domingo, 16 de enero de 2011

Una transición como Dios manda


Gracias, mis queridos alumnos dictadores, tiranillos y aprendices de sátrapa, por asistir a esta clase sobre cómo llevar a cabo una transición como Dios manda sin dejar de tener la sartén por el mango. Como caso de estudio, hoy veremos dos ejemplos de disolución de una dictadura, uno negativo y otro positivo.

El primero no es otro que el de Túnez, donde, tras casi tres décadas en el poder, el presidente Ben Alí acaba de ser derrocado por unas protestas populares.

Un buen tipo, el Ben Alí este: mantenía a raya a los islamistas y a los muertos de hambre africanos de los cayucos, se colegueaba con Berlusconi y Sarkozy (y antes con Chirac, Mitterrand…), tenía el país hecho una patena para los turistas… ¿Que la oposición intenta organizarse? No pasa nada, para eso tenía una red de espías formidable, en la que en cada café, en cada terraza, en cada fábrica, había al menos dos, cuatro o seis orejas escuchando para informar al régimen.

Claro, mantener semejante entramado de delatores cuesta pasta, y la economía no da para tanto. ¿Que en las ciudades del interior hay escasez? Que se aguanten, ya llegarán tiempos mejores.

Pero lo que el bueno de Ben Alí no supo prever es que treinta años en el poder son muchos, y que incluso dentro del régimen hay otros que también quieren chupar del bote. Por eso, llega un día en que tus generales deciden que no van a tirar contra la multitud que protesta. Y ese día estás acabado…

Así que Ben Alí se ha ido a terminar sus días a Arabia Saudí, como ese otro querido tirano nuestro llamado Idi Amín Dadá. Al menos, no le han hecho un juicio-broma y le han fusilado contra una pared de estuco, como a Ceauşescu

Como contrapartida, estudien muy de cerca el caso de Myanmar, que algunos románticos siguen llamando Birmania, la economía más dirigida de Asia después de Corea del Norte. Allí, la junta militar, que tiene a la gente bien metida en cintura y a los opositores bien tranquilitos en las cárceles, en el exilio o haciendo trabajos forzados, decide de repente convocar elecciones amañadas. Las gana, por supuesto, y después libera a Aung San Suu Kyi, cabeza visible de la oposición que se hace llamar democrática, para ganar puntos.

Y he aquí la jugada maestra. ¿Qué hace después el régimen? Acaba de anunciar la privatización del 90 por ciento de las compañías estatales. Dado que aún controlan el cotarro, los cabecillas del régimen y sus familiares están en una excelente posición para hacerse con todas esas empresas a precio de saldo. Y lo que venga luego ya no importa: se celebran elecciones realmente libres, el país deja de ser un paria internacional, los recursos naturales (gas, sobre todo) se venden a precio de saldo a chinos, indios y occidentales, y los prebostes del anterior régimen, reconvertidos en demócratas de toda la vida, nos forramos y seguimos controlando el percal.

¿Lo han entendido, mis queridos estudiantes? Tomen nota, eso es lo que se dice una transición bien hecha…


sábado, 15 de enero de 2011

Revueltas del pan


Un artículo mío publicado en M'Sur, sobre los disturbios en Argelia y Túnez:

Revueltas del pan

“El gobierno dice que el paro oficial es del treinta por ciento, pero la mayoría de los empleos que tiene la gente joven son por apenas unos meses, así que en realidad el desempleo es mucho mayor, tal vez la mitad del país”, se me quejaba, hace pocos años, un joven de Argel. La situación, al parecer, no ha hecho sino ir a peor. Otra historia que escuché en Túnez: un grupo de jóvenes desesperados asalta un tren a punta de pistola para robar a los viajeros, a pesar de que saben que, si les cogen, les espera la pena de muerte, o casi…

¿A alguien le extraña lo que está pasando en África del norte? Ahora que el desempleo es rampante en Europa debido a la crisis, los estados norteafricanos no pueden recurrir a su tradicional válvula de escape: la emigración. Y en ambos países, en los que el 70 % de la población tiene menos de treinta años, reina la sensación de no tener nada que perder porque los de arriba nunca permitirán que uno llegue a ninguna parte. Y el resultado es explosivo: carencias, hastío, y revuelta.

Y los regímenes han reaccionado de la única manera que saben: con la violencia. Al menos una veintena de muertos en Túnez, reconocidos por las autoridades (las organizaciones de derechos humanos hablan de cuarenta confirmados), y cinco muertos y ochocientos heridos en Argelia. ¿Tienen algo que ver ambas revueltas? En la superficie nada (que hayan ocurrido a la vez es una mera coincidencia); en el fondo, mucho. En ambos países las elites, herederas de procesos nacionalistas anticoloniales, acaparan las riquezas del país mientras a los de abajo no se les deja nada.

Lo mismo vale para los vecinos Libia, Egipto y, en menor medida, Marruecos. Y la gente común, los habitantes de las ciudades pequeñas o del extrarradio (que en ciudades como Túnez o Argel es casi todo), los excluidos de los beneficios de los hidrocarburos o del turismo, han dado finalmente un puñetazo en la mesa.

¿Servirá de algo? ¿Caerán los gobiernos de Argelia y Túnez? Está por ver. Ambos países han sufrido ya “revueltas del pan” en el pasado, y el sistema ha sobrevivido, aunque siempre ha tenido que hacer concesiones. Las más dramáticas, en Argelia, en 1988, se tradujeron en las primeras elecciones libres desde la independencia del país, que desembocaron en la victoria del Frente Islámico de Salvación, el posterior golpe militar y el inicio de la sangrienta guerra civil que todavía colea.

Egipto ha vivido dos conatos de rebelión en los últimos años, y Mubarak entendió perfectamente que su supervivencia política dependía del estómago, así que puso al ejército a hacer pan. Pero en Egipto, al menos, el paisano de a pie puede mentarle la madre al presidente sin que le ocurra nada. Por eso, no deja de ser sorprendente que haya sido en la militarizada Argelia, y en un Túnez que es el régimen más represivo de África del Norte (aunque jamás aparezca mencionado como tal en los medios), y a pesar de que esta fuerza súbitamente opositora carezca de organización, los jóvenes —y no tan jóvenes—, carentes de futuro, se hayan echado a la calle.

Los líderes norteafricanos son conscientes de que jamás van a ser derrocados por la política (salvo, tal vez, por un golpe de estado), pero hay algo que saben muy bien que deben temer: el hastío. Porque el hastío lanza a jóvenes descamisados contra las bocas de los fusiles, y pocas cosas hay que minen más la legitimidad de un gobierno que un muchacho en el suelo con el pecho ensangrentado.


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Se ha quedado un poco desfasado: el dictador tunecino Ben Alí ha tenido ya que abandonar el país y se ha exiliado en Arabia Saudí, refugio histórico de tantos y tantos sátrapas... Anoche, a falta de champán, nos bebimos una botella de vino blanco del bueno para celebrarlo. Por el pueblo tunecino.