lunes, 26 de abril de 2010

Luchadores


Otro hombre llega y se une a nosotros en la mesa del restaurante. “¿De qué parte de Chipre eres?”, le pregunto. “Sólo hay un Chipre, hermano”, me responde con una sonrisa.

En la esquina, un grecochipriota –a pesar de las palabras del recién llegado, es inevitable referirse al origen de cada uno - observa inquieto. No es para menos: está a punto de apoyar a los turcochipriotas, de convertirse en traidor para los nacionalistas de su tierra. “Esa gente me puede matar, me puede dar una paliza”, dice. O algo así. Los otros, los turcochipriotas, se lo toman a cachondeo, pero Soteris –así se llama el buen hombre- está preocupado de verdad.

El congreso de periodistas en Estambul va a ser duro, y ellos lo saben. Los izquierdistas chipriotas han decidido unir fuerzas contra los nacionalistas de ambos bandos. Soteris, confiesa, es un trotskista. “No me gusta decirlo, porque no me caen bien los trotskistas que conozco, pero lo soy”. “Porque dos trotskistas hacen un partido; tres, una internacional; cuatro, una escisión”, le bromea Andrés, que hace de traductor improvisado. Soteris asiente carcajeándose.

Kemal está a mi lado, y esta noche parece haberme tomado bajo su protección: serán las dos botellas de raki que nos hemos bebido, o será que él es así. Mi plato nunca está limpio, mi vaso nunca está vacío. Eres amigo de Andrés, y Andrés es mi amigo, así que eso te convierte en mi amigo, me viene a decir. A Kemal, según he observado, le gusta reírse. También a su mujer, aunque ella no ha venido esta noche. Hoy, los que se reúnen son todos periodistas, y tienen muchas cosas que discutir.

“Estos hombres son héroes”, me dice Soteris, señalando a Hasan y los otros. “Ellos lideraron las protestas contra Rauf Denktaş [el anterior presidente turcochipriota]”. En aquella época, me dicen, la República Turca del Norte de Chipre era como una dictadura. Existían persecuciones políticas, y a la policía se le iba la mano de vez en cuando. “Pero estos tíos pelearon, y Denktaş cayó”, dice. Desde entonces, en el norte de Chipre gobierna Talat, que cree en la negociación.

Hay lugares del mundo en los que los términos ‘izquierda’ y ‘derecha’ todavía parecen tener sentido. En este rincón del mundo –digamos, desde Tirana hasta Bakú-, conceptos que durante décadas atrajeron a tantas y tantas personas hasta que el verdadero rostro del “Socialismo real” desencantó a demasiados luchadores, siguen vivos: la aspiración a la solidaridad universal más allá de las líneas sectarias, a mejorar la vida de la gente, al esfuerzo democratizador. Ideas que aquí son patrimonio exclusivo de la izquierda: la derecha anda demasiado ocupada hablando mierda del resto del mundo. En Chipre, los sindicatos son los únicos lugares en los que podían encontrarse juntos a turcos y a griegos, y por eso fueron violentamente perseguidos por los ultranacionalistas de ambas comunidades. Por hombres como Denktaş.

La de estos hombres aquí reunidos, qué duda cabe, es una bonita causa. Esta noche, serán las dos botellas de rakı que nos hemos bebido, parece épica. Para entonces ya he averiguado el nombre del recién llegado -Taif- y su origen étnico -y qué importa-. Brindamos en turco, en griego, en español, y, cuando nos separamos en el parking, les deseamos toda la suerte del mundo. Todos sabemos que, hoy y en este mundo, van a necesitarla.

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