pública trate el tema con la importancia que merece, pero la pregunta que todos se hacen en Tailandia es: “Y después, ¿qué?” El heredero al trono, el príncipe Vajiralongkorn, a diferencia de su padre, no tiene muy buena imagen entre los tailandeses, quienes le consideran un playboy irresponsable, mujeriego y jugador.

Por el contrario, su hermana, la princesa Ranaridh, es vista como una budista devota, caritativa y de buen corazón. El conflicto en palacio es tal que algunas veces, muy tímidas –el riesgo es muy grande–, se ha sugerido que tal vez sea ella quien debería suceder a su padre, aunque ello implique cambiar la ley y la tradición.

Alianzas conflictivas

En otras circunstancias, la situación se resolvería, con toda probabilidad, de un modo discreto a favor de la princesa, que cuenta con el apoyo de los paladines de palacio.

Pero los tiempos son convulsos: recientemente se ha sabido que existe una alianza entre Vajiralongkorn y Thaksin, que podría aprovechar el proceso sucesorio, cuando éste tenga lugar, para asegurarse un regreso al poder.

Si Vajiralongkorn accede al trono como está previsto, Thaksin tendrá un lugar privilegiado en el nuevo Estado tailandés, y es de esperar una enorme resistencia por parte de los sectores tradicionalistas ligados a la Casa Real. Si éstos logran posicionar en su lugar a Ranaridh, Thaksin volverá a sacar a sus partidarios a las calles, quienes clamarán en favor del “legítimo heredero”. En cualquiera de los dos casos, la guerra civil parece difícil de evitar.

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La revolución de los palos de golf
Thaksin Shinawatra, en el exilio, sigue financiando a los Camisas Rojas, quienes alegan, no sin razón, que mientras el bloque pro Thaksin ha ganado tres elecciones desde 2001, sus oponentes no han ganado ninguna.

A Thaksin lo derrocó un golpe militar, y a su sucesor, Samak Sundaravej, un movimiento callejero antidemocrático y oligárquico (la “revolución de los palos de golf”). Ni Thaksin ni Samak, un antiguo hardliner de extrema derecha reciclado en hombre de paja del primero, ni, en general, los actuales líderes de los Camisas Rojas pueden ser considerados genuinos partidarios de un verdadero cambio social. Pero lo cierto es que este movimiento popular ha despertado enormes esperanzas entre los más pobres de Tailandia, que sueñan con una mayor redistribución de la riqueza y las oportunidades en uno de los países más clasistas del mundo.


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