miércoles, 7 de octubre de 2009

Cuando el aire huele a gas pimienta


Siempre que tengo que dar indicaciones sobre cómo llegar a mi apartamento, digo: “Bajas Tarlabaşı y te paras donde el tanque”. Porque al lado de mi casa hay un tanque, un vehículo antidisturbios aparcado delante de la comisaría del barrio. Pero estos días no está: se lo han llevado por aquello del jaleo por lo del Fondo Monetario Internacional.


En Osmanbey, en el Hotel Hilton, se están reuniendo los líderes mundiales en uno de estos encuentros refundadores del capitalismo que vienen ocurriendo en los últimos meses. Mientras tanto, los manifestantes contracumbre han intentado llegar hasta el edificio, a pesar del impresionante despliegue policial, y se ha liado la de San Quintín. Previsible.

Los policías turcos son duros. Los activistas políticos, también. En Turquía, la política no es ninguna broma: aquí, los agentes son de bofetada fácil y acusación rápida. Los manifestantes, fantasma de guerrilla urbana –es fácil comprender la descarga de adrenalina, y la inmadurez política del que la busca-, juegan al gato y al ratón con la policía por las calles de Beyoğlu: surgen de una bocacalle, tiran cuatro piedras, corren ante la embestida despiadada de los policías, algunos caen bajo los pelotazos, los botes de humo y las manos como tenazas que les arrestan. Un dato: casi todos los periodistas locales se han traído máscaras antigás, porque ya saben de qué va el percal. Los tenderos se sientan en la puerta de sus negocios con un té en la mano, a observar lo que, desde la barrera, parece más un episodio de dibujos animados que una batalla.

Y los manifestantes han perdido de antemano: dos helicópteros acechan implacables como halcones predadores (uno espera algo de ruido de tráfico en una entrevista al aire libre, pero no tener que interrumpirla porque el ruido del rotor no te deja escuchar al entrevistado. Hasta tres veces he tenido que pedirle a mi interlocutor, un periodista turco-armenio, que por favor comenzase de nuevo). Los activistas se han dispersado en pequeños grupos; una cabeza de unos dieciséis años se asoma tras una esquina, y tras otear el horizonte, da la señal para que una fila de criaturas –de lejos, se me antoja una familia de zarigüeyas- pase de puntillas hasta el siguiente refugio. Yo también me dejo llevar por el instinto cazador –aunque de otro tipo-, y vagabundeo cámara en ristre en busca de la imagen perfecta que, es mi sino, nunca llegará.

Istiklal ya está tranquilo, abarrotado como siempre. Las calles todavía huelen a gas pimienta; es sólo una centésima de lo que debe haber sido, pero los ojos y la garganta escuecen. Periodistas, antidisturbios y comerciantes se sacuden la resaca de los disturbios a golpe de escupitajos y blasfemias. El día se ha saldado con un centenar de detenidos y un muerto de un ataque al corazón, aparentemente provocado por los gases lacrimógenos. Mientras en el Hilton se firmaban acuerdos que van a condicionar nuestras vidas durante la próxima década, los activistas contracumbre perdían la batalla de la opinión pública a base de pedradas y cócteles molotov. Mañana, nadie pensará en por qué protestaban; los estambulíes, como el resto del mundo, sólo recordarán los escaparates rotos, los encapuchados amenazadores, el tráfico congestionado.

El tanque ha regresado a su esquina-madriguera. Bajando la calle desde Tepebaşı, unos hippies alemanes en una furgoneta –más clásica imposible: una vieja Wolkswagen en ruta hacia la India, como en los viejos tiempos- preguntan dónde pueden aparcar, completamente ajenos a lo que acaba de ocurrir. Bienvenidos a Estambul.


2 comentarios:

  1. Dani, ya soy un fan de blog, jeje ¡dónde puedo ver tus reportajes?!

    un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Los puedes ver en www.abc.es, pones mi nombre en el buscador y te sale todo lo que he publicado allí. También hay algo en M'Sur: www.mediterraneosur.es.

    Un abrazo desde el otro lado del mar...

    ResponderEliminar